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"Noche de Epifanía" opus 60, dos canciones escénicas para la obra de Shakespeare

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En las últimas semanas se han conmemorado los 400 aniversarios de la muerte de Miguel de Cervantes y de William Shakespeare (oficialmente el 23 de abril pero, como habrán oído en estos días, las fechas reales corresponden respectivamente con el 22 en el caso del español y con el 3 de mayo en el del inglés). No podemos dejar pasar tan magnífica ocasión (y excusa), y buscar alguna conexión de dos figuras tan trascendentales para la cultura occidental con la vida y el arte de nuestro compositor. 

Respecto al caso de Cervantes apenas podemos dar cuenta  del hecho del conocimiento efectivo que Jean Sibelius tenía en efecto del arquetipo de Don Quijote como el loco de los viejos códigos de valores. En una carta desde Viena, el joven músico de un cuarto de siglo recién cumplido, escribe a su novia Aino. En dichas líneas comenta la lectura de la recientemente publicada novela "Solo" de Juhanni Aho, en la que el escritor plasmaba de manera poco disimulada su propio amor fracasado por la mujer que acabaría siendo la esposa de Sibelius: “quizá pienses que se me va la cabeza, un Don Quijote, pero en mi más temprana infancia a menudo recuerdo haber oído la expresión de que sólo un duelo a muerte podía arreglar esos asuntos...”

Si apenas esa pequeña cita vincula al compositor nórdico con el héroe cervantino, mucha más directa se mantiene la relación con el bardo inglés. No debe sorprendernos si tenemos en cuenta que Shakespeare gozaba de una amplia difusión en el norte, ya desde la época romántica, en el conjunto de países que había hecho del teatro (recordemos las figuras de Ibsen o Strindberg) una de sus expresiones culturales más notables. Si unimos ese hecho a que las grandes representaciones escénicas del XIX y de principios del XX (hasta la llegada del cine sonoro) requirieron música incidental de primera línea (recordamos también el "Peer Gynt" de Grieg), no es de extrañar que muchos de los compositores nórdicos hayan escrito también música teatral para diversas de esas incontables representaciones shakespearianas. Entre los trabajos más sobresalientes están las extensas partituras que escribiera el sueco Wilhelm Stenhammar para "Romeo y Julieta" (1922) y para "Como gustéis" ("As you like it" en el original inglés, partitura de 1920) y, por supuesto, las obras sibelianas.

El contacto entre los versos de Shakespeare y el compositor finlandés se producen en tres momentos muy distantes de su carrera. La primera referencia es indirecta: a través de la historiadora y novelista Alma Söderhjelm, que recordaba su encuentro con el músico en el verano de 1889, en un salón con varias de sus amigas, en el que apenas era un joven con un gran don para el violín y grandes esperanzas, y que resultaba encantador a las damas. Pues bien, según Söderhjelm, Janne les confió que estaba pensando en escribir una sinfonía sobre "Macbeth", dando especiales detalles sobre su proyecto. No ha sobrevivido ningún boceto musical, ni siquiera otra referencia sobre esa idea, así que probablemente no fuera más que el sueño de una velada de verano. Aún faltaba tiempo para que "Kullervo", su sinfonía programática, siquiera llegara a concebirse. Resulta llamativo no obstante que Richard Strauss había concluido el año anterior la primera versión de su poema sinfónico Macbeth opus 23, aunque Sibelius difícilmente tuviera noticia de ello.

Fue en 1909 cuando finalmente pondría música a su primer Shakespeare, a dos de las canciones del tragicómico bufón Feste para una producción en sueco de "Noche de Epifanía" o "La duodécima noche", que se estrenaría el 12 de noviembre en el Teatro Sueco de Helsinki. La música estaría escrita para el actor, con registro de bajo, y acompañamiento de guitarra - única y rara ocasión en la que Sibelius empleara el instrumento de seis cuerdas -, aunque más tarde prepararía una versión con piano, orquestando también la primera de ellas. De esta obra hablaremos más adelante.


Retrato de Olivia, en "The graphic gallery of Shakespeare's heroines" (1896), ilustración de Edmund Leighton 

Pero la gran partitura shakespeariana tuvo que esperar a sus últimos años creativos, nada menos que la misteriosa obra de "La tempestad", un ambicioso encargo para el Teatro Real de Copenhague, para una gran producción que originalmente fue concebida para el 1 de septiembre de 1925 - fecha para la cual nuestro músico había finalizado su parte -, aunque finalmente se retrasaría al siguiente 15 de marzo. Sibelius escribiría cerca de una hora de música y 34 números (algunos repeticiones), incluyendo preludios, intermedios, melodramas y canciones (en danés), haciendo uso de una imaginación musical desbordante y de un colorido muy moderno. Dos años más tarde reduciría la música al preludio y dos suites (opus 109), aunque el original resulta mucho más fascinante artísticamente. Abordaremos también esta fascinante obra en un futuro no muy lejano.

"Trettondagsafton" opus 60 

William Shakespeare escribió "Twelfth night" alrededor de los años 1601 y 1602. La obra, una comedia con tintes dramáticos, se inicia con un naufragio (curiosamente como "La tempestad") que divide a los hermanos Viola y Sebastián, inconscientes uno de la supervivencia del otro. Viola se disfraza de hombre, con el nombre de Cesario, y queda prendida de su benefactor Orsino. Surge entonces una trama de enredos y amores no correspondidos, donde Viola disfrazada es confundida con su hermano recién regresado,  y donde finalmente las parejas encuentran su perfecto amor. 

El título viene indicado por la denominación anglosajona de los días de fiesta que siguen al día de Navidad. La versión sueca del texto se debe a Carl August Hagberg (1820-1865), aunque algunos momentos (como la primera canción que comentaremos) corresponden a la versión más reciente de Bertel Gripenberg (1878-1947).

Las dos canciones que escribiera Sibelius son protagonizadas por uno de esos fascinantes secundarios shakespearianos que pueblan sus obras con matices ambiguos, lejos de los personajes planos que debieran esperarse para tales papeles. Feste es un bufón, pero sus comentarios y reflexiones no sólo se llenan del habitual tono de "gracioso" (como se denominaban en teatro español de la época), sus dobles sentidos y su sabiduría popular (a ratos aguda, a ratos ridícula), sino también destilan una melancolía y un tono trascendente que de hecho provoca algunos de los claroscuros más inesperados de la obra. 

De hecho la primera canción musicada corresponde a unos versos de sorpresiva y especial hondura en el momento de la comedia (Acto II, escena 4ª). A continuación damos los versos de la versión sueca y una traducción que se intenta ajustar a la misma, y no tanto al original inglés, que debido a la rima discrepa en las diversas traducciones posibles (los versos literales de Shakespeare, "Come away, death", pueden leerse aquí):

   1. Kom nu hit, död

   Kom nu hit, kom nu hit, död!
   I krusflor förvara mig väl;
   hasta bort, hasta bort, nöd!
   Skön jungfrun har tagit min själ.
   Med svepning och buxbom på kistans lock
   håll dig färdig;
   mång trogen har dött, men ingen dock
   så värdig.

   Ingen ros, ingen ros, då
   månde strös på mitt svarta hus;
   ingen vän, ingen vän, må
   störa vilan i jordens grus.
   Mig lägg, för tusen suckars skull,
   åt en sida,
   där ej älskande se min mull
   och kvida.
—————


   ¡Venid aquí, venid aquí, muerte!
   Con el velo mortuorio depositadme bien;
   ¡corred desde la lejanía, corred desde la lejanía, desgracia!
   Una hermosa doncella ha arrebatado mi alma.
   Con el sudario y la tapa cerrando en el féretro
   estate lista;
   muchos leales han muerto, pero nadie, sin embargo,
   tan digno.

   Ni una rosa, ni una rosa
   sobre mi negro féretro sea arrojada;
   ni un amigo, ni un amigo, 
   perturbe la tierra de mi tumba.
   Que se eviten miles de suspiros,
   depositadme, ¡oh!, donde
   el triste y verdadero amante nunca encuentre mi tumba,
   para sollozar allí.


Los versos del bardo entonan un lamento, un canto ante la idea de la muerte repleta del pesimismo barroco, donde la desesperanza del amor, el amor "ingrato" y el abandono se convierten directamente en la misma muerte, en la tombeau absoluta.

Además de Sibelius otros muchos músicos se basaron en estos célebres versos: Arne, Finzi, Korngold, Vaughan-Williams (en forma coral), etc. en la lengua original, además de Brahms, Cornelius, Loewe y otros en versión alemana...


Sir Ben Kingsley caracterizado como Feste en la notable adaptación cinematográfica de Trevor Nunn (BBC, 1996)


La segunda canción sirve de cierre a la obra (Acto V, escena 1ª y única), con un aire de tono popular, incluyendo las repeticiones y los juegos de palabras (en el original), y una referencia conclusiva muy del gusto del incipiente barroco a la escena dentro de la escena. En esta ocasión usaremos una traducción directamente del inglés ("When that I was and a little tiny boy"), ya que la musicalización de Sibelius no se detiene más que en el sentido general de la canción, y no tendría mayor interés seguir palabra por palabra la versión de Hagberg. Reproducimos la versión del hispano-mexicano Federico Patán, publicada en la magnífica edición de las obras completas de Shakespeare en la editorial Debolsillo (Random House Mondadori, volúmen 1, Comedias, 2012):

   2. Hållilå, uti storm och i regn

   Och när jag var en liten smådräng, 
   Hållilå, uti storm och regn, 
   då var mig en bädd icke mer än en säng, 
   Förty regnet det regnar var eviga dag. 

   Men när jag som karl börja’
   Hållilå, uti storm och regn, 
   då stängde envar för tjuven sin port,
   Förty regnet det regnar var eviga dag.

   Och ack då jag fick mig ett äkta viv, 
   Hållilå, uti storm och regn, 
   då lade jag av mitt rumlande liv, 
   Förty regnet det regnar var eviga dag. 

   Men när som jag tog mig en lur så söt, 
   Hållilå, uti storm och regn, 
   då hade jag druckit mig full som ett nöt, 
   Förty regnet det regnar var eviga dag. 

   En god stund redan vår värld hållit ut, 
   Hållilå, uti storm och regn, 
   men det är detsamma; vårt spel är slut.
   Gå det bra, ska’ vi spela var eviga dag.
—————


   Cuando así de pequeño un niño era,
   con el ¡eh!, con el ¡oh!, con el viento y la lluvia,
   mero juguete era cualquier cosa tonta,
   pues la lluvia caía cada día.

   Pero cuando al crecer volvime hombre,
   con el ¡eh!, con el ¡oh!, con el viento y la lluvia,
   por pillo y por ladrón me cerraban las puertas.,
   pues la lluvia caía cada día.

   Y cuando, ¡ay!, llegué a tener esposa,
   con el ¡eh!, con el ¡oh!, con el viento y la lluvia,
   con mis fanfarronadas riqueza nunca obtuve,
   pues la lluvia caía cada día.

   Y cuando por las noches a mi lecho llegaba,
   con el ¡eh!, con el ¡oh!, con el viento y la lluvia,
   borracho estaba siempre como otros camaradas,
   pues la lluvia caía cada día.

   El mundo comentó hace ya mucho tiempo.
   con el ¡eh!, con el ¡oh!, con el viento y la lluvia,
   mas eso ya no importa: la obra ha terminado
   y nos esforzaremos en siempre complaceros.

A estos versos los pusieron música también Korngold y Stanford entre otros en su lengua original, Schumann en alemán, etc.

La composición 

La obra original se escribiría entre finales de septiembre y octubre de 1909, mientras brotaban las primeras ideas para una Cuarta sinfonía. Como decíamos Sibelius realizó poco después del estreno una versión, con acompañamiento más completo, con piano (pero fiel a grandes rasgos al original guitarrístico, incluyendo sus rasgados), que publicaría también con el número de opus 60. En la edición las cinco estrofas de la segunda canción serían reducidas a los dos primeras, haciéndola notablemente corta.

Con los años, la versión con piano de "Kom nu hit, död" permanecería en el repertorio de las principales obras líricas del autor, puesto que aún hoy conserva: una de las más bellas y profundas canciones del autor, trascendiendo su origen teatral, y convirtiéndose en una de las principales sången de los recitales sibelianos. A principios de 1957 el bajo Kim Borg, emergente figura operística finlandesa y curiosamente un pariente lejano de Sibelius (por parte de la madre de este último) solicitó al músico en su retiro de Ainola la orquestación de la primera de la canciones del opus 60, junto con una versión de concierto del lamento final del tercer movimiento de "Kullervo" opus 7, trabajos que serían al efecto los últimos debidos al autor incapaz incluso, por el temblor de su mano, de escribir la música personalmente (la tarea le fue encomendada a su yerno Jussi Jalas). La orquestación, con el arpa emulando aquí al laúd, es sumamente transparente, etérea incluso, contrastando con la sobriedad y el tono trágico de la música, no recreándose pues en su patetismo, sino acaso dándole una dimensión sobrenatural.

El propio Kim Borg (que también probó suerte en la composición) orquestaría la segunda canción, aunque esta instrumentación, como la mayoría debidas a Borg, ha caído casi en el olvido. 

También hay que anotar que ninguna de las versiones de las dos canciones especifica el registro de voz, aunque casi siempre se hayan interpretado por parte de voces graves masculinas.

La primera de las canciones posee un carácter de lamento contenido, de profunda tragedia sin concesiones a la teatralidad, y una estética fundamentalmente esencialista, reduciendo sus elementos musicales a los mínimos. Es de hecho un perfecto ejemplo del estilo de su "periodo oscuro": expresionismo, armonía avanzada, muy cromática, con disonancias agudas pero sutilmente expuestas, texturas sobrias y un uso atmosférico del silencio... 

El compositor finlandés emplea aquí una línea vocal de recitativo o arioso inicial característica de algunas canciones previas que profetizaban la suma austeridad de este periodo (como "Höstkväll" opus 38 nº1):


(cliquea sobre el ejemplo para mostrarlo a mayor tamaño)

Como es habitual en nuestro compositor esos primeros compases bastan para definir toda la partitura: el acompañamiento se reduce a unos escuetos acordes (apenas habrá más que estos y algunos arpergios), que marcan el cambio armónico entre mi menor y el tono más remoto de sol♯ menor. Ese entorno armónico llega precisamente en la palabra "död" ("muerte") lo que resulta un eco de la retórica barroca. Y llega a través de una enarmonía, con la nota común al acorde de dominante de mi menor, la sensible, y la tónica de sol♯ menor: el re♯, que se muestra doliente y punzante con la suspiratio que la precede...

La relación de mi menor a sol♯ menor podría ser lógica si es a través de Mi Mayor (convirtiéndose en tal caso en la relación con la tercera minorizada tan frecuente en Sibelius). Pero aquí se elude por completo el paso intermedio: una elipsis armónica muy propia de la música esencialista de esta época.

A continuación la música asciende en una escala casi en forma de aclamación, con una caída final, un rasgo también muy propio de estos años, frecuente por ejemplo en la Cuarta sinfonía.

El recitativo da paso inadvertidamente a una entonación más melódica, pero marcada también por el cromatismo (incluyendo saltos de tritono, como el sinfonía antes citada). Toda la canción mantiene cierto aire histórico, evocando a las canciones con laúd de la época isabelina (pensemos en los bellísimos aires de Dowland), pero de ninguna forma imitándolas o queriendo realizar un pastiche pseudohistoricista. La segunda estrofa repite casi literalmente la misma música, llegando al final a reiterar el verso inicial y el oscuro acorde sobre la palabra "muerte".

En cuanto a la segunda canción, poco hay que decir, porque a decir verdad palidece enormemente ante su negra compañera. Aquí el compositor opta por una forma estrófica estricta, que no da oportunidades a matizar palabras, con una parte instrumental a base de un ostinato típicamente sibeliano. Tanto la melodía como el acompañamiento tienen un aire muy impulsivo, agudizado por el uso del tritono en el arranque de la melodía vocal y en el insistente acompañamiento mismo. La aclamación en la última frase musical permite el perpetuo retorno de la melodía.

Discografía

De la versión teatral podemos encontrar dos registros: en la integral de BIS (volumen 7 de la Sibelius Edition, publicado en 2008) encontramos la cuidada versión del barítono Gabriel Suovanen, junto con la guitarra de Juuso Nieminen, con un aire muy melancólico en la primera canción, y la representación dramática del segundo número (toques báquicos incluidos). La cuasi integral de Decca presenta la versión original también y no la pianística, bajo el barítono Tom Krause y las cuerdas del británico de ascendencia española Carlos Bonell. Una versión más austera y poco pretenciosa, con un notable nivel de canto y una guitarra mucho más discreta.

La versión pianística presenta unas cuantas alternativas. La Sibelius Edition curiosamente optó por repetir con Suovanen (en el mismo estuche), acompañado por el omnipresente y siempre perfecto Folke Gräsbeck. El tono en esta ocasión se adecúa con rotundidad a la canción de concierto, creando una interpretación mucho más profunda y sentida (incluyendo un efecto sorprendente en el acorde final, donde la voz se retrasa un instante), eliminando lo escénico y lo liviano en el segundo número.

El también barítono Jorma Hynninen entona con nobleza y máxima emoción la primera de las canciones, con al piano Ralf Gothóni, en el excelente disco de Finlandia Records que hemos recomendado en varias ocasiones, y que quizá sea la mejor grabación de esta discografía. La segunda canción se muestra también con gran fuerza, reforzada por un piano casi percutivo y de medida terrenidad.

El resto de grabaciones con piano recogen sólo la primera de las canciones. Proveniente de la prehistoria de la fonografía tenemos el registro de la contralto Marian Anderson acompañado por Kosti Vehanen, efectuado en el París de nada menos 1936 (y editado recientemente por Warner Classics en un magnífico estuche con grabaciones de entre 1928 y 1948). Anderson opta por cantar la canción en el original inglés, lo cual no produce cambios en la métrica aunque la acentuación no resulte tan natural en la lengua shakespeariana. El canto de la contralto es sumamente expresivo, desolado, ciertamente agarrotado.

También cantada como "Come away, Death" se nos presenta la versión de Kim Borg, datada justo en el año 1957, y con el piano de Erik Werba. El tono es solemne, afectado, reflexivo y contenido, una versión hermosa pero no excelente. Se encuentra en Deutsche Grammophon junto con canciones de Yrjö Kilpinen, el discreto pero sensible "Hugo Wolf" finés.

La tardía versión orquestal del propio autor de "Kom nu hit, död" cuenta también con varias notables interpretaciones. Todo un clásico es el registro de Kirsten Flagstad, bajo los sones delicados de la Sinfónica de Londres dirigida por Øivin Fjeldstad. El tono de la canción bajo la imponente voz de la noruega es sumamente dramático, y no resulta sorprendente pensar en una canción de postwagnerianismo (Richard Strauss, por ejemplo). Flagstad está magnífica, aunque la interpretación en conjunto quizá peca de ser un tanto excesiva en sus intenciones, ya que no se trata realmente de la escena de un drama musical (el registro se encuentra en varias ediciones de la casa Decca). 

Otro clásico de esta versión ha sido la del sello BIS, que en el lejano 1985 grababa la canción con Jorma Hynninen y el maestro Jorma Panula al frente de la Sinfónica de Gotemburgo (un registro que se repitió en la Sibelius Edition, sorpresivamente en el volumen dedicado a la música teatral). El registro es noble, solemne, con un tono elegiaco de profunda belleza, contenido y modesto, pero muy efectivo.

También a Jorma Hynninen le tenemos en un disco en el que Leif Segerstam le dirige, acompañado de la Filarmónica de Tampere (sello Finlandia, 1994, reeditada en Ondine) con un canto expresivo y muy matizado. Esta podríamos afirmar que sería la versión más acertada de la discografía con esta instrumentación, revelada como repleta de una belleza celestial bajo la batuta del finlandés.

La versión orquestal más reciente viene de nuevo de la mano de Segerstam, esta vez con el barítono Waltteri Torikka y la Filarmónica de Turku. Aquí tenemos un sonido preciosista y muy refinado, con un toque casi impresionista, donde la orquesta suena lejana, casi como un melodrama que acompaña al tono de cuidada pronunciación de Torikka. Una versión eficiente, pero no mucho más que eso. Como complemento Segerstam graba también (Naxos, publicación de 2015) la segunda canción de "Noche de Epifanía" en la instrumentación de Borg, con un tono monótono debido en gran parte a los bajos de la orquesta, muy pianísticos.


Versión teatral (con guitarra)
- Gabriel Suovanen & Juuso Nieminen • BIS (2008)
Interpretación: 7,5 · Estilo: 8,5 · Sonido: 8
- Tom Krause & Carlos Bonell • DECCA (1984)
Interpretación: 6,5 · Estilo: 6,5 · Sonido: 7



Versión con piano de las dos canciones:
- Jorma Hynninen & Ralf Gothóni • FINLANDIA RECORDS (1980)
Interpretación: 8,5 · Estilo: 8,5 · Sonido: 6,5
- Gabriel Suovanen & Folke Gräsbeck • BIS (2008)
Interpretación: 7,5 · Estilo: 8,5 · Sonido: 8



"Kom nu hit, död", versión con piano
- Kim Borg & Erik Werba • DEUTSCHE GRAMMOPHON (1957) [cantada con los versos originales en inglés]
Interpretación: 8 · Estilo: 7 · Sonido: 6
- Marian Anderson & Kosti Vehanen • WARNER CLASSICS (1936) [cantada con los versos originales en inglés]
Interpretación: 7 · Estilo: 6,5 · Sonido: 4 (mono)



"Kom nu hit, död", versión orquestada
- Jorma Hynninen & Orquesta Filarmónica de Tampere - Leif Segerstam • FINLANDIA RECORDS (1994) - reed. ONDINE (2007)
Interpretación: 8 · Estilo: 7,5 · Sonido: 7,5
- Kirsten Flagstad & Orquesta Sinfónica de Londres - Øivin Fjeldstad • DECCA (1958)

Interpretación: 8 · Estilo: 6 · Sonido: 6
- Jorma Hynninen & Orquesta Sinfónica de Gotemburgo -  Jorma Panula • BIS (1985)
Interpretación: 7 · Estilo: 7,5 · Sonido: 6,5
- Waltteri Torikka & Orquesta Filarmónica de Turku - Leif Segerstam • NAXOS (2015)

Interpretación: 7 · Estilo: 7 · Sonido: 8

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Escuchamos ambas canciones en un recital debido al barítono Henri Tikkanen con Kaj Ekman al piano, video de un concierto celebrado el 23 de mayo de 2015 en la Sibelius Akatemia, una lectura más que adecuada para ilustrar la obra.



Y además, podremos disfrutar de la versión de Kim Borg y los versos originales de Shakespeare: 





Un pequeño descanso

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Por razones de diversa índole, nos hemos tomado un descanso del blog, pero siempre teniendo en mente un próximo regreso, que será como muy tarde en el próximo mes de septiembre. Quizá antes. 


Seguiremos no obstante pendientes de los comentarios y de cualquier correo electrónico que nos dirijan con sus preguntas y consultas. Hasta entonces: ¡feliz verano!

Quinta sinfonía en Mi bemol Mayor opus 82 (1915-19): 3. Visión general de la obra; análisis y discografía de la versión original

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La Quinta sinfonía, obra de la que el autor llegó a plasmar hasta en tres encarnaciones, constituye una de las obras más trabajadas a fondo de su catálogo, aun cuando en ningún momento pueda parecer al oyente una partitura en exceso "compleja". Como siempre en el caso de Sibelius, el perfeccionismo del compositor se percibe en el detalle: más bien esta sinfonía adquiere un aspecto sereno, triunfal, dramático, y enormemente vital al oyente.

El aspecto más importante que debemos cuidar en un análisis de esta obra es justamente la estructura. No en vano fue la búsqueda formal más que el puro impacto de la obra - que recordemos fue un éxito en su forma primigenia - lo que le llevó al largo y tortuoso camino de escribir hasta dos versiones más de la sinfonía (además de los fragmentos descartados que dejaría en la fiera lucha). A pesar de que sobre la partitura pesa una gran afección personal, la aspiración de Sibelius con respecto a su obra siempre fue la de lograr una estructura perfecta, entendiendo esta estructura siempre como un vehículo para canalizar la inspiración de sus temas y no simplemente la reproducción académica de un esquema clásico. La Quinta tiene cierto sabor clasicista, beethoveniano si se quiere - con la inclusión inusitada de un movimiento de variaciones, una forma prácticamente única en el Sibelius de madurez - pero la norma es tomada de una manera tan personal y singular que cualquier denominación de sus arquitecturas debería estar acompañada siempre del término alla Sibelius.

Como ya hemos anunciado en los capítulos anteriores, la estructura de su forma original está forjada en cuatro movimientos, que se transformaron en tres ya en la desaparecida segunda versión de 1916, articulación que es también la definitiva de la versión más conocida, de 1919. Tanto la arquitectura general en estos cuatro movimientos como muchos de los elementos de la forma interna son resultado de la progresión que arranca de esquemas probados en el Cuarteto de cuerda "Voces intimae" (que no en vano en su viaje formal supone una suerte de "Sinfonía nº3 y ½"), y sobre todo la Cuarta sinfonía. Del Cuarteto toma fundamentalmente la idea de basar dos movimientos distintos y formas distintas en los mismos temas, y así sucede también en las partes análogas de la sinfonía. De la sinfonía anterior toma la disposición de movimientos: un primer movimiento tranquilo pero de gesto dramático y cierta idea aproximada de forma de sonata, correspondiendo al esquema clásico. En el segundo lugar un scherzo corto y conciso, sin trío y con desarrollo, en el tercero un movimiento lento y emotivo, para acabar con un finale poderoso. 

Pero la relación con la Cuarta va mucho más allá. Es, de manera más que evidente, una especie de "gemela luminosa", el reverso esperanzado incluso triunfal de la tragedia y oscuridad de aquella, una misma habitación en la ahora que se enciende la luz... Además de la disposición de los movimientos (al menos en la versión original de la Quinta) muchos elementos se dispondrán de manera especular, paralela pero inversa. De principio el intervalo base de la Cuarta, la cuarta aumentada o quinta disminuida (el tritono), trasmuta en la sinfonía siguiente en un intervalo base y unificador de quinta justa y cuarta justa también. Y todo lo que generaba ese intervalo desestabilizador y disolutivo de tritono, una armonía cromática, modulante, de centro tonal vacilante o incluso ausente en algunos puntos... queda transfigurado en la Quinta con sus intervalos justos, estables, de centro tonal claro y reconocible. Mientras que la Cuartasinfonía es la más alejada del diatonismo tradicional de su ciclo sinfónico (también una de las que contiene mayor número de armonías de decidida modalidad), la Quinta será en cambio la más diatónica y tonal, orgullosamente tonal incluso. De hecho la obra en Mi bemol Mayor es una verdadera reivindicación de lo que supone para el autor el principio de la tonalidad frente a la música atonal de su época. Claro está, y una vez más, alla Sibelius, un diatonismo con sus ribetes modales y unos acordes de sonoridad tonal pero en disposiciones y progresiones poco tradicionales... No hace pues Sibelius una reivindicación neoclasicista - avant la lettre, antes de Stravinsky -, no quiere ni continuar ni reinventar la tradición, pero si proclamar su amor por una música que no traicione aquello que entiende como arte. 

Y no puede ser casual que de hecho el tono en principio fundamental de la Cuarta, la menor, tenga como tritono la tonalidad de la Quinta, Mi bemol Mayor, el extremo opuesto en el círculo de quintas. Y que en ambos casos la secuencia armónica entre movimientos gira en torno al ciclo de terceras: fa - la - do# para la sinfonía en menor, Mib - Sol - Si para la Quinta.

Aparte de esas cuartas y quintas justas de la Quinta, presentadas en los motivos principales de manera sutil, o bien de manera más directa en las numerosas fanfarrias de la obra, hay otros elementos motívicos que unen esta última partitura internamente. La ligazón entre movimientos quizá no sea tan profunda como en otras obras (como justamente había sido en la Cuarta), aunque existen diseños comunes, como iremos viendo en el análisis, siendo el "tema de los cisnes", el carrillón de tres notas repetidas del Finale (y que el autor concibió en una fase muy primitiva de los esbozos de la obra) el más evidente. En esta ocasión Sibelius se ha recreado en los contrastes dramáticos entre los movimientos (contraste más reforzado en la versión final), y en el trabajo interno del fluir motívico continuo dentro de los movimientos, sobre todo en el primer y segundo movimientos de la versión original, fluir que se completa en la versión de 1919. Como haremos notar a continuación, estos vínculos en la Quinta son muchos más numerosos en la versión original, mientras que sus apariciones menos sutiles serán disimuladas en la versión final.



Muchos perfiles de temas también guardan cierta semejanza entre las sinfonías Cuarta y Quinta, como si fueran una contestación directa de las dudas que planteaba aquella. Las propias fanfarrias que señalábamos antes, presentes en esta última, parecen una clara contestación a las mismas figuras del metal de la Cuarta, de tinte siniestro y apocalíptico, pero que aquí se vuelven señal de victoria y culminación. Si en lCuarta hay preguntas, figuras que se pierden sin resolución, en la Quinta hay rotundas afirmaciones y conclusiones claras. Los últimos compases de la Cuarta, ambiguos e indeterminados, con una sensación de pérdida tonal, se convierten en la Quinta en una poderosa serie de acordes conclusivos, martilleantes y rotundos que no deja lugar a las dudas. 

Pero hay que notar que se produce cierta "invasión" de la dimensión oscura de la Cuarta en algunos pasajes de la Quinta, en la que vuelven sus característicos ambigüedad tonal, tritono, temas elípticos y vacilantes... Una escucha atenta o un análisis detenido puede detectar tantas semejanzas en esos pasajes que es imposible creer que son fruto de la simple coincidencia del estilo del autor o casualidad, sino que se trata de una paráfrasis explícita (nunca una cita, que Sibelius en general habría evitado) de ese "mundo" frío y aterrador de su época anterior. Casi, como Beethoven en el final de su Novena - evocando los movimientos anteriores y rechazándolos con las palabras "Oh, amigos, no en esos tonos" -, Sibelius recuerda el dolor de su obra anterior para vencerlo y transformarse a sí mismo bajo un nuevo canto a la serenidad y la alegría. Y por supuesto este paralelo y esta evolución hacia el éxtasis de la victoria tiene una connotación totalmente subjetiva: el triunfo sobre la muerte, la renovación de su propia vida. La Cuarta y la Quinta sinfonías de Sibelius conforman un díptico absolutamente perfecto para el concierto (o para el disco), con una ascensión mística de la profundidad del averno hasta el cielo más humano.

Otros paralelos/oposiciones entre ambas sinfonías incluyen aspectos más externos de la música. La orquestación es en sí mucho más luminosa también, y si la Cuarta tenía una instrumentación fundamentalmente centrada en la cuerda, la Quinta es una sinfonía de vientos. De hecho es una de las obras sinfónicas del compositor donde más destacan los vientos, mucho más de lo habitual en el genio nórdico. Es más, en esta partitura tenemos más de un episodio de sonoridades puramente aéreas, frente al Sibelius que nunca quería un pasaje sin la presencia de los arcos, aunque perfectamente estén integrados con el entorno y nunca ajenos al estilo del músico.

La misma atmósfera instrumental es más clara y las texturas más definidas, sin presencia en general de los expresivos silencios de la Cuarta, volviendo en esta nueva sinfonía a la presencia de pedales, auras y ostinatos que completan y sacian la textura de la música. 

Esas diferencias en textura y orquestación están mucho más ultimadas en la versión final, confirmando al profundizar en ellas que justamente esto era el objetivo del compositor. Así, vemos que la versión original como algo más oscura y dispersa que la versión final, incluso con una presencia más llamativa de esas evocaciones al mundo de la Cuarta, siendo en suma mucha más próxima la primera versión de la Quinta a la Cuarta que la versión definitiva de la sinfonía en Mi bemol Mayor. También el propio fluir melódico, con mayor presencia de silencios y pasajes elípticos propios del "periodo oscuro", y la armonía, con un mayor cromatismo y mayor número de disonancias, dejan la redacción primitiva en un estilo intermedio de la evolución del autor, quizá como en cierta forma Las oceánidas opus 73 (que de por sí tiene mucho de obra de "transición" entre periodos estilísticos del músico).

En resumen, la arquitectura global de la sinfonía podrá resumirse así: 

- I. Tempo tranquillo assai: como reza su indicación, un movimiento sosegado en velocidad, pero denso en contenido y en el peso dramático. A grandes rasgos, una forma de primer movimiento de sonata (attaca:)
- II. Allegro commodo. Un scherzo - sin trío -, basado en los materiales del movimiento I, y de hecho también en la forma sonata.
- III. Andante mosso. De nuevo tempo tranquilo, aunque hace las veces de movimiento lírico central. Tema con variaciones.
- IV. Allegro commodo – Largamente molto. Forma sonata sin desarrollo y con una extensa coda (o bien desarrollo situado tras la reexposición).

No tenemos a nuestra disposición la partitura de la versión original, pero además de esta razón tampoco creemos que hubiera sido necesario reiterar un análisis detallado. Trasladamos esta tarea a la partitura final, puesto que al fin al cabo es la palabra final de autor y por supuesto una redacción mucho más interesante y, por qué no decirlo, de mayor calidad que la original. Al entrar entonces en las líneas siguientes en la versión original, lo haremos centrándonos en las diferencias con la versión final, intentando averiguar además las decisiones que tomó Sibelius al revisar la obra, la razón de los cambios. Esos cambios dejarán a los dos primeros movimientos unidos y con el material algo expandido en ese movimiento doble, lo cual sucede también con el segundo movimiento de 1919. En cambio en finale de esta última versión será más conciso (482 frente a los 679 compases en origen), con un extenso pasaje que será muy abreviado.

I. Tempo tranquillo assai
Como ya hemos adelantado, el primer movimiento de la sinfonía en su versión original, a grandes rasgos y con bastante dificultad, puede definirse dentro de la forma sonata. Pero hasta ahí se puede decir conservando el respeto a la forma estándar: más bien estaríamos ante una exposición con un desarrollo pero sin reexposición, o ante una exposición y una reexposición fusionada con desarrollo. Y además se presentaría una exposición de múltiples temas o realmente motivos, aunque ciertamente se distinguen con claridad dos periodos contrastantes (uno en mayor, diatónico y estático, otro en modo menor, cromático y con tendencia al movimiento). 

Para el oyente que conozca la partitura definitiva esta versión comenzará con una ausencia: no está presente la fanfarria inicial y que en realidad, como veremos al entrar en el análisis de ese movimiento definitivo, contendrá un motivo generador de toda la sinfonía. La versión de 1915 comienza directamente con el motivo en los vientos que alterna entre dos acordes, Lab - Mib - Fa - Do, unas quintas superpuestas que en lo armónico podríamos ver como una subdominante con sexta añadida (Fa), seguida del acorde de tónica (en primera inversión). Esta secuencia es típicamente sibeliana, y ya se encontraba en el primer poema sinfónico de Lemminkäinen opus 22, amén de otras obras, como por ejemplo "Svanevit". El tema ofrece una gran serenidad, y consiste en un simple motivo (que en el fondo se resume en: apoyatura - quinta ascendente), repetido variadamente, alternándose entre flautas y oboes en terceras, y ampliándose poco a poco hasta llegar a nuevas formas, en la habitual germinación temática sibeliana. Su evolución es algo distinta (con alguna floritura más) y más extensa que en la versión final. De este motivo deriva otro, primero enunciado en las flautas y que termina en un típico tresillo sibeliano (también más amplio en esta versión). Aparte de las diferencias melódicas, también hay pequeños toques en la orquestación distintos a la versión final, aunque básicamente el pasaje es idéntico. 

Una fanfarria de fondo en las trompas sirve de puente al segundo tema... expuesta aquí algo disimuladamente, esta fanfarria será la que abra la obra en la versión de 1919, mientras que el puente estará ausente allá, sustuído por una transición más rápida y sutil. 

Las cuerdas aparecen en ese momento con un trémolo tenebroso, y cromático, subrayado por el trémolo de timbal que, tras un recuerdo al motivo inicial en las flautas (un "espectro" que desaparecerá en la versión final), dando paso al segundo grupo de temas. Este está protagonizado por un tema modulante y gesticulante, caracterizado por cuartas descendentes que alternan con intervalos cromáticos, todo bajo una atmósfera de tonalidad un tanto incierta. En esta versión el tema alterna entre violines y la madera, mientras que en la definitiva será cosa sólo de las maderas, dándose una textura más densa de la cuerda acompañante. 

Un silencio dramático (propio sólo de esta redacción) da paso a un tutti de la orquesta y un recuerdo de la fanfarria básica, derivando entonces a un nuevo motivo de la cuerda, jubiloso y esperanzado, formado por una ola de secuencias de figuras repetidas, en las que se adivina - sobre todo cuando se deja "al desnudo", en su forma básica - el "tema de los cisnes" del finale. 

Esa sería la coda de la exposición propuesta, dejando comenzar entonces el desarrollo con unos solos de la madera que crean formas del motivo inicial. El delicioso diálogo entre trompeta y flautas de la partitura de 1919 se sustituye aquí por un diálogo más directo y variado sin la presencia del instrumento de metal, y con más material y derivaciones. Las cuerdas acompañan de manera muy similar a pasajes del poema sinfónico Las oceánidas opus 73, compuesto el año anterior. Después se deja escuchar una breve pero explícita referencia al tema cromático en los graves (una nueva gesticulación que se quedará fuera). A grandes rasgos este desarrollo (¿desarrollo-reexposición?) viene a ser una ampliación del material inicial. 

Llega al turno de trabajar con el segundo grupo de temas, en alternancia entre cuerda y madera nuevamente (también cambiada a madera sola en la versión final). Una pequeña reflexión del motivo ondulante se deja sentir en dinámicas apianadas: en 1919 será sustituido por su versión más completa y jubilosa, resultando aquí el pasaje en una sensación mucho más oscura. Además, de alguna manera consigue emparentarse con el tema del tercer movimiento, otra ligazón directa que se anula en la partitura definitiva. Incluso escuchamos una pequeña inflexión lírica en las maderas, que anuncia materiales del tercer movimiento, y que, pueden adivinar, Sibelius suprimirá también.

El motivo ondulante pasa a ser una sucesión cromática de semitonos sin rumbo, convirtiéndose en un aura oscura que da soporte a uno de los momentos más singulares y conocidos de la obra: el lamento del fagot, también semitonal y ondulante, de centro tonal en continuo modular. El tema del lamento pasa al coro de la cuerda, llevado ahora al primer plano de la orquesta con toda su fuerza. Si hasta ahora este genial pasaje se conservará muy ajustado a la versión más conocida, pronto surgen diferencias: la textura no se adelgaza (se dejará prácticamente al unísono en 1919). Todo lo contrario, se crea una densa nube de sonidos - con algunas armonías que no se conservarán - entre los que se deja oír formas distorsionadas de la fanfarria - y que en la versión final serán sólo cortantes figuras de las trompas -.

Llegamos al clásico "colapso" sibeliano, que normalmente constituiría un clímax en el desarrollo antes de la reexposición, pero que aquí sirve para introducir el final de movimiento y prepararnos para el siguiente. El tema cromático (con una instrumentación muy singular), el lamento, un pizzicato de la cuerda (que anuncia claramente diseños del segundo movimiento) y lejanos ecos de la fanfarria... todos estos elementos se mezclan en un caos aniquilador, sostenido a baja intensidad sonora sin embargo. El clima en general se aproxima a algunos pasajes de la Cuarta, distanciándose en cambio mucho del de los pentagramas de 1919. El pizzicato toma de celli y contrabajos la última palabra, resaltando el acorde de quintas superpuestas del comienzo de la obra. Pero en realidad no se produce la resolución de todos los conflictos, pues la música ha quedado en suspenso: la "coda" permanece como un interrogante, no muy lejos en cuanto a efecto (aunque de manera mucho menos "negra") que los pesimistas acordes finales de la Cuarta sinfonía.

II. Allegro commodo
Una fermata da paso, sin solución de continuidad, al segundo tiempo, que queda unido con toda naturalidad al primero. Se basa pues en los mismos temas del primero, pero mucho más condensados y adoptando las dinámicas propias de un scherzo. Así, en cierta manera este segundo movimiento (bitemático) cumpliría las veces de la reexposición faltante en el movimiento anterior, idea que se confirma cuando, como ya hemos reiterado, en las versiones intermedia y final ambos movimientos quedan unidos como un solo. 

El tema inicial del tempo es una variación del tema inicial (en Do bemol Mayor = Si Mayor) del primer movimiento, con los mismos dos acordes (en las trompas también), pero hecho de notas rápidas de la cuerda sola. En todo es perfectamente reconocible, con la misma prolongación. De hecho la semejanza entre ambos movimientos es casi total, mucho más que en el pasaje correspondiente en la versión final: y así, se convertirá en la transición entre los movimientos otrora separados, transmutada allá en una espectacular fanfarria formada a partir de una variante del material inicial. 

Poco a poco a partir de esta "reexposición" se llega a nuevos materiales (esbozados en una fase muy temprana), sustituyendo a los motivos ondulantes del primer tiempo con un indudable sabor a danza, que con su pizzicato parece inspirados en los habituales valses sibelianos, siempre una señal de plenitud "dionisiaca" y despreocupación primordial. 

El vals da paso de nuevo a formulaciones del tema inicial de la sinfonía con los mismos acordes, ahora de manera muy sana y natural, una sensación de alegría sin sombras ni cromatismos (y un pasaje que se conservará sin grandes cambios en 1919). El animado tema que en la última versión estará en manos de la trompeta aquí es planteado por la cuerda (una nueva muestra de la mayor sonoridad de los vientos en la partitura definitiva), aunque su contestación con las llamativas hemiolas es mucho más cercana a la final.

También la transición al segundo periodo es casi igual, pero al llegar a la segunda sección sí hay una gran cambio: no se reexpone el segundo tema propiamente dicho del primer tempo (como en la versión definitiva), pero sí su armonía quasi bitonal. Su material melódico en cambio está más vinculado al danzante tema anterior, intentando en su lugar emparentarse con el citado tema del primer tiempo. La progresión hacia el propio colapso transcurre en términos muy parecidos, con algún pequeño cambio melódico, pero sobre todo de orquestación, otra vez más asentada en la cuerda en este fragmento. 

Finalmente llegamos a la coda, basada en la conocida fanfarria, y que presenta un significativo cambio instrumental que la hace parecer menos gloriosa, menos olímpica aquí. Se fundamentará en el tema principal de ambos movimientos, reescrita en notas iguales y entonado por las flautas fundamentalmente, con el apoyo heroico del metal, mientras que en los pentagramas de 1919 será interpretado por toda la trompetería (que aquí sólo se adueña de los últimos compases). En esta versión la coda se cierra repentinamente, sin las efectivas reiteraciones de la versión final, lo que en comparativa la hace parecer una conclusión mucho más repentina y débil.

III. Andante mosso
El tercer movimiento de la partitura original puede definirse, sin ningún lugar a la duda, como ya hemos anunciado, como un tema variado. Variaciones que, no obstante, alternan una ligereza clásica con pasajes más líricos, y variaciones amplias que fluyen unas en otras, contando con la presencia de algún episodio contrastante, a la manera de algunas variaciones del último Beethoven (sin ir más lejos el movimiento lento de la citada Novena, si excluimos su tema secundario). 

Decíamos también que se trata de una forma rarísima en el Sibelius posterior a su época de estudiante - donde sí encontramos varias composiciones con esta estructuración -, quizá sólo señalar una pieza para piano, el Air varié opus 58 nº9 de 1909, como excepción de cierta entidad. Sin embargo, hay que señalar que en cierta manera la noción de variación abarca gran parte del proceder compositivo de Sibelius, pues raramente, al menos entre sus obras de gran formato, utiliza repeticiones literales: las reutilizaciones de un mismo tema en la misma obra serán siempre variadas y transformadas. Tampoco el Sibelius posterior a este Andante usará la forma hasta su poema sinfónico Tapiola opus 112, y de nuevo lo hará a su manera. La conciencia de la forma en este movimiento también cambia con la versión: en 1915 el tema no será tan trabajado como en 1919, con una partitura bastante más "variada", valga la redundancia.

Los acordes iniciales de este movimiento están en manos de nuevo del viento solo, aunque constituya un pasaje más prolongado aquí. El tema propiamente dicho entra de la misma forma, con su pizzicato tan característico (y su ascendente en "Svanevit", [ver Ej.2c]), aunque aquí se oirá en exclusiva punteado, privándonos pues de su delicioso diálogo con las flautas en staccati de la redacción ulterior. También oímos sólo en esta versión una figura en ostinato de los timbales consistente en una quinta ascendente, que busca anunciar el "tema de los cisnes" del finale. Será otra unión temática que Sibelius retirará quizá por demasiado explícita o simplemente por engrosar la sonoridad; sin embargo aparecerá más adelante del movimiento en ambas versiones, eso sí, de manera más sutil en la final. 

La segunda variación de notas adornadas de 1919 no está presente en esta versión, que expone directamente una bella melodía descendente de cuerda al arco, comentada por las flautas como en la partitura final. La variación siguiente también falta, pasando al pasaje en sol menor (iniciado por el motivo anterior) sostenido por los trémolos de violas y celli, y de agitada orquestación en general. Aunque en principio será conservado sin grandes cambios, pronto los oscuros acordes del metal del segundo plano pasan aquí a dominar el devenir musical, llegando a un "parón" que se nos puede antojar un tanto extraño (todo el movimiento de 1915 se antoja mucho menos hilvanado que en 1919). Vuelve el pizzicato, también acompañado por las quintas ascendentes del comienzo.

El pasaje siguiente, con sus amenazadoras fanfarrias, se conservará prácticamente igual, aunque poco a poco todo se diluye en una serie de repeticiones del material anterior, al contrario que en la versión final, donde hay una elaboración mucho más diferenciada de cada variación. Algunas figuras no aparecerán en 1919, como una destacada combinación de violines en pizzicato sobre flautas en staccato. Aparece antes de la versión literal del tema que había esbozado meses antes (Ej.19), primero totalmente en pizzicato (en diferentes registros), y finalmente con una instrumentación de madera, sensacionalmente acompañado por las cuerdas punteadas, una variación que guarda una relación más directa con el tema de "Cisne blanco", y que en la partitura conocida será de nuevo mucho más tenue, y menos "cuadrada" y regular. 

Esta variación deriva en un silencio casi brusco y extenso, seguido por recuerdos del tema todavía en pizzicato, superpuestos a acordes del viento y a la apoyatura de semitono que acompaña buena parte de la partitura. El final del movimiento es otra vez un poco elusivo, sin resolución en la armonía, lejos del bellísimo pasaje correspondiente en 1919.

IV. Allegro commodo – Largamente molto
El cuarto movimiento constituye un finale triunfal, apoteósico, y es una forma sonata sin un desarrollo central, con dos temas claramente definidos y contrastados: un frenético perpetuum mobile de la cuerdas contra el "tema de los cisnes", un carrillón de notas en ostinato y cíclico, sostenido fundamentalmente por las trompas. Tras una repetición medianamente similar, el segundo tema se elonga y se desarrolla, lo cual puede ser visto con un desarrollo propiamente dicho, pero resituado al final o bien una extensísima coda (como en la Octava sinfonía de Beethoven, aunque aquí con un contenido dramático y lírico antes que la broma musical efectuada allí por el compositor de Bonn). Este pasaje, en gran medida en el homónimo menor, será mucho más extenso y desarrollado en esta versión que en la de 1919.

El comienzo de este movimiento es virtualmente idéntico, con su pequeña fanfarria inicial seguida por una frenética carrera tremolante las cuerdas, puntuadas de vez en cuando por los timbales y acordes de viento, además de ciertas inflexiones en modo lidio del tema. A partir de ahí, sin demasiada transición, se escucha el segundo tema, el ya mencionado "tema de los cisnes", entonado fundamentalmente por las trompas, y capaz con su magia de sonar indefinidamente. En esta versión no contiene en esta parte un contratema completo como en la definitiva, tan sólo un continuo devenir melódico en las maderas que lo acompañan, intentando crear una especie de canto improvisatorio. La orquestación es menos variada que en la versión de 1919, pero aun así se aproxima bastante. En medio de esa explosión de majestuosidad, que ha pasado del Mib Mayor al Do Mayor, surge una extraña figura en las trompetas (el ejemplo está tomado del libro de Erik Tawaststjerna, que reproduce este extracto de la versión original de la sinfonía [notas reales]:)


(cliquea en la imagen para agrandarla)

El motivo, que no es sino una clara cita del tema del segundo grupo del primer movimiento, superpuesto aquí al "tema de los cisnes", es un verdadero y hondo lamento, con una superposición motívica e incluso bitonal al estilo de la Cuarta sinfonía, según sentencia Andrew Barnett. Esta interjección llamó la atención - negativamente - al crítico Otto Kotiläinen, y no permanecerá en la partitura de 1919: una nueva ocasión en la que Sibelius elimina recurrencias motívicas demasiado visibles y ostentosas.

El primer tema se repite primero en los vientos, siendo de nuevo su instrumentación casi idéntica a la de la sinfonía final, aunque algunas voces se escriben de manera distinta. Después pasa a la cuerda asordinada y en divisi, creando una atmósfera maravillosa presente en ambas partituras. El "tema de los cisnes" entra sutilmente en las violas, aunque la transición hasta su forma completa aquí era algo más larga. Sobre este fascinante motivo de tres notas se superpone ya el contratema que en la versión final encontramos desde la primera exposición, si bien se prolonga más aquí. Y se muestra algo más fragmentado en esa prolongación, en un desarrollo y una "descomposición" extensa de sus mínimos elementos. Pasaje ciertamente extraño, con sonoridades sorprendentes (como los oboes, que parecen indicar claramente el origen "ornitológico" de la inspiración sibeliana). Este fragmento de nuevo está muy cerca de la Cuarta, y como vemos que es norma, también será eliminado. 

Tras ello comienza la sección que podemos más claramente tildar de desarrollo, sección ausente de la versión final. Surge con referencias primero al tema inicial en los vientos, al contratema, y contiene una cortante sucesión de intervalos de semitono, que hace referencia a ciertas figuras de este movimiento y del anterior. Todo parece tender al "colapso", hasta la aparición de un melancólico y bellísimo tema en la cuerda, en mi bemol menor, que como sabemos fue esbozado en principio para la Sexta sinfonía (Ej. 18). Aquí se ve acompañado de retazos del desarrollo anterior, y un entorno denso (incluyendo los extraños "graznidos" de los oboes), también de manera análoga a pasajes paralelos de Il tempo largo de la Cuarta. La versión final tendrá sonoridades menos masivas y más elegantes, menos trágicas incluso, aunque la melodía será casi la misma, excepto por algunas pequeñas prolongaciones. 


Resurge el "tema de los cisnes" y vuelve el tono inicial, y con el tema también el recuerdo del motivo trágico del primer movimiento (Ejemplo "a" de este post), en lugar de la "redención" en mayor del contratema como se hará en los pentagramas de 1919, y ahora en la cuerda, más atenuado, como "vencido". 

La progresión modulante del "tema de los cisnes" se hace aquí más extensa que en la versión definitiva, incluyendo anhelantes figuras de la cuerda que crean una atmósfera de gran ansiedad y tensión, una atmósfera verdaderamente fantástica y de nuevo más pesimista que el pasaje correspondiente en la versión definitiva. Según se aproxima la coda la música adquiere contornos de auténtica apoteosis (nótense algunas extraordinarias figuras de los violines, casi feéricas). Aunque en la versión final se ganará en perfección y eficacia acortando este pasaje, se perderán algunos compases verdaderamente logrados al abandonarlo. 

Con un espíritu mucho más masivo que en redacción de 1919 se llega a los acordes finales, que al contrario que en la versión final estará no serán acordes secos sino rodeados, excepto los dos últimos, de un vibrante trémolo de las cuerdas. La sensación final es igualmente resolutiva, pero se pierde la singularidad y original extravagancia del pasaje de la partitura final.
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De la única grabación de la versión (ver más adelante) podemos escuchar el movimiento final (tan sólo) en el siguiente video:



Discografía

La versión original de la Quinta no ha sido nunca una obra olvidada en Finlandia, puesto que su partitura jamás llegó a traspapelarse, ni para los expertos sibelianos ni siquiera para las salas de conciertos del país tras el estreno de la versión definitiva: en 1970 Jorma Panula la dirigió con la Filarmónica de Helsinki. Sin embargo, la recuperación de la versión, que en principio no era sino una curiosidad frente a la sinfonía conocida y ya asentada totalmente en el repertorio, se convertiría en una verdadera sensación en 1995 con la grabación para BIS de Osmo Vänskä, en un disco (también con la insólita y extraordinaria primera versión de Una saga opus 9) que llamó la atención no sólo por la obra en sí, sino por la magnífica interpretación, y la pureza y el absoluto idioma del estilo, brindando a Vänskä y a los de Lahti a la consagración definitiva con el Gramophone Award de 1996 y el Cannes Classical Award del año siguiente.

La sinfonía se ha reeditado en un disco que contenía ambas versiones de la obra, en un primer estuche con todas las sinfonías, y también, como es natural, en un segundo estuche dentro de la Sibelius Edition, dedicado a la integral (y que incluyen más fragmentos grabados por Jaakko Kuusisto). Por ahora no tiene réplica fonográfica, y creemos que esta grabación, junto con las de Una saga y el Concierto para violín, son las tres primeras concepciones que todo sibeliano debería conocer (como mínimo) y así, no sólo explorar cuán meticuloso era el trabajo perfeccionista del compositor, sino también poder disfrutar de la inspiración más libre, hasta salvaje, de nuestro autor. 

Sinfonia Lahti (Orquesta Sinfónica de Lahti)
Osmo Vänskä
- BIS (1995)
Interpretación: 8,5 • Estilo: 7,5 • Sonido: 7,5

A pesar de ser la única grabación, no es descartable que algún director vuelva a intentarlo, porque aparte de Vänskä hay un buen interés por la versión. Sin ir más lejos, el británico Rumon Gamba interpretó la partitura original hará un par de años con la Orquesta de Queensland, en las antípodas de Europa. Por ello es posible que pasados los años podamos contar de otro registro de esta interesantísima partitura.
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Capítulo siguiente (4): Historia de las versiones intermedia (1916) y final (1919) de la sinfonía [próximamente]






"Sydämeni laulu" ("Canción del corazón"), coro masculino opus 18 nº6 (1898) sobre versos de A. Kivi

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Para conmemorar el aniversario del fallecimiento de Jean Sibelius, tal día como hoy hace 59 años, traemos al blog una de las obras más evocadoras en torno al mismo hecho de la muerte compuesta por él. La obra en cuestión es un coro a capella, con un texto extraído de la novela más reconocida y popular del escritor Aleksis Kivi, "Siete hermanos", y una de las piezas que se interpretaría ante su propia tumba, en la hermosa soledad de Ainola.

Lo cierto es que el propio compositor (y su esposa) sentiría una conexión distinta de la partitura con una muerte ajena y muy dolorosa: la pequeña Kirsti Sibelius, la segunda hija de Jean y Aino, que dejó este mundo con apenas quince meses de vida, y cuya muerte supuso un verdadero mazazo para la familia. Fue la propia esposa quien asoció el coro con la muerte de Kirsti, pues el músico escribió la composición mientras Aino estaba embarazada de la niña, y el tema de los versos, una nana fúnebre, le pareció entonces un tanto siniestro en esas condiciones... Cuando una epidemia de tifus se llevó a la pequeña, ese presentimiento de muerte se convertiría en fatal profecía... Apenas unos pocos años antes, "Sydämeni laulu" se convertiría en el equivalente sibeliano a los "Kindertotenlieder" de Mahler.


Comienzo de la partitura autógrafa de la obra de Sibelius, correspondiente al arreglo para coro mixto.

Con el significado que tiene dentro de la obra de Sibelius este poema, puede llamar mucho la atención el contraste con la fuente literaria de la que surge: la novela "Seitsemän veljestä", un libro que mezcla el realismo de la vida campesina con un gran sentido del humor y la ironía finlandesa, los sueños y temores de los jóvenes, fábulas morales y toques de fantasía - casi a la manera del "realismo mágico -, la narración con el diálogo casi teatral (o cinematográfico, diríamos a pesar del anacronismo), cuentos ancestrales con toques modernistas, la prosa rápida y directa con versos de canciones de tono folclórico, como es el caso de los versos escogidos por Sibelius. Las generaciones posteriores han visto en esta novela dialogada mucho del alma finlandesa, en su estado más puro.

Aleksis Kivi (en origen Stenvall, apellido que cambió a una versión finesa), nació en el año de 1834 en Nurmijärvi, en el sur del país. De extracción humilde, llegó a estudiar en la Universidad de Helsinki, aunque no llegó a licenciarse en nada (a pesar de sus múltiples talentos, entre ellos hablar varios idiomas). Contó con el apoyo de Johan Vilhelm Snellman, estadista y primer gran baluarte del movimiento fennoman, que reivindicaba el uso del finés como primera lengua del país, por entonces parte del Imperio Ruso. Y en efecto, Kivi escribió obras teatrales y versos en la lengua mayoritaria del pueblo, incluyendo un primerizo trabajo dramático sobre Kullervo. Pero, fuera de las polémicas que suscitó y del naciente círculo fennoman, su obra, consistente entonces en una decena de trabajos para la escena y una colección de poemas, apenas tuvo repercusión, y Kivi fue cayendo en desgracia, ahogado por la enfermedad (esquizofrenia) y el alcoholismo, hasta hundirse la pobreza, que le obligaría a volver al campo. "Los siete hermanos" fue escrita en esa última época, en un total de diez años, y publicada en 1870. Apenas dos años después, Kivi moriría en Tuusula, no muy lejos del hogar durante medio siglo del propio Sibelius, en una situación deplorable.
Monumento a Aleksis Kivi en Helsinki, frente al Teatro Nacional. 
Foto del autor del blog (septiembre de 2007)

La primera edición de su única novela no fue nada bien recibida (apenas se imprimieron unas decenas de copias), pues no sólo no se entendía su estilo, sino que además sería muy contestada por los círculos literarios, pues su realismo y estilo directo y desenfadado chocó con el romanticismo reinante, mientras que sus retratos campesinos se vieron como caricaturas y burlas al héroe popular que quería representar el nacionalismo svecoman (defensor de la primacía del sueco y de una figura más "noble" del pueblo finlandés). 

Esta percepción fue cambiando a medida que las posiciones fennoman fueron ganando, y a medida que serían apreciadas su modernidad y fidelidad a las verdaderas esencias del pueblo finlandés. Ya al principio del siglo XX fue considerada la novela pionera de la literatura finesa... Hoy en día "Siete hermanos" es la novela más leída en la propia Finlandia (el segundo libro en finés más vendido después de la Biblia, aun por delante del "Kalevala"), y en general ha sido considerado como la novela clásica en este idioma. Muchas de sus frases y expresiones forman parte del lenguaje cotidiano de los finlandeses, de manera muy análoga a las frases y expresiones del Quijote sobre el día a día del español (como curiosidad, constatemos el hecho de que Kivi había leído a Cervantes).


Portada de la última edición de la novela, 
traducción de Ursula Ojanen y Joaquín Fernández (orig. 1988), editada por Nordica Libros (2014).

Sibelius puso música a la composición en un tiempo en el que la obra de Kivi no había alcanzado la dosis de popularidad que alcanzaría un par de décadas después. Esto viene a demostrar su compromiso y su interés por el idioma finés, además de la sincera equidistancia entre los movimientos fennoman y los svecoman, aunque él en teoría tendría que estar situado entre estos últimos al tener el sueco como lengua materna. A lo largo de su trayectoria compositiva demostró lo poco adecuado del conflicto para su arte.

Además de Sibelius, otros destacados compositores finlandeses pondrán música también a estos mismos versos, como Aarre Merikanto y Einojuhani Rautavaara.

En el melancólico capítulo final del libro encontramos el destino de los protagonistas. Eero - el más joven y sagaz de los siete - sale a pasear una tarde de verano, mientras su mujer, Anna conversa una mujer con su hijo. La madre, que había tenido visiones proféticas, le promete que estará  siempre junto a él, y que más allá de la tristeza y los dolores del mundo encontrará reposo (idea, la de este "valle de lágrimas" repetida como leitmotiv a lo largo de la novela). Entonces le canta una canción, acompañada por el kántele

"Escucha mi canción, que te acompañará al país del príncipe de Tuonela, el reino de los difuntos. ¡Oh, escucha la canción de mi alma!".

     Sydämeni laulu

     Tuonen lehto, öinen lehto!
     Siell’ on hieno hietakehto,
     sinnepä lapseni saatan.

     Siell’ on lapsen lysti olla,
     Tuonen herran vainiolla,
     kaitsea Tuonelan karjaa.

     Siell’ on lapsen lysti olla,
     illan tullen tuuditella
     helmassa Tuonelan immen.

     Onpa kullan lysti olla,
     kultakehdoss’ kellahdella,
     kuullella kehrääjälintuu.

     Tuonen viita, rauhan viita!
     Kaukana on vaino, riita,
     kaukana kavala maailma.
_____

     Canción del corazón

     ¡Arboleda de Tuoni [de la Muerte], arboleda de la noche!
     Allí está la delicada cuna de arena,
     allá a mi niño acompañaré.

     Allí mi niño se divertirá,
     en los campos del amo Tuoni,
     pastoreará el ganado de Tuonela [los dominios de la Muerte].

     Allí mi niño se divertirá,
     cuando la tarde venga le mecerá
     recogido por la doncella de Tuonela.

     En el cesto dorado se divertirá,
     en la cuna de oro tumbado, 
     escuchando al chotacabras.

     ¡Lugares de Tuoni, lugares de paz!
     Lejos de la persecución y la pelea,
     lejos de la falsedad del mundo.

[La cita que precede inmediatamente a los versos está tomada de la traducción de Ojanen y Fernández, mientras que la traducción de la canción es propia, intentándonos ajustar más a las palabras originales y el orden de las palabras finesas para así seguir mejor la música.]

Los versos tienen un claro ascendente popular, por una parte por la claridad y el sencillez del lenguaje, por las tradicionales aliteraciones y paralelos de palabras emparentadas. Pero, por otra parte, debido al evidente trasfondo mitológico, con el que Kivi hace presente cómo en pleno siglo XIX aún se seguían sintiendo algunas creencias del pasado pagano de Finlandia de manera muy vívida (hecho bien constatado en toda la novela). El mito de Tuoni, del reino de los muertos, del río que lo separa de nosotros, de la hija de Tuoni (llamada Loviatar), sus hechizos lanzadores de enfermedades, etc. fue uno de los aspectos del legendarium finlandés que más vivos continuaron en el folclore y las creencias del campesinado. Al tiempo, también sedujo especialmente a los artistas que, tras la publicación del "Kalevala", se inspiraron en los mitos más ancestrales. El gélido descanso de los muertos de Tuonela aparece directamente en dos de los más magistrales poemas sinfónicos de Sibelius, El cisne de Tuonela y Lemminkäinen en Tuonela, ambos del opus 22.


"Viaje a Tuonela"(Copyright 2011-2014), obra del artista Tuomas Koivurinne

Pero aquí no hay espacio para una descripción fantástica efectuada con todos los recursos de la orquesta: el músico sólo quiere reproducir la sonoridad de un canto popular acompañado por el kántele, una auténtica canción de cuna, callada y triste. Es por ello por lo que, a pesar de contar con un coro a cuatro voces, la textura es prácticamente monofónica todo el tiempo, nota contra nota siempre, dejando incluso algunos compases al unísono, como si los dedos de la madre abandonaran momentáneamente el instrumento de cuerda y la voz prosiguiese sola. 

La música reproduce también cierto tono popular, como sucede prácticamente en todos los coros en finés del autor, pero al contrario que en obras del periodo "kalevaliano" esa evocación es más abstracta y estilizada, más centrada en elementos puramente musicales, correspondiendo así a partituras similares del periodo "romántico" en el que está escrito este coro.

Lo folclórico lo podemos sentir en el fraseo y el ritmo del canto desde la primera estrofa:


(cliquea sobre la imagen para agrandarla)

La estructura es regular, casi recitada, con compás por cada hemistiquio de verso. Al final de la estrofa se produce un pequeño cambio con el tresillo y la cadencia es sostenida por una misma nota, la primera sobre la parte fuerte del compás y más larga, rítmica toda ella extraída de la canción popular (en especial de la canción kalevaliana), pero que Sibelius ha incorporado ya desde sus primeras obras de madurez a la quintaesencia de su propio estilo.

La armonía es sin duda lo más interesante: todo el pasaje contiene las pedales repetidas en voces intermedias (un habitual sibeliano, sobre todo en obras de la década de 1890), mib y sol en todos los compases excepto el cuarto, y mib, lab y si becuadro en aquel. Eso produce sensación de estatismo y de superposición con otras armonías. 

La pieza comienza en tono de Mi bemol Mayor, pero ya a través de la sensible pasa en el segundo compás a do menor. Esa ambivalencia entre mayor y menor domina todo el coro. Destaca con fuerza la armonía del cuarto compás, en el que podíamos ver una simple apoyatura armónica, pero que, con otros paralelos en el catálogo del autor podremos sentir la fuerza de una subdominante con sexta añadida, sólo que en esta ocasión está minorizada (e invertida): lab-dob-mib-fa. El do bemol está escrito como si becuadro porque va a servir de sensible hacia el do natural siguiente, para pasar al acorde de dominante sobre la sensible antes del acorde final. Toda esta maravillosa secuencia marca el toque de tristeza profunda de la pieza.

Tras esa primera estrofa, la segunda comienza nítidamente con un "solo" (realmente tenores al unísono):



Contestado por los bajos después de la misma forma, marca cierta inflexión dórica a la melodía, aunque pronto se vuelve al modo mayor para acabar la segunda estrofa en Mi bemol Mayor, con una cadencia paralela a la anterior. 

El esquema se repetirá casi igual con las dos siguientes estrofas, hasta que la quinta vuelve a las armonías de la primera, terminando la composición en do menor y triple piano, con gesto de desconsuelo como última emoción.

El coro fue estrenado al poco de su composición, el 1 de diciembre de 1898, por el coro habitual de Jean Sibelius, en especial en esa época: el YL, dirigido por Heikki Klemetti. Desde entonces la pieza ha gozado de un enorme éxito en Finlandia, siendo una de las piezas fijas del repertorio, ya sea en su forma original o en el arreglo de la obra para coro mixto que el propio compositor realizó en 1904.

Discografía

La discografía de esta obra está circunscrita por el idioma, como es natural, a los coros locales (aunque como excepción encontraremos también un coro estonio, aunque al fin y al cabo el estonio es un idioma muy cercano al finés), y aparte de algún rarísimo disco del país de origen y una versión de coro Accentus dirigido por Eric Ericson para el sello Naïve que aún no hemos podido escuchar, estas son todas las grabaciones disponibles.


El Coro YL (Ylioppilaskunnan Laulajat o Coro de la Universidad [de Helsinki]), el mismo conjunto que estrenó la obra hace más de un siglo, dirigido su director durante décadas, Matti Hyökki, es protagonista de las tres grabaciones para coro masculino, aunque pertenecientes a diferentes fechas. La grabación de Finlandia Records/Fazer Music (actualmente dentro del grupo Warner) de los años 80 dibuja una expresividad grave, lenta y muy solemne, ciertamente más fúnebre que popular, y llena de expresión pesimista en cualquier caso. El segundo registro para Finlandia Records también, pero de casi dos décadas después con una técnica fonográfica mucho mejor, es más próxima a la palabra, más refinada y con un tono más íntimo y directo, algo más animada y con un fabuloso manejo del tenuto y la tensión dinámica. Sin duda la mejor de las tres aquí presentadas. La última grabación (por el momento) fue efectuada para la Sibelius Edition, y está publicada tanto en un disco íntegramente firmado por el YL como en el volumen XI de la citada integral, y apuesta de nuevo por la solemnidad y el tono más triste, aunque mucho mejor reflejado que en la versión de los 80, límpido y claro, en el que destaca cierto tono más recitado y poético. 
YL 
Matti Hyökki

- FINLANDIA RECORDS (1984/1986)
Interpretación: 7 • Estilo: 7,5 • Sonido: 6,5


- FINLANDIA RECORDS (2003)
Interpretación: 8,5 • Estilo: 8,5 • Sonido: 8


- BIS (2006)
Interpretación: 8 • Estilo: 8 • Sonido: 8,5


Para la versión de 1904 para coro mixto tenemos una variedad mayor que en el caso anterior, aunque de nuevo nos remitiremos a los discos habitualmente comentados en las discografías de las partituras corales.



Los discos de Riska en BIS dieron a conocer muchas partituras y versiones por primera vez, mostrando además todo el potencial de la música coral de Sibelius con unas interpretaciones muy bellas, aunque en ocasiones un tanto preciosistas. Aquí se propone una lectura muy emocionada, con un tono de confesión y hasta cierta mística, en verdad hermoso, en la que destacan las cadenciosas frases en unísono y el uso exquisito de las dinámicas. 


Coro Jubilate
Astrid Riska
- BIS (1996)
Interpretación: 8,5 • Estilo: 7 • Sonido: 7,5

Años después, Finlandia Records lanzaba su propia integral de este mismo repertorio (añadiendo varias rarezas además), en una versión más fiel a los originales pero al tiempo de musicalidad no tan lograda. Para este coro nos proponen una lectura muy idiomática, aunque algo más fría y abstracta. 


Coro de Cámara Tapiola & Amigos de Sibelius
Hannu Norjanen
- FINLANDIA RECORDS (1996/1997)

Interpretación: 7 • Estilo: 8,5 • Sonido: 7

La tercera grabación aquí valorada es la de más reciente aparición, y la apuesta de Ondine por el coro de la Filarmónica de Estonia, dirigida por Heikki Seppänen (dicho sea de paso, aparte del coro director, sello y grabación son finlandeses, no de la república báltica). El registro opta por un contraste entre las frases, incluso acelerando el tempo en las frases al unísono, además de hacerlo también entre estrofas, ralentizando al máximo la final. La interpretación es correcta, aunque las decisiones del director lastran el resultado como algo confuso.


Coro de Cámara de la Filarmónica Estonia
Heikki Seppänen
- ONDINE (2014)
Interpretación: 6,5 • Estilo: 6,5 • Sonido: 7



La grabación del Coro Dominante se efectuó para completar los huecos que quedaban entre los coros a voces mixtas de la Sibelius Edition, aunque en muchas pistas se sustituyeron las grabaciones del Coro Jubilate, que en principio iba a protagonizar todas las obras para la formación, en parte para lograr lecturas más sibelianas (aunque también para dar mayor presencia a este coro, en pleno auge). Además de en el citado volumen de la Sibelius Edition, todas estas grabaciones se recogieron en un disco propio. La interpretación es muy expresiva y amplia, muy sensible y refinada, quizá algo lenta, pero muy equilibrada y sobre todo de gran profundidad. Digna rival de la versión del Jubilate, aunque ésta es desde luego mucho más ajustada a la partitura.


Coro Dominante
Seppo Murto
- BIS (2009/2010)
Interpretación: 8,5 • Estilo: 9 • Sonido: 8,5

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Podremos ilustrar la partitura con una interpretación de la institución que lo estrenó, el coro universitario YL, dirigida por Matti Hyökki, en un concierto en directo en Japón de 2007:





Quinta sinfonía en Mi bemol Mayor opus 82 (1915-19): 4. Historia de las versiones intermedia (1916) y final (1919)

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El proceso de composición de la Quinta sinfonía fue un periodo extenso, pero sobre todo intenso, en el que la imaginación desbordante en torno a los motivos que había ingeniado para ella y la arquitectura concebida luchaban para amoldarse una en el otra. A esa lucha se le unía el compromiso de tener terminada la composición como auténtico regalo al público en agradecimiento a las conmemoraciones por su cincuenta cumpleaños, una celebración que había organizado el gobierno autónomo de Finlandia.

Inicialmente el encargo fue cumplido, y el músico, aunque no totalmente del todo seguro, estrenó la obra satisfecho, y con un gran triunfo entre los asistentes. Pero tras varias ejecuciones de la partitura en su versión original, las dudas llevaron a Sibelius a retornar a la partitura para lograr una versión con una forma “diferente, mucho más humana. Más terrenal, más vibrante”, como deja anotado en su diario el 26 de enero de 1916, apenas mes y medio desde la fecha del estreno absoluto.

A lo largo de todo aquel año, hasta su 51 aniversario, trabajaría en la revisión de la obra, aunque no en exclusiva. El año de 1916 traería también obras como "Jedermann", canciones, piezas para piano y violín y numerosas piezas para piano, sobre todo aquellas con las que esperaba ganar algo de dinero, en plena carestía por la Gran Guerra y la congelación de derechos de autor alemanes. De hecho, todos estos trabajos le distrajeron enormemente de su labor en la obra sinfónica, por lo que, a finales de noviembre, tras el estreno de la música incidental anteriormente citada, anota en su diario: “estoy trabajando en la revisión de la Quinta sinfonía. Y, otra vez, con prisas. Pero  tiene que ser buena.” 

No hay noticias de que dedicara el tiempo oportuno a la revisión los meses anteriores, aunque es difícil que no la tuviera en mente siempre. A principios de noviembre ya había anotado que los tres primeros tiempos estaban listos para mandarlos al copista, y durante un mes trabaja sólo en el Finale. Hay que resaltar que el compositor seguía hablando de la obra como si tuviera cuatro movimientos, aunque sabemos que finalmente había unido los dos primeros: quizá la inercia de la primigenia concepción, o simplemente el tener aún en su mente la idea de que la fusión no era capaz de diluir la distinción.

El apresuramiento le causa, como es de esperar, gran ansiedad, que parece unida además a su estacional depresión de finales de año: “estoy en el completo caos. ¡Qué vida!”, o “Estoy escribiendo esto a medianoche y busco en el lado oscuro de las cosas.” “¡La copia de la Quinta sinfonía cuesta 670 marcos [unos 1.500€ actuales]! ¡Eso duele! ¡El dinero se me escapa! ¿Y qué alegría sacaré de ello? Sólo críticas insultantes. ¡Qué extraña ocupación la que he escogido, ¡componer! Tal idealismo en nuestros días y nuestra edad tiene que parecer bastante absurdo. Pero quizás habrá un cambio de perspectiva pronto. Y tengo que admitir que he elevado mi mirada y he escogido algo grande.”

Con todo, la partitura estuvo lista en esta segunda versión para el planeado 8 de diciembre de 1916. En esta ocasión el escenario sería Turku (la antigua Åbo), en la Sala de la Brigada de Bomberos. El autor dirigiría a la Orquesta de la Sociedad Musical de la ciudad, reforzada al efecto con algunos profesores de Helsinki. El programa comenzaba con Una saga y Rakastava. Repetida dos días después, parece ser que la sinfonía tuvo éxito de nuevo, como refleja uno de los asistentes más ilustres, un entusiasta Axel Carpelan, el mejor amigo de Sibelius: “los sonidos de tu Quinta aún resuenan en mis oídos, más ricos, originales y hermosos que cualquier sinfonía de carácter desde Ludwig el Grande [probablemente se refiere a Beethoven]. En el Allegro molto el ánimo y la frescura natural son maravillosas: un "sueño de la noche del solsticio de verano"... las maderas = criaturas de la naturaleza, nunca antes oídas, ¡y luego este incomparable himno de los cisnes!”


Portada del libro que recoge la correspondencia entre Sibelius y Carpelan, editado por Fabian Dahlström  (2010)

Cuando interpretó la obra la siguiente semana en Helsinki, la acogida no pareció ser la de Carpelan: “no todo a mi gusto. Sin entusiasmo”, anota Sibelius en su diario. Incluso llega a achacar la frialdad del público a cierta conspiración, alentada por el crítico "Bis", que en su crítica veía carencia de forma e instrumentación, y un final en exceso disonante. En realidad, los otros críticos vieron más positivamente la sinfonía, y la reseña de Madetoja fue incluso muy laudatoria.

Aparte de estas opiniones poco más podemos decir de la obra, ya que como ya hemos anunciado repetidamente antes, esta segunda versión está perdida excepto por la particella del contrabajo (algunas hojas se emplearían en el manuscrito de 1919 también), que poco nos puede informar, salvo de lo siguiente:
- La sinfonía está estructurada en tres movimientos, con los dos primeros de 1915 fusionados, como en la versión final.
 - Ese primer tiempo ya incluye la fanfarria inicial de las trompas y la coda, similares a la versión final.
- El nuevo segundo tiempo es mucho más cercano a la versión original que a la de 1919.
- Lo mismo sucede con el Finale, excepto por un cambio importante: la mayor parte del pasaje en mi bemol se ve sustituido por un Vivace en Mi bemol Mayor. Pero el resultado es incluso más extenso: 702 compases frente a los 679 iniciales (y los 483 de la versión definitiva).

Simplemente si consideramos el tiempo que pudo dedicar a esta revisión frente a los dos años de la siguiente partitura reformada, es fácil concluir que esta versión, aún con su disposición en tres tiempos, estaría mucho más cerca de la versión original. Lo cierto es que la segunda redacción no volvería a ser interpretada nunca. Su corta vida puede indicar que sea la versión que menos satisfizo al maestro de las tres, lo que explica también en parte el que se haya descuidado más su conservación hasta su casi completa desaparición.

En Año Nuevo de 1917 el compositor vuelve a contemplar la obra en vista a su estreno en Estocolmo bajo la batuta de Armas Järnefelt. Pero finalmente decide que la obra debía tener que ser de nuevo revisada, y unos días después escribe a su cuñado: “cuando estaba componiendo mi Sinf. 5 para mi 50 aniversario, estuve muy presionado por el tiempo. Como resultado pasé el último año reelaborándola — pero aún no estoy satisfecho. Y no puedo, no puedo en absoluto enviártela.

Extracto del diario de Jean Sibelius, diciembre de 1917. El día 18 apunta: “tengo las sinfonías VI y VII en la cabeza. Y la revisión de la quinta sinfonía. En caso de que me ponga enfermo y sea incapaz de trabajar, dejo esto dicho”.

Aunque a lo largo de ese año y los meses de la Guerra Civil debió de trabajar ocasionalmente en la revisión (amén de multitud de otros trabajos, y de la preocupaciones de aquellos difíciles tiempos), no es hasta mayo de 1918 cuando encontramos al compositor plenamente inmerso no sólo en la revisión de la Quinta, sino también dando los primeros y visionarios pasos hacia las dos siguientes sinfonías, aunque aún tardaran varios años más en ver la luz. Lo refleja en una famosa carta del 2o de mayo que ya hemos referido en varias ocasiones (y que sin duda volveremos a citar): “hoy he estado ocupado con la Quinta sinfonía en una nueva forma — prácticamente recompuesta. ¿Primer movimiento enteramente nuevo? Segundo movimiento reminiscencia del antiguo, tercer movimiento reminiscencia del anterior final del primer movimiento. Cuarto movimiento: los motivos antiguos, con el final alzándose hacia un oscuro estruendo orquestal en el que el tema principal se ahogue. Todo en todo, si se puede decir así, una vigorosa intensificación justo al final. Triunfal.” Vemos cómo de nuevo se sigue refiriendo a los dos primeros tiempos de la versión original como separados.

Pero las dudas persisten a estas alturas (y no se resolverán hasta prácticamente el día del estreno último). No sólo da vueltas a componer un nuevo primer tiempo: “¿será interesante extenderla algo más? Está desfasada con respecto al gusto actual, el cual, influenciado como está por el pathos wagneriano, me parece que es teatral, y para nada sinfónico”, escribe el 3 de junio. A pesar de estas dudas, el hecho es que está trabajando intensamente en la revisión.

El labor más profundo de revisión-recomposición se hará entre febrero y mayo de 1919, meses destinados casi en exclusiva a la obra. En esta ocasión no habrá fecha de estreno fijada, lo que sin duda hará mucho por canalizar la creatividad del compositor hacia la dirección apropiada, aunque no obstante las dudas sobre la partitura le acecharán hasta prácticamente el final. 

Al comienzo de ese periodo, en el mes de febrero, el ánimo es muy positivo: “estos días han sido muy satifactorios. Vi las cosas con mucha claridad. El primer movimiento de la Quinta sinfonía es una de las mejores cosas que jamás haya escrito. No puedo entender mi ceguera”. Así, abandona la idea de un inicio de sinfonía diferente, como habría expresado a Axel Carpelan en la carta del año anterior. 

Precisamente pocos días después su amigo Carpelan moría, hecho que le sumió en un amargo dolor (fue incapaz de acudir incluso al funeral). Sin embargo, el trabajo no llegó a interrumpirse y, en cierta forma, la sinfonía, como propone Andrew Barnett, hace las veces de réquiem para Carpelan.  La obra está prácticamente concluida a finales de abril: “Sinfonía 5 - mirabile, (no diré) horribile dictu - ha alcanzado su forma final. He batallado con Dios. Mis manos tiemblan tanto que apenas puedo escribir, Oh, si tan sólo Axel estuviera vivo. Sus pensamientos estuvieron conmigo justo en el amargo fin” (22 de abril).

Pero apenas 6 días después su diario recoge las dudas trascendentales que vuelven a asaltarle, hasta un punto verdaderamente desconcertante en ese momento: “me he deshecho de los movimientos segundo y tercero de la sinfonía. El primer movimiento es una sinfonía y no requiere ninguna continuación. Ahí es donde todo comenzó!!! ¿La llamaré "sinfonía en un movimiento" o fantasía sinfónica? ¿Fantasia sinfonica I [en italiano en el original]?

Sin embargo, para fortuna de la historia de la música, las dudas pronto se despejaron: “la sinfonía será como era originalmente, en tres movimientos. Están todos ya con el copista... Una confesión: reelaboré todo el finale una vez más. Ahora es bueno. Pero esta batalla con Dios” (anotación del 6 de mayo).

La densidad del trabajo motívico y la riqueza del material habrían bastado en efecto para calificar ese movimiento como toda una sinfonía... La idea, incluso el título alternativo de "sinfonía en un movimiento / Fantasia sinfonica I", persistirán en el autor, y desembocarán en la futura Séptima sinfonía, que ya conocía entonces sus primeros esbozos. Aquella sinfonía primigeniamente se concibió en varios (3) tempi, pero será finalmente una sinfonía en un único y absoluto movimiento... estrenada en origen con el título de "Fantasia sinfonica". 

Por los comentarios del trabajo, bastante raros en un músico que nunca pecaría de estar pagado de sí mismo - todo lo contrario, Sibelius es más bien un compositor que considera a muchas de sus obras muy por debajo de la opinión de público, críticos y expertos -, la satisfacción por su trabajo es más que notable. Incluso con esas dudas de última hora (más centradas en la articulación de la obra que en la música propiamente dicha), podemos considerar que los muchos años que ocuparon al autor en encontrar la forma definitiva de su Quinta sinfonía opus 82, fueron del todo necesarios para realizar una partitura con la que se sintió enormemente feliz y orgulloso.

Aunque Sibelius pensó estrenar la partitura final en las Jornadas de Música Nórdica a celebrar en Copenhague el siguiente mes, desde la dirección del festival le insistieron en la Segunda, una obra que ofrecía un éxito seguro. Sin embargo, el periodista del Berlingske Tidende, el principal periódico de la capital danesa, se interesó por el nuevo trabajo: “¿Por qué tu Quinta sinfonía no tiene título? — Una sinfonía no lo necesita. ¿Por qué demonios debería llamarse algo? ¡Es música pura, no literatura!” Sin duda el periodista danés pensaba en las sinfonías de Nielsen, mientras el compositor finlandés recalcaba el clasicismo ascético de su trabajo. 


Jean Sibelius en Copenhague, en los Días de Música Nórdica de 1919. Su traje oscuro y su bombín de gentleman le destacan del resto, entre los que está Carl Nielsen (el segundo por la derecha).

La première se realizó finalmente en la propia Finlandia, en Sala de la Universidad de Helsinki, en el 24 de noviembre de aquel año. Como habitualmente, el propio autor dirigió a la Orquesta Filarmónica de Helsinki, en un exitoso evento que contó la presencia del propio presidente de la República Finlandesa, Kaarlo Ståhlberg. El programa, que comenzaba con la cantata "Jordens sång" ("Canción de la tierra") opus 93, escrita para la Universidad de Åbo a principio de ese año, y la integral de las 6 Humoresques para violín y orquesta(opus 87 y 89), se repitió dos veces más, con el cartel de completo siempre.

A pesar de la fama y la satisfacción de la sinfonía, a Sibelius no le urgió su difusión. Al año siguiente, en primavera, Kajanus la dirigió de nuevo, y a finales de ese 1920 Estocolmo conoció estreno fuera de Finlandia bajo la dirección de Armas Järnefelt, con excelente recepción también. 

El 12 de febrero de 1921 fue el día escogido para su estreno en Reino Unido, y nada menos que en el Queen's Hall de Londres con el director en el podio, de nuevo con una excelente acogida. Las audiencias británicas estuvieron sumamente receptivas a las nuevas obras del autor, hasta el punto que el crítico de The Times situaba por encima a la Cuarta, también interpretada en aquellas fechas. Y en ese mismo año, legaría a su amigo Ferruccio Busoni el honor de interpretar la obra en Berlín, y de nuevo con triunfo.

También 1921 la obra vería su publicación por Wilhelm Hansen, quien le habida ofrecido una cuantiosa suma: unos 14.000 marcos finlandeses (cerca de 5.5000 euros actuales). No hay noticia de que realizara el más mínimo cambio para la edición, como era bastante habitual en el músico, lo cual da cuenta una vez más de la satisfacción con esta versión. El propio autor aún dirigiría la sinfonía en Suecia en 1924, y en Dinamarca en 1926

En EE.UU. la partitura se aplaudió ya en 1922. Stokowski la interpretaría hasta en cinco ocasiones en la temporada 1925-26. Casi es lógico pensar que la Quinta tenía que ser una de los trabajos sibelianos que formaron parte de los pioneros registros discográficos de Robert Kajanus, en 1932, en su segunda ronda de grabaciones londinenses. Con aquel disco su fama se veo aumentada exponencialmente, convirtiéndose pronto en una de las favoritas del ciclo sibeliano. 

Tanto es así que muy pronto, a finales de 1936, vería la luz un nuevo registro, en manos de Serge Koussevitzky, que había dirigido en Boston ya un ciclo completo e interpretaría esta obra en multitud de ocasiones, en la cúspide de la fama del compositor. Incluso, con un añadido más que extraño: en la grabación podemos oír un cambio sorprendente debido al director, que acorta los silencios espaciados que separan los acordes finales de la sinfonía 

Tras la guerra, Erich Leinsdorf efectuaría un nueva registro, pero sería en los 50 cuando se la discografía se dispararía con nuevas interpretaciones de Koussevitzky de nuevo, y de Sixten Ehrling, Erik Tuxen, Ormandy, Anthony Collins, Karajan, Sargent, Alexander Gibson, Tauno Hannikainen... consagrándose como una obra de repertorio, una sinfonía tan tocada a lo largo y ancho del mundo como las clásicas Primera y Segunda, y aún más. Si el propio autor se sintió muy orgulloso de esta partitura, sin duda los sibelianos no podemos sino concluir que la Quinta sinfonía, en su forma final, es una de las obras maestras del compositor.

Y sin embargo, resulta paradójico que su sinfonía más triunfal y optimista quedara unida a su propia muerte: Malcolm Sargent dirigía la obra en Helsinki el 20 de septiembre de 1957, mientras el compositor exhalaba su último suspiro. Apenas un día había hablado sobre la interpretación con el director británico. Y en aquel postrer instante, su esposa Aino subió al máximo el volumen de la radio que retransmitía el concierto con el esperanza de que su música inmortal le despertara, que su lucha con Dios no acabara en derrota aún. 

La voz de Sibelius sigue resonando en esta obra magnífica, y por ella sin duda ha alcanzado la inmortalidad y el olimpo de la música occidental.

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Capítulo siguiente (5): I. Tempo molto moderato - Allegro moderato (análisis) [próximamente]

Exposición "Sibelius 150", en Valladolid y charla en el Conservatorio

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Este viernes 21 de octubre llega al Conservatorio de Valladolid la exposición "Sibelius 150", organizada por el Instituto Iberoamericano de Finlandia y la Embajada de Finlandia, además de la Orquesta Sinfónica de Lahti, y en esta ocasión con la colaboración del Conservatorio local. Desde el pasado diciembre ha recorrido diferentes localidades de España, tratando de acercar la figura del compositor finlandés a diversos centros de educación musical de nuestra geografía. 



La exposición estará presente en la ciudad hasta el 4 de noviembre. Y dentro del marco de la misma, el Instituto Iberoamericano de Finlandia y el Conservatorio han programado una conferencia en la que el autor del presente blog tendrá en placer de disertar en una de las aulas del centro al público que tenga bien acudir sobre Sibelius, su momento histórico y cultural, y la inspiración de sus obras en la mitología e historia finlandesas. La conferencia o charla tendrá lugar el próximo martes 25 de octubre, a las 19 horas. El evento, como la exposición, no está dirigido sólo a alumnos y ámbito del conservatorio, sino que está abierto también al público en general, y cualquier interesado en Sibelius y en el mundo musical de Finlandia de Valladolid o cercanías está invitado a acudir. 



En síntesis, estos son los datos sobre exposición y conferencia:
- "Sibelius 150", exposición, del abierta al público de la tarde del 21 de octubre al 4 de noviembre de 2016.
- Charla-conferencia: "Sibelius, voz y mito de Finlandia" por David Revilla Velasco, martes 25 de octubre de 2016 a las 19 horas (7 de la tarde).
- Lugar: Conservatorio de Música de Valladolid 
                (en el Centro Cultural Miguel Delibes)
                c/ Monasterio de Nuestra Señora de Prado, nº 2
                47014 Valladolid
- Página web del Conservatorio: enlace.
- Página web sobre la exposición: enlace.

Dautricourt & Garrido Porras: piezas breves para violín y orquesta. Una destacada grabación sibeliana desde Vigo

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El presente post viene motivado por la reciente incorporación al catálogo de discos de quien les escribe esta líneas de una grabación realmente destacable, tanto por su significado en el contexto de la discografía sibeliana como por su valor musical intrínseco, que ya de por sí nos valdría para poder ser ensalzada. Se trata de un volumen protagonizado por el violinista francés Nicolas Dautricourt, que interpreta la integral de las piezas breves para violín y orquesta de Sibelius (es decir, todas las partituras concertantes aparte del propio Concierto), en la que se ve acompañado por la Orquesta Vigo 430, dirigida por el sevillano Alejandro Garrido Porras. El conjunto tiene sede en la ciudad gallega, donde también se realizado el registro. El programa del disco se complementa muy sabiamente con las Cinco piezas para violín y piano opus 81, más las dos Piezas opus 2 (una de ellas en sus dos versiones, la original y la revisada), obras que cuentan con el acompañamiento del finlandés Juho Pohjonen al piano.
Antes de cantar las alabanzas de la grabación, hemos de dar cuenta de la excepcionalidad de un Sibelius grabado en España. Aunque en los últimos años, quizá en todo lo que va de siglo XXI, el Sibelius más "de repertorio" (por supuesto el Concierto, las dos primeras sinfonías, Finlandia, el Valse triste y en menor medida la Quinta sinfonía, Karelia, y algún poema sinfónico como Una saga) no es ya una excepción en los programas anuales de nuestras orquestas, los directores con sede en nuestro país (amén de pianistas, cuartetos, violinistas o cantantes) hasta el momento no se han acercado al estudio de grabación a excepción unas mínimas excepciones. Realmente se pueden contar con los dedos de una mano los discos con música del compositor finlandés grabados en España y/o por artistas españoles. 

En el pasado más remoto de la fonografía hemos podido hallar referencias a algunos rarísimos discos de pizarra o rollos de pianola con obras como el Valse triste de los mismísimos comienzos del siglo XX, algunos simplemente arreglos salonísticos, pero también alguna atractiva rareza como la del citado vals grabado en torno al año 1930 por la Orquesta Sinfónica de Madrid dirigida por el inmortal Enrique Fernández Arbós. Dejando aparte de estos viejos registros - que no han sido reeditados o digitalizados -, y algún disco de ámbito muy local, la única honrosa excepción la protagonizan tres cedés editados en 1997 por el extinto sello Arte Nova, en los que la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria dirigidas por el británico Adrian Leaper, como parte de su fecunda colaboración con la orquesta isleña. Los discos suponen una integral inacabada de las sinfonías del maestro nórdico (a falta de la Tercera y la Cuarta), amén del Concierto para violín. Quien escribe esta líneas aún no ha podido hacerse con dichos discos (descatalogados aunque no inencontrables), así que no podemos pronunciarnos sobre el resultado de la "osadía".

Si quien esté leyendo este comentario conoce alguna otra grabación de la que no tengamos noticia, agradeceríamos tener el dato.

Retornando a la que nos ocupa, el folleto que acompaña a la misma nos cuenta con toda precisión (notas en inglés, alemán y japonés, reflejando los ámbitos melómanos habituales donde suele interesar más un Sibelius) la historia misma que lleva al violinista al repertorio elegido, a través de una entrevista-ensayo - de un estilo muy frecuente en sellos independientes, y que aquí resulta ciertamente muy esclarecedora, necesaria incluso -. Dautricourt cuenta cómo llegó a las piezas casi por casualidad, y que quedó fascinado por su personalidad e individualidad, tanto formales y técnicas como los "colores e impresiones" que transmiten, antes que un virtuosismo del que tampoco reniegan. Según sus palabras, todo una fascinación por un tesoro nunca visto antes. Y el disco surge además del entusiasmo conjunto con su amigo Alejandro Garrido, con el que había estudiado (el sevillano ha desarrollado gran parte de su aprendizaje en Francia) y con el que esperaba desarrollar un proyecto común. También para las piezas con piano recurre a otro amigo, Pohjonen, al que conocía de su estancia en el Lincoln Center en Nueva York.

La historia que se nos narra es bastante representativa de lo que ocurre con Sibelius en general y sobre todo con otras obras fuera del "repertorio" (que Dautricourt discute con toda la razón del mundo): simple desconocimiento, que cuando se supera supone todo un emocionante descubrimiento hacia una música realmente fantástica y única, de la que cabe preguntarse dónde había estado escondida... Aunque la música del compositor finlandés es en Francia algo más frecuente que en nuestro ámbito, no obstante también está lejos del nivel necesario de reconocimiento.


Nicolas Dautricourt

Y hablando ya de la interpretación musical propiamente dicha, hemos de reconocer que tanto el arte tanto de Nicolas Dautricourt como de Alejandro Garrido Porras (y el de Pohjonen) nos era desconocido hasta ahora, por lo que en principio el disco nos parecía una apuesta arriesgada. Pero en un caso así, sabe bien el haberse equivocado en el pre-juicio. Dautricourt ofrece un violinismo delicado, sumamente refinado e íntimo, lo que dota a la música de Sibelius de la dimensión necesaria, pero al mismo tiempo no desaprovecha los pasajes más virtuosísticos, dándoles incluso dimensiones escénicas y algo de gesticulación (por ejemplo en la Humoresque opus 89 nº1), que no desentonan con las partituras. Las Dos piezas serias opus 77 son especialmente interesantes, ya que ofrecen una lectura intensa, mística incluso, evitando su ascetismo oscuro a cambio de un clima angelical, de gran pureza. Las dos Serenatas opus 69 son algo más flojas, quizá porque sean algo más ambiciosas y los intérpretes aquí no lo sean en su misma medida.

El violinista toca nada menos que un Antonio Stradivarius fechado en 1713, conocido como el "Château [Castillo] Pape Clément", instrumento donado, que se revela realmente delicioso. La propia orquesta suena transparente, camerística, y aunque no resulta siempre perfecta, está muy atenta al detalle y a las distintas combinaciones instrumentales. Como curiosidad, decir que el conjunto gallego toma su nombre de su estándar de afinación, dado que los intérpretes afinan el "la"... ¡a 430 hz! Hemos de reconocer que tal sutileza se nos escapa, pero en todo caso suenan realmente bien.

Las obras con piano según se Dautricourt se eligieron para buscar cierto contraste por su espíritu salonístico, no sabemos si ha sido un tanto por casualidad, pero sucede que enlazan perfectamente con el resto del disco: aunque ciertamente de espíritu más ligero como muchas de las piezas de "pan y mantequilla" escritas por Sibelius en la época de la Gran Guerra, corresponden precisamente con la mayoría de las piezas con orquesta. Además el opus 81 no es tan frecuente como las piezas opus 78 o 79, lo que cual hace agradecer aún más el registro. Incluso las dos piezas del opus 2, cuya revisión data de 1911 aun cuando las partituras originales se remontan a su época de estudiante. El disco nos ofrece como decíamos la segunda pieza de ese opus 2 en sus dos versiones, una detrás de la otra, lo que ofrece un resultado muy interesante, casi como si se tratase de dos partes de una misma pieza.


Alejandro Garrido Porras

El sonido es además muy bueno (las obras con orquesta grabadas con la Radio Galega, las obras con Pohjonen en un estudio suizo), y la presentación del disco excelente. Por poner un único pero: hubiera sería positivo algo de información extra sobre las piezas, que al no ser muy conocidas hubiera sido interesante contextualizarlas, y precisamente evitar un par de fallos en la información: la Suite para violín y cuerda no tendría que llevar el número de "opus 117", aunque así lo inscribiera inicialmente el autor y así fue publicada la obra en los años 80. Al abandonar la partitura (que por cierto, ¡no está al 100% concluida!, ya que el autor planeaba llenar la textura de algunos pasajes orquestales, en ciertos detalles bastante esquemáticos - aunque suficientes -) suprimió tal número de su catálogo (deben catalogarse como JS.185). Tampoco se aclara en la carátula y el folleto cuál es la versión original y cuál la revisada del opus 2 nº2. 

Con este mismo repertorio de piezas breves con orquesta tenemos a Dong-Suk Kang acompañado por Neeme Järvi para BIS (un antiguo registro que es el que finalmente aparece en la Sibelius Edition), que a grandes rasgos es menos interesante que el presente. De un nivel interpretativo semejante es la excelente versión de la Tapiola Sinfonietta, con el joven Pekka Kuusisto tanto al violín como a la dirección, quien aporta varios puntos más en cuanto al estilo nórdico, como es lógico (disco de Ondine). Quizá la versión más redonda sea Christian Tetzlaff acompañado por Thomas Dausgaard (Virgin), la de mejor factura técnica e interpretativa, aunque quizá la orquesta danesa tenga un volumen orquestal más amplio que el camerístico, que tanto hace por estas partituras, y el ánimo sea un tanto gélido y distante. Por lo tanto esta integral de Dautricourt no sólo supone una alternativa más, sino que entra con justicia a ser un disco "favorito" de la discografía del genio finlandés.

En cuanto a las piezas con piano, la alternativa de los registros de Nils-Erik Sparf y Bengt Forsberg (BIS, también en la Sibelius Edition) deja a estos últimos como un rival claramente vencedor, pues le dan a las piezas una solución a medio camino entre la seriedad de otras obras del autor y la ligereza salonística, por no olvidar a Pekka Kuusisto y Heini Kärkäinen en un maravilloso e intimista disco de Ondine grabado en la propia Ainola (con el piano del compositor, además). 

En fin, en todo caso, nuestra recomendación para con este disco. Además de las tiendas online, el sello La Dolce Volta está distribuido por Harmonia Mundi, por lo que en principio no les será muy difícil solicitarlo si están interesados en él. Estos son los datos, y la nota final que damos a la grabación:


"Sibelius - Humoresques - Dautricourt"
Dos humoresques para violín y orquesta opus 87
Cuatro humoresques para violín y orquesta opus 89
Dos piezas serias para violín y orquesta opus 77
Dos serenataspara violín y orquesta opus 69
Suite para violín y cuerda JS.185
Cinco piezas para violín y piano opus 81
Dos piezas para violín y piano opus 2 (versiones revisadas + vs. original de la nº2)

Nicolas Dautricourt, violín

Juho Pohjonen, piano
Orquesta Vigo 430
Alejandro Garrido Porras

- LA DOLCE VOLTA (2015)

Interpretación: 7,5  • Estilo: 6,5 • Sonido: 8,5




Quinta sinfonía en Mi bemol Mayor opus 82 (1915-19): (5) I. Tempo molto moderato - Allegro moderato (análisis)

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Capítulo anterior (4): 4. Historia de las versiones intermedia (1916) y final (1919)
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La problemática del análisis

La naturaleza formal del primer movimiento de la Quinta sinfonía de Sibelius ha sido un verdadero quebradero de cabeza para los musicólogos que se han acercado a la obra del maestro, y no existe unanimidad sobre su forma última. Se ha publicado muy diversos análisis, en los que en general se observa que el movimiento obedece a la forma sonata a grandes rasgos, pero no se ponen de acuerdo en delimitar sus secciones, sus temas, y el papel que juega la sección correspondiente al primitivo segundo movimiento. Aquel movimiento en la versión de 1915 era un fragmento separado, aunque construido sobre los mismos temas esenciales, pero en esta se presenta totalmente fusionado e indistinto (aun cuando en la partitura hay una letra de ensayo A sin que se justifique del todo en el discurso musical final). Este "scherzo" haría las veces de reexposición para casi todos los análisis.

La propuesta más radical se debe al profesor James Hepokoski, experto norteamericano (aunque por el apellido deducimos que de orígenes familiares finlandeses) graduado de Harvard y profesor en Yale (¡nada menos!), que aunque a grandes rasgos mantiene la forma sonata como esquema fundamental, introduce una noción que desborda por completo ese esquema: cada presentación de los temas no debe verse como secciones de dicha forma, sino como "rotaciones", repeticiones estróficas de un mismo material pero desarrollado de manera distinta en cada vuelta del mismo. 

Ciertamente la idea de esa "forma rotacional" encaja bien con el fluir de la obra, y se ajusta perfectamente a la estética y la filosofía composicional sibeliana, tal como hemos expresado muchas veces: la melodía es algo vivo, algo que germina y fluye, y que cuando vuelve a presentarse nunca es igual, porque por ella ha pasado el continuo devenir... 

Sin embargo, creemos necesario distinguir entre aquello que el autor realmente tenía en el ánimo y en su mente, frente a la forma a la que realmente llegó, es decir, distinguir entre la intención del autor y el resultado, en cierta medida no del todo voluntario. Recordemos las reflexiones del propio autor: “soy esclavo de mis temas”, y la relativa a la composición de esta pieza, en la que ve un mosaico arrojado desde el cielo que él debe recomponer...

Es decir, en la mente de Sibelius estaba reconducir y moldear su material hacia la forma sonata, como la forma propia de arrancar una sinfonía, pero quizá la forma plasmada en la partitura final sea en la práctica otra... De ahí se entiende perfectamente el dilema que le asaltó en los últimos meses de la revisión entre componer un nuevo primer movimiento, o las postreras dudas en los últimos días, en los que pensó separar este primer movimiento como una sinfonía en un movimiento, autosuficiente, o como una "Fantasía". Vemos pues que Sibelius ve clara esa libertad formal de la pieza concluida, y que esa redacción final encajaba con mucha dificultad en el esquema clásico, con el compromiso por esa forma que habría querido esculpir a partir de sus temas.

Aquí trataremos más bien de salvar el punto de vista que habría tenido el propio autor, y aunque aplaudimos el sensacional análisis de Hepokoski (Cambridge University Press, 2007), adoptaremos un punto de vista más tradicional, y veremos este primer movimiento como si siguiera en efecto una forma sonata académica aunque, sobra decirlo, de manera muy libre y propia.

Pero, como ya hemos dicho antes, esta decisión interpretativa trae consigo otros muchos problemas. Uno de los puntos más discutidos es si la segunda aparición de los temas puede verse como una repetición (ampliada y desarrollada) de la exposición antes de lo que sería el desarrollo propiamente dicho, emulando las repeticiones literales en la forma sonata antes del tiempo de la Novena de Beeethoven, o bien estaríamos ante el comienzo del desarrollo, en el que se produce una apelación directa a los temas de la exposición antes de que se diluyan en sus derivaciones y viajes tonales... El punto de fricción reside en que por una parte esa segunda aparición (rotación para Hepokoski) repite todo el material, pero por otra comienza en un tono distinto, Sol Mayor, (antes de volver al Mi♭ Mayor inicial), y el segundo grupo de temas también está en un tono diferente de su inicial aparición. 

Considerarlo como una doble exposición enlazaría como la forma (algo más discernible) del final, sobre todo en la versión original de la sinfonía, donde hay una repetición de los temas antes del desarrollo, pero allí esa repetición obedece más bien a una reexposición, dada la articulación de las tonalidades. Siguiendo esta disposición, esta repetición en el movimiento inicial comienza en un tono distinto al inicial, lo que marca su distinción. Por tanto, se nos antoja más firme situarnos en el segundo caso. Además hemos de contar que Sibelius nunca ha utilizado ni utilizará dobles exposiciones en sus obras de madurez, lo que hace muy cuesta arriba encontrar precisamente aquí una idea tan remotamente clasicista (incluso aunque la partitura apele más de una vez a lo clásico, pero normalmente no en lo puramente formal). 

Es que en justicia creemos que cualquier análisis debe contar siempre con los paralelos de otros trabajos del maestro, sobre todo sus antecedentes más directos, como la Tercera sinfonía, el Cuarteto "Voces intimae", la Cuarta sinfoníay por supuesto la versión original de esta Quinta, y nunca verse como una obra aislada que adopta decisiones formales aisladas, sin precedentes, por muy original que sea.

Otro problema, que ya hemos anunciado también antes, es la presencia o no de un scherzo, y hasta qué punto se puede separar en el análisis lo que era el segundo movimiento original, aquí unido plenamente al resto del movimiento. Ha habido expertos que se han pronunciado por considerarlo casi un elemento extraño, un "injerto" antes de la reexposición propiamente dicha ("injerto" que sin embargo no desentona en ningún momento del conjunto). Creemos sin embargo que es un error, y aquí postularemos que no hay que distinguir tal ente de la reexposición, sino que ese "scherzo" y la reexposición son lo mismo. 

Si no pensamos unidimensionalmente, en una sola dirección, sino en cierto modo "cuánticamente", podremos concebir sin dificultad que en este universo de las formas sibelianas una sección pueda ser dos elementos simultáneamente, estar y no estar al mismo tiempo. Así, la segunda aparición de los temas puede ser a la vez una repetición de la exposición y el comienzo del desarrollo, de la misma forma que la sección final del movimiento, el primitivo segundo movimiento, es a la vez un scherzo y la reexposición del movimiento.

Y así modestamente, intentaremos hacer un análisis con una mente abierta. No queremos aportar conclusiones definitivas, sino sintetizar lo que los analistas han planteado y a la vez aportando algunos puntos propios, en especial los vínculos más directos y paralelos con otras obras que ya hemos visitado a lo largo del blog.


Análisis

La Quinta sinfonía de Jean Sibelius se abre de manera nítida con un breve motivo de fanfarrias a manera de introducción, como un anuncio y un toque de atención glorioso de lo que va venir a continuación (notas reales):



(cliquea en los ejemplos para agrandar la imagen)

Esta fanfarria no constituye en el primer tema propiamente dicho, pero sí va ser un motivo que más allá de estos dos primeros compases va a ser apelado y desarrollado en muchos momentos del movimiento, e incluso va a tener ecos más allá. A pesar del efecto arrollador que consigue con su aparición y de su pervivencia, como tal no estaba presente en la forma original de la sinfonía (aunque se encontraba de manera más sutil en otros momentos).

Además va a ser una declaración de intenciones: tonalidad, tonalidad sin duda alguna, expresado por ese diáfano acorde de tónica inicial (aunque en segunda inversión), ese recorrido de la octava y ese "fanfárrico" salto de cuarta justa, que junto con el de quinta va a contemplar con su diatonismo toda la sinfonía, aun cuando esta contenga pasajes muy al límite de la misma.

La fanfarria se disuelve en un acorde que va a definir también la sonoridad de la sinfonía: aunque sólo se completará cuando a la tímbrica de trompas y timbal se le unan las maderas (notas reales):



Vemos un cuadro que integra diferentes elementos: mientras las trompas y el timbal dan un largo soporte al acorde, los fagotes se mueven en notas primero largas y después más rítmicas, con un contratema descendente, mientras que las flautas, dobladas por los oboes, exponen un sencillo motivo, formado por una segunda, una apoyatura, que se sigue por una clara quinta ascendente y que completa el acorde. Cuando en el compás siguiente se repita un esquema muy parecido pero en la tónica, podemos ver que ese acorde es un acorde habitual en Sibelius, que cumple función de subdominante pero con una sexta añadida, que le da coloración y cierta bella ambigüedad funcional, pero que aquí queda claro con la sucesión del mismo con la tónica, sucesión repetida hasta tres veces más, y que crea una sensación de estatismo y paz, casi hasta el infinito.

La sucesión de fanfarria y el mágico acorde ya había sido anunciada en la música para "Svanevit", que ofrece esta y otras conexiones musicales con la sinfonía, amén de conexiones espirituales. También esa sonoridad (secundada por fanfarrias) aparecía en la primera de las leyendas de Lemminkäinen opus 22, donde también juega un papel esencial, pero aquí es donde observa más esa alternancia con la tónica. Hay que decir, por cierto que también es acorde inicial de la Sonata para piano opus 31 nº3 de Beethoven (aunque seguida por una progresión muy distinta), un modelo que sin duda conocería nuestro músico, que siempre consideró al autor alemán como su favorito y más admirado.

Otros de los elementos sobre el que hay que llamar la atención es el contratema descendente de los fagotes, seguido por las trompas. Aunque ha pasado desapercibido por muchos analistas, encontraremos sus ecos más adelante y, por cierto, anuncia, con su repetición y su quinta descendiente, el tema del segundo movimiento. Nada menos.

En cuanto al material melódico propiamente dicho, este tema en realidad está formado por un motivo generador y sus sucesivas derivaciones, dado que es motivo inicial (re - mi♭ - si♭) se repite después en el acorde de tónica, y a partir de cada repetición de la secuencia va prolongándose y complicándose cada vez más en distintas combinaciones de las maderas (notas reales):



Reproducimos la derivación completa, ya que nos sirve también de ejemplo paradigmático de la idea del "motivo germinal" sibeliano, de cómo cobra vida un desarrollo melódico a partir de un elemento mínimo, alcanzando ramificaciones a veces insospechadas. 

A partir de este, se sucede una derivación un poco distinta, que se aposenta sobre un acorde de subdominante con sexta añadida de nuevo, pero ahora minorizado (o bien una tónica minorizada con una sexta dórica añadida). En cualquier caso prepara el terreno para el cambio armónico subsiguiente (notas reales):



Este motivo está claramente derivado del anterior (en sus formulaciones últimas) pero posee personalidad propia gracias a su clímax de diseño melódico en su tercera menor (o minorizada realmente), una nota que se percibe casi como una "punzada", y que acaba con un característico y elegante tresillo sibeliano. 

Pero a pesar de que podemos percibir este pasaje (repetido por los clarinetes una segunda inferior como, no por casualidad, el contratema de los fagotes) en principio como secundario, como un adorno, en realidad tiene también su significación: reconocemos en el motivo inicial de los esbozos de la sinfonía (Ejs. 1-4, etc. del post correspondiente), que aunque en apariencia no tenga la importancia que se esperaba del boceto primigenio de la sinfonía contiene uno de los diseños más repetidos a lo largo de la sinfonía, esa tercera menor tras un ascenso por tonos, con ese aire de contención de aliento, o "frustración" incluso, un dibujo muy propio del autor que le da a sus melodías y a toda su música parte del pesimismo que a veces se ha observado en ella.

También hemos de llamar la atención sobre la orquestación de la obra en estos primeros 17 compases: se ha prescindido completamente de las cuerdas, quintaesencia de la orquestación sibeliana, y se ha optado por combinaciones casi camerísticas de las maderas, siempre por pares y en terceras, acompañadas por el tono ya más orquestal y amplio del coro de trompas, más las persistentes pedales del timbal. Respecto a la versión original, esta redacción ha suprimido el clarinete bajo, aunque globalmente la presencia del viento es mucho más destacada en esta versión final.

Tras una versión más prolongada del motivo en menor en las flautas y en continuo modular, estas se suman a los clarinetes para anunciar el tema del segundo periodo de la exposición. La armadura y el primer acorde, que aparece ya en las cuerdas, está en Sol Mayor, pero el retorcido dibujo que lo anunciaba, como los siguientes acordes en violines y violas tremolantes, crean un clima de indeterminación armónica por su cromatismo y sus continuos intervalos de séptima disminuida (doble tritono).

La insinuación del tema señala también sus apoyaturas cromáticas, su recorrido cromático y su quinta final descendente, como el espejo tenebroso del motivo inicial. Finalmente, bajo esa atmósfera tremolante (y aún con el timbal como pedal), la madera expone el segundo tema (aquí puente y tema, notas reales):



El tema inicialmente plantea también una ambigüedad tonal máxima y si no la tenemos en cuenta, empezaría en una tonalidad (¿Mi♭ Mayor?) y finalizaría en una bastante distante, aquí más claramente el Sol Mayor de la armadura (con su triada). Sólo que ese acompañamiento arruina por completo el tono, creando incluso cierto grado de bitonalidad... Este fragmento nos remite de plano al mundo de la Cuarta sinfonía, y aparece como un recuerdo lejano, como un eco del lejano dolor, que en este contexto será rechazado y superado.

El tema se repite a continuación (reforzado por una trompa), pero con un acompañamiento más estable armónicamente, llegándose entonces a cierto sosiego entre el Sol Mayor y do menor (siendo lo primero una dominante de lo segundo), con una nostálgica y romántica apoyatura (que recuerda a pasajes de "Rey Christian II" o la Primer sinfonía), seguida por un puente de ritmos sincopados, previo al clímax de la exposición:



La progresión nos conduce a un fortissimo y al primer tutti de la orquesta, de los muchos - pero muy bien hilvanados - en el conjunto que traerá la pieza. Derivado de esos ritmos surge un nuevo tema en violines y en la madera, un tema ondulante, enormemente característico. Aunque en principio los forzandi y la instrumentación nos hacen centrarnos en la melodía, se revelará mucho más importante el esquema del acompañamiento, puesto que anuncia el "tema de los cisnes" del Finale (notas reales):




Aquí esa "profecía" del tema de los cisnes, que había sido concebido en una fase muy temprana de los esbozos de la sinfonía, está sobre la dominante y no en la tónica, y sin contranotas, desnudo en fagotes y trompas, y en trémolos de corcheas en la cuerda divisi. Durante unos compases continúa la articulación anterior, aunque ahora con una armonía clara y repetitiva, devolviéndonos a la quietud y serenidad del comienzo de la sinfonía y sus dos acordes. 

El tema ondulante en sí no es más que una breve figura que va subiendo o bajando por grados, y no puede considerarse sino como un final de sección (de toda la exposición), y no como una entidad propia (de hecho no aparece en la reexposición). En seguida se apaga, dejando desnudo su acompañamiento y su sereno y constante repetición sobre la dominante de Sol Mayor, tono que permanecerá para enlazar con ella con la sección siguiente.

Hemos presentado en los ejemplos casi todo el material de esta exposición, dando cuenta así de lo densa motívicamente es esta sección, que en sus 35 compases genera prácticamente todo el movimiento (y parte del resto de la sinfonía).

Como ya señalábamos, el trémolo de las cuerdas y el antecedente del tema del Finale continúan para enlazar y servir de base a la segunda sección, que como ya hemos afirmado también consideraremos como comienzo del desarrollo. Sobre el manto del "tema de los cisnes" las trompetas alternan con las flautas con formas de la fanfarria inicial (Ej. I- a) que deriva con toda naturalidad al primer tema (Ej. I- b y I- c) (notas reales):



El acompañamiento basado en el tema de los cisnes prosigue un buen rato sosteniendo esos intercambios entre los solistas de viento, mientras el tema se desarrolla y adquiere formas más prolongadas. El tono vuelve a ser el principal de la pieza, Mi♭ Mayor, pero la atmósfera y el devenir musical no es el mismo que el principio de la misma, con una orquestación mucho más amplia. Incluso el acompañamiento se hace más agitado cuando pasamos de los trémolos sobre corcheas a semicorcheas, que mantienen en un principio la armonía señalada.

Con una fluidez mayor que en la exposición llega el motivo en menor, también más ampliado y desarrollado. La armonía cesa su regularidad y se hace más modulante, pero las auras de tremoli sobre semicorcheas siguen su marcha imperturbable en este pasaje y en el siguiente, que resucita el tema modulante del segundo periodo, ahora fundamentalmente en unas maderas más completas. Su armonía es también confusa, con los tritonos del acompañamiento y su continua mutación, pero la melodía en sí parece buscar más bien el Mi♭ Mayor (creando la paradoja de que esta "repetición de la exposición" sea más bien monotónica, frente a la alternancia más clásica - aunque de tercera mayor en lugar de la habitual quinta - de la exposición). 

La apoyatura romántica, y el clímax en ff se repiten también, más masivos, mientras que el tema ondulante conoce un acompañamiento un poco distinto, cambiando el tema de los cisnes por una alternancia, con la misma figuración y casi la misma orquestación, entre la tónica (en primera inversión) y una subdominante minorizada (la♭ menor), lo que le da un tinte mucho más oscuro que su apolínea primer aparición y lo emparenta al mismo tiempo con el tema principal. 

La ondulación finalmente se diluye, sin disolución de continuidad, bajo formas del tema modulante, en especial de su anuncio y puente (comienzo del Ej. I- e). Pasamos pues a la segunda parte del desarrollo, o desarrollo propiamente dicho, donde todo el material colapsa para sumergirse en una indeterminación tonal muy notable, a través de figuras rítmicas retorcidas, pero sobre todo por una sucesión de semitonos sin finalidad segura, en una polifonía de la cuerda:



De nuevo nos encontramos con un pasaje más propio del mundo del "periodo oscuro" y en especial de la Cuarta sinfonía, el reverso tenebroso de esta obra. Como muchos trabajos de aquella fase, este pasaje parece tener cierto anhelo de contrapunto, incluso de contrapunto imitativo, pero en realidad camina a una progresiva disolución en figuras rítmicas más retorcidas. Sobre ese manto tenebroso de violines, violas y violoncelos en busca de tonalidad se deja oír en principio casi inadvertidamente un breve motivo en un fagot y un clarinete solistas, que no es sino una simple pero perturbadora sucesión de semitonos. El aura de la cuerda se hace cada vez más agitada, frenética y densa (tresillos de semicorcheas, hasta 24 notas por compás), con disonancias muy duras), hasta que se forma un tema. En realidad, no más que un diseño cromático deambulando sin rumbo, que es tomado por un solitario fagot:



Las acotaciones de "lugubre" y "patetico" al instrumentista no pueden ser más indicativas del carácter de este auténtico lamento, que nos lleva a un abismo en su falta de centro tonal (aunque sea por unos compases, este fragmento puede considerarse atonal, a pesar del marco general). Finalmente, las auras de la cuerda se diluyen en un acorde de quinta disminuida, que se superpone a una pedal de mi♭, creando de nuevo una superposición de tonos. 

Sobre esta se concreta el segundo tema de la exposición, ahora con toda la fuerza en la cuerda (sin los bajos) en octavas (notas reales):



La pérdida del aura crea cierta desasosegante sensación de vacío y pérdida, de nuevo emparentando este tema con la atmosfera elíptica y silenciosa de la Cuarta. El tema en sí parece más o menos asentado en un tono (empezando en sol menor), pero se repite secuencialmente, cada vez en un tono distinto (un uso muy clásico, pero que crea una tensión muy moderna sin embargo), llenándose la textura con un contratema en las trompas (a las que se suman las maderas) que no es sino un descenso cromático de sextas, un tanto a la inversa de la exposición inicial del tema, pero que en su ritmo y dibujo se emparenta más bien con el contratema del tema principal (Ej. I- b, fagotes), creando un extraña simbiosis entre los dos reversos de la realidad. 

A cada versión del tema, siempre en la cuerda, le repletan nuevas sonoridades en el resto de la orquesta, destacando las rápidas y cortantes figuras de trompas en rinforzando, también sacadas del mundo de la Cuarta sinfonía.

Es el clímax del desarrollo, que crece hasta en dinámica y en orquestación hasta un nuevo tutti, y un acorde de Sol♭ Mayor. Este se convierte enarmónicamente en la dominante que da paso al siguiente pasaje, que va a estar en Si Mayor (tercera mayor de Sol Mayor, a su vez tercera mayor de Mi♭ Mayor). Es la transición hacia un nuevo mundo, en realidad un regreso: toda la orquesta llega a un punto culminante y extático, lleno de luz y esplendor diáfano. Además de una transición hacia nuevos materiales se trata al mismo tiempo del comienzo de la reexposición (tal como aquí la presentamos, hay autores que lo sitúan más adelante), ya que presenta el tema principal, armonizada con sus dos acordes alternantes. Aunque en Si Mayor y con una orquestación plena, produce desde luego un magnífico efecto de vuelta (notas reales):



El tema principal se presenta con gloria en las trompetas, mientras las trompas y el timbal (de nuevo), con los fagotes, señalan los acordes, el resto de la madera dibuja la bella apoyatura y la cuerda realiza un animado ritmo. Como en la exposición, el tema se amplia y desarrolla en un cada vez más prolongado fluir melódico, mientras el tempo se acelera y en un mágico frenesí, hasta un definitivo cambio de tempo.

Con el Allegro moderato subsiguiente encontramos un nuevo tema, que se correspondería al concepto de "scherzo" propiamente dicho, un jubiloso tema de danza (notas reales):



Hay que decir que no tema no es del todo nuevo, puesto que tras las notas largas y apoyaturas iniciales (compases 2 a 5 del ejemplo) la segunda parte del tema (los siguientes cuatro compases) no son sino una versión de la fanfarria (nota por nota) junto con el tema principal, variación tan sólo en lo rítmico de la forma que había adoptado en su reexposición (ejemplo anterior). Además el inicio del tema tiene cierta semejanza también con el tema del segundo movimiento. La unidad está más que lograda, y sin ser en exceso sutil.

El tema se repite y amplía, con rítmicas muy pronunciadas, a veces con toque de vals incluso (con el acompañamiento característico de celli y bajos en pizzicato). En ese delirio feliz de danza, la cuerda aguda secunda a las flautas que llevan el peso del tema (dobladas a veces por oboes y clarinetes), pero pronto adquiere independencia. Al hacerlo completamente, los violines empiezan a formar figuras un tanto informes de quintas, alternando entre quintas justas y disminuidas, es decir tritonos, que estabilizan y desestabilizan respectivamente la tonalidad, en un juego de ambigüedades que arrugan imperceptiblemente la música:



Esta extrañas armonías permiten un paso hacia un nuevo tono: Mi♭ Mayor. La tonalidad principal de la pieza, persistente a pesar de los lejanos viajes que ha emprendido, retorna con nuevas derivaciones del tema del scherzo, en fagotes y flautas, mientras la cuerda continúa con sus mágicos tremolandi, que se amplían en sonoridad al dividirse los violines en cuatro y las violas en dos. 

Al tiempo, las trompas trazan los acordes iniciales (el de tónica con una séptima mayor añadida que le da aún más brillo) en prolongadas entonaciones, mientras flautas y oboes tocan la segunda parte del tema del scherzo, esto es, la versión de la reexposición de la fanfarria. Las sonoridades se presentan muy bellas y plenas, creándose una sensación extática. 

El ritmo adopta de nuevo carácter de danza, incluyendo formulaciones de hemiola, dando así una mayor variedad a la figuración, y se juega con los modos mayor y menor. Acompañado por las cuerdas y un persistente pedal del timbal escuchamos un nuevo tema en la trompeta:



La melodía, al menos en sus primeros compases, es un viejo conocido, pues se presentaba como "trio" de los bocetos (Ej. 14 de los esbozos). Aunque aquí no cumpla ninguna función como tal (algunos analistas sí lo han visto así, pero nosotros no lo estimamos de tal modo, de hecho sus materiales vuelven, ¡pero no los de la sección principal!), sino como una ampliación del primer tema, sí da su punto de variedad y contraste. Su material en parte es nuevo (aunque tiene algo de las quintas y cuartas de la fanfarria, y hasta anuncia la forma del "tema de los cisnes" del final), pero sobre todo traza similitudes de nuevo con fragmentos del segundo movimiento, y al final cierto recuerdo del tema minorizado (Ej. I-d, recordemos que también surgido de la etapa más primitiva de concepción de la obra). 

La última nota del tema conlleva un regreso a la tonalidad de Si Mayor, pero prolonga el material del tema de la trompeta, que pasa a dos trompas y a un fagot solo, y después a flauta con fagot, ya con cambios armónicos. Así, el tema se repite y transforma, fusionándose con formulaciones anteriores y con esquemas de hemiola, y bajo una armonía cada vez más inquieta hasta que, justo cuando la armadura marca el regreso del tono principal, la tonalidad se deshace. Y lo hace bajo un casi sobrenatural baile de tritonos en clarinetes y timbales, de nuevo como un pasaje arrancado de la Cuarta sinfonía (no en vano justamente en el scherzo correspondiente encontramos un pasaje muy similar, Ej. IIc del análisis del segundo tiempo). La semejanza es incluso más directa cuando una retorcida y modulante figuración del oboe nos conduce a un campo armónico casi de locura, de alternancia de acordes dos tonalidades dispares, Fa♭ Mayor y el tono principal, entonados casi como campanas fúnebres:


El pasaje de nuevo tiene su paralelo con la Cuarta (en el Finale, Ej.  IVe), creando una sensación quasi bitonal. Como era de esperar, este clima de incertidumbre armónica es el preludio de la reexposición del segundo tema de la forma sonata, adoptando ahora una forma más propia del "scherzo", aunque de tintes más siniestros:



El tema se entona los violines, que abandonan su divisi para entonar de nuevo en octavas las formas del tema, mientras los acordes bitonales se repiten como un inexorable martillo del destino. El tema se amplía y progresa como es de esperar, uniéndose a materiales anteriores (del "trío"), incluyendo su hemiola, al tiempo que la armonía pierde su ambigüedad hacia lugares más cómodos y estables, y la danza se torna de macabra a simplemente crepuscular: 



No obstante, parece al final que todo se ha roto, y los materiales se descomponen armónica y melódicamente en pequeños fragmentos. La música de nuevo se arruga, se retuerce al máximo, y se dispersa en mil átomos motívicos. Es un "colapso" caótico típico del compositor, con un viaje tonal muy extremo, pero la velocidad de la música y el exquisito talento orquestador de Sibelius le dan un fluidez extraordinaria. 

En medio de todo este caos se deja oír la fanfarria inicial, como anunciando que el rescate está próximo, hasta que la orquesta de nuevo crece - con el enlace del Ej. I- f mediante - al máximo, hasta llegar a un esperado tutti. En ese momento, con un fff comienza la extraordinaria coda, que aparte de superposiciones, no presenta ni un solo cromatismo en sus cerca de 90 compases frenéticos, comenzando con un dibujo por grados conjuntos en la cuerda salpicada de acordes de otros instrumentos y continuas pedales en la tónica:




Tras el arranque inicial el tempo cambia a Presto. Sobre las pedales de tónica (¡el acorde de dominante ha aparecido justo antes de este pasaje tan sólo!) como hemos dicho se escuchan diferentes superposiciones. Sobre ellas se dejan oír claramente las trompetas, que reproducen tanto melódica como armónicamente sonoridades de la fanfarria inicial (cuartas superpuestas):



Sin abandonar el tutti (exceptos breves respiraciones en los vientos), llegamos a un Più presto final, donde la música fluye a un arpegio del acorde de tónica - por si quedaban dudas del triunfo del tono -, mientras sólo las trompetas insisten en recordarnos las sonoridades iniciales. Se llega a la conclusión del monumental movimiento, con un acorde final, contundente al máximo.
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Podremos ilustrar sonoramente (y visualmente) la magistral sinfonía en el incomparable marco del Festival Sibelius de Lahti de 2015, que celebraba el 150 aniversario del compositor. Jukka-Pekka Saraste se puso al frente de la Orquesta Sinfónica de la localidad para este programa. El video ofrece la sinfonía completa (más la "propina" de la Escena con grullas opus 44 nº2). El primer movimiento va de los 0 minutos y 48 segundos del video a los 13'25'':


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Capítulo siguiente (6): II. Andante mosso, quasi allegretto (análisis) [próximamente]


Día de Finlandia, a 99 años de la independencia

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Como habitualmente todos los años, conmemoramos en el blog el Día Nacional de Finlandia, festividad que recuerda la proclamación de la independencia del país en 1917. Precisamente en un mes el país celebrará el centenario del evento a partir del próximo enero, celebración que conllevará cientos de actividades en el país, y donde sin duda la música de Jean Sibelius, "compositor nacional" y protagonista de aquella época además estará muy presente.


Nosotros haremos nuestra pequeña aportación dedicando diversos post a algunos aspectos singulares de la historia y la personalidad del país, no tanto un recorrido cronológico exhaustivo, sino una serie de "cuadros históricos" de la idiosincrasia finlandesa que nos sirvan además para complementar el contexto en el que nacieron las inmortales partituras de nuestro músico. 

Para la celebración de esta año, proponemos la siguiente ilustración sonora del poema sinfónico Finlandia opus 26, en la versión "mestiza" que mezcla el original orquestal con uno de los arreglos corales de la parte hímnica, partituras que por separado se deben a Sibelius, pero no en conjunción, aunque no es una versión nada rara y que realmente llega a funcionar. En este caso tenemos la interpretación de Leif Segerstam, dirigiendo la Filarmónica de Helsinki, con el Coro Masculino de la Politécnica, una grabación que se puede encontrar dentro del estuche de su integral de sinfonías para el sello Ondine. El texto cantado, con versos de V. A. Koskenniemi, y una traducción a nuestro idioma, pueden encontrarse aquí.




"Souda, souda, sinisorsa" ("Nada, nada, ánade"), canción JS.180 (1899)

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En la fecha de hoy conmemoramos el nacimiento del compositor que motiva el presente blog, pues un 8 de diciembre de 1865 es el día en el que nació Jean Sibelius. Aprovechamos la celebración para dar cuenta de una de sus composiciones más populares y emblemáticas en la propia Finlandia, una modesta canción para voz y piano de sencillísima factura pero de indudable encanto y desde luego inolvidable desde la primera audición.

Gran parte de la popularidad de la canción se debe a ser una del puñado que el autor escribiera con versos en finés. La inmensa mayoría de partituras de este género responden a textos en sueco (más unas pocas en alemán), ya que los textos más intimistas y personalistas de la Finlandia de la época adecuados para el formato eran propios de la literatura en sueco, mientras que las poesías de tinte más popular y patriótico y finés serían musicalizadas casi siempre como coros. 

Siendo sin embargo el texto de August Valdemar Forsman (1856-1929) de clara aspiración folclórica y de una sencillez extrema, el músico recurrió en cambio al formato más cercano de la canción. El poeta Forsman (que años más tarde cambiaría su apellido a la forma finesa de "Koskimies" - "hombre de los rápidos" en ambos idiomas -) había colaborado con el músico para su cantata académica de 1897, y contando con su amistad dos años después visitó a Sibelius en las vacaciones de verano de este último en la localidad de Kerava, con este texto bajo el brazo. Al compositor le complacieron sus palabras, y en pocas semanas le envió la partitura, en una época en la que estaba escribiendo otras de sus mejores canciones (como varias del opus 36), aunque el estilo romántico de estas dista mucho del elementalismo de aquella.


August Valdemar Koskimies (Forsman)

"Souda, souda, sinisorsa", como otras composiciones en el idioma fino-úgrico del genio nórdico, adopta un ropaje decididamente folclórico, reproduciendo los esquemas rítmicos y tonales de la canción popular, pero siempre elegantemente estilizados e idealizados. Y en este caso ese tono popular es más intenso, pues su melodía se reduce a los ritmos de notas iguales que concluyen en notas largas y repetidas tan propias del folclore finlandés, y su simplísima melodía se amolda a esos ritmos siguiendo estrictamente los del texto también, con un giro inicial hacia el modo lidio como rasgo característico:


(cliquea en el ejemplo para verlo al tamaño adecuado)

El acompañamiento es también muy elemental pero, aunque sigue la hipnótica monotonía de la melodía, ofrece cierto animado contraste con sus síncopas - tan propias del autor -, y una colorística armonización que en su vacilación La Mayor / fa♯ menor otorga mucho de la fascinación de la pieza. La forma estrófica es estricta - caso raro en Sibelius -, con sólo 9 compases de partitura, y sólo un sorprendente acorde final de fa♯ menor (frente al Fa♯ Mayor en el que concluyen el resto de las estrofas) otorga ese toque triste tan característicamente finlandés a la pieza. La partitura obvia indicaciones dinámicas y de tempo, que se dejan en mano del intérprete, evocando la libertad de la canción folclórica.

El texto evoca la idea de que el hogar, como culminación del amor, está muy unido a la naturaleza y a sus manifestaciones cotidianas, algo que expresa a la perfección buena parte del espíritu finlandés. A ojos ajenos puede sonar unos versos de carácter un tanto infantil, casi como una fábula de un mundo en el que se puede hablar con animales, pero esa comunicación forma parte también del pensamiento popular del país, herencia de la creencia pagana en la que los haltijas, deidades menores de los lugares, podían encarnarse como animales, al igual que espíritus de familiares muertos, y en especial las aves se prestaban a este intercambio con los seres de esas dimensiones. Sin que estos versos de Koskimies lleguen tan hondo, recogen muy bien esa visión de la naturaleza viva y de la que el hombre y sus sentimientos forman parte indisolublemente.

   Souda, souda, sinisorsa,
   souda tähän rantaan;
   pesäs tänne rakenna sen
   ritvakoivun kantaan!

   Laske, laske, pursi pieni,
   laske valkamaani;
   purrestasi neito nuori,
   astu asuntaani!

   Tääll’ on sija suoritettu
   sammalista sulle;
   tule, tule, kultaseni
   kumppaniksi mulle!

   Tääll’ on aallot armahat ja
   suuret hongat huojuu;
   solkikoivut soreasti
   aallon helmaan nuojuu.
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   Nada, nada, ánade,
   nada hacia esta orilla;
   ¡construye aquí tu nido
   bajo el abedul!

   Arría las velas,  barquito,
   aquí está tu embarcadero;
   ¡pues para la joven doncella que buscaste
   mi cabaña está limpia!

   Un lugar limpio se le ha preparado
   desde el suave musgo del bosque;
   ¡ven, ven, amada mía,
   acompáñame!

   Las olas amainan aquí y
   el alto abeto se mece;
   las coronas del hermoso abedul blanco
   se balancean en la entrada.


La pieza permaneció inédita un cuarto de siglo, hasta que en 1925 la revista "Aulos", publicación navideña del Suomen musiikkilehti ("Periódico musical de Finlandia") publicara un facsímil de la partitura de Forsman en un número conmemorativo de los 60 años del compositor. Desde entonces, la canción comenzaba a adquirir una fama inusitada (que sus autores nunca previeron), y se convirtió pronto en una de las más composiciones más interpretadas de Sibelius, no sólo en su forma original, sino también en todo tipo de arreglos. Y, al igual que en cierta forma la conocida "Canción de cuna" de Brahms (el "Wiegenlied" opus 49 nº4), ha llegado a convertirse en una melodía que muchos en el país nórdico creen realmente folclórica.


Primera publicación impresa de la canción (Fazer, 1939)

Uno de los arreglos más interpretados es la orquestación que hizo Jussi Jalas para la soprano Aulikki Rautawaara, muy funcional y centrada en la cuerda, con un bajo en pizzicato y los oboes entonando un plañidero color adicional. En cualquier caso, nunca falta en el repertorio de cualquier cantante de concierto finlandés que se precie, ya sea como "propina" o como número principal de sus recitales, pues lo que es indiscutible es que, bien cantada, esta canción puede llegar a ser bellísima.
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Discografía

La canción como decimos ha sido interpretada por todo cantante finlandés (y sibeliano) que se precie, indistintamente de sexo y tesitura (aunque quizá el poema podría hacernos pensar en un tenor, una voz masculina y "joven"). Por lo directa y en parte libre que es la pieza la personalidad vocal de cada cantante se pone muy de manifiesto en ella, por lo que es una "golosina" muy difícil de obviar.

Otter y Forsberg ofrecen una lectura rápida, animada y muy emocional, una de las más expresivas desde luego, remarcada con un acorde final muy sentido. Mattila adquiere un tono más concertístico, operístico incluso, poniendo un cuidado muy grande en la pronunciación y en el ritmo del poema, con lo que le da más autenticidad quizá pero musicalmente logra en cambio menos espontaneidad.

Borg, en su mítico disco que coincidió con el año de deceso del compositor,  ofrece una versión melancólica y muy afectada, con un tono muy intimista y abundantes rubati. La versión de Krause con Irwin Cage es sencilla y animada, con un tono muy popular de verdad, y muy similar a la de su recital posterior en Finlandia Records, aunque esta última respira un espíritu más libre y lírico, por lo que podemos darla aún más valor.

Dentro de las versiones con la orquestación de Jalas encontramos la de Isokoski y Segerstam como la más destacable, con su tono sencillo y de emoción directa, de tono decididamente popular. Hynninen, también con Segerstam a la batuta, tiene una entonación algo más emotiva, y también muy sencilla y confidente, aunque de carácter menos popular. A los artistas originales de la instrumentación les podemos escuchar en una añeja grabación de 1952, y una visión muy sentimental y nostálgica, que utiliza el rubato con notable libertad. 


- Anne Sofie von Otter & Forsberg • BIS (1994/95) - Sibelius Edition VII
Interpretación: 8,5 · Estilo: 7,5 · Sonido: 8

- Karita Mattila & Ilmo Ranta • ONDINE (1995) 
Interpretación: 7,5 · Estilo: 8 · Sonido: 7,5


- Kim Borg & Erik Werba • DEUTSCHE GRAMMOPHON (1957) / WARNER MUSIC 
Interpretación: 7 · Estilo: 7,5 · Sonido: 6



- Tom Krause & Gustav Djupsjöbacka • FINLANDIA RECORDS (1993)

Interpretación: 7 · Estilo: 7 · Sonido: 7,5

- Tom Krause & Irwin Cage • DECCA (1984)
Interpretación: 6,5 · Estilo: 6,5 · Sonido: 6


Orquestación de Jussi Jalas



- Soile Isokoski & Orquesta Filarmónica de Helsinki, Leif Segerstam • ONDINE (2006) 
Interpretación: 8,5 · Estilo: 8 · Sonido: 8,5

- Jorma Hynninen & Orquesta Filarmónica de Tampere, Leif Segerstam • ONDINE (2007)  
Interpretación: 7,5 · Estilo: 6,5 · Sonido: 8


Aulikki Rautawaara & Orquesta (?),  Jussi Jalas • FINLANDIA RECORDS (1952)
Interpretación: 6,5 · Estilo: 6 · Sonido: 4 (mono)

El gran Matti Salminen o más recientemente Gabriel Suovanen también han grabado la pieza para sendos recitales de canciones en finés para el sello Ondine, pero por el momento no hemos podido escuchar sus interpretaciones, dejándolas para una ocasión posterior.

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Como ilustración sonora, el siguiente video ofrece la grabación de Kim Borg, que nos sirva como recuerdo en el aniversario del maestro:






¿Nórdico o escandinavo? ¿Finlandés o finés? Algunas cuestiones básicas sobre los países del Norte

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Recientemente un lector del blog nos escribía a nuestro correo para preguntar algunas cuestiones básicas, de las que se disculpaba por ser "algo que debería saber, pero..." Hemos estimado que quizá sea interesante dedicar un pequeño espacio para dirigir a todos nuestros lectores esa contestación, ampliada, para que puedan explorar bien esas preguntar si es que también las desconocían, y de paso damos un pequeño prólogo a los posts que dedicaremos a los 100 años de la independencia de Finlandia, dándole un contexto más amplio y general.

La primera cuestión (grupo de preguntas más bien) se refería a si existe diferencia entre "nórdico" y "escandinavo"; y si es así qué denominación es más adecuada para Finlandia, y cómo encaja el país entre los demás, si también existen grandes diferencias con otros países que entran en esas diferencias.

Pues ciertamente, en primer lugar no es lo mismo "nórdico" que "escandinavo". Bajo el concepto de "países nórdicos" ("Norden" como término habitual usado justamente en ellos) se incluye una serie de países del norte de Europa que han compartido una historia y una cultura común, y cuyos vínculos e intercambios de todo tipo siguen muy vivos hoy en día. Con precisión se pueden llamar países nórdicos a Dinamarca, Suecia, Noruega, Finlandia e Islandia como países soberanos, a los que hay que añadir las Islas Feroe y Groenlandia como entidades autónomas dentro de Dinamarca (esta última es desde 2008 prácticamente independiente a efectos prácticos), y la isla de Åland, autonomía dentro de la República de Finlandia. Además hay que considerar como una identidad propia dentro del "Norden" a los pueblos saami (o lapones, aunque éste término tiene una connotación negativa), de la región de Laponia, que se extiende al norte de Noruega, Suecia y Finlandia, así como en la península de Kola (perteneciente políticamente a Rusia), considerados como el único pueblo netamente indígena de la Europa continental actual (dejando aparte las etnias de Rusia).

Banderas nórdicas. 
Arriba, de izquierda a derecha: Islandia, Islas Feroe, Dinamarca y Suecia. Abajo: Finlandia, Noruega, Åland y Groenlandia. 
Excepto esta última todas tienen en común la cruz de San Olaf o cruz nórdica. La de Groenlandia representa de manera abstracta un iceberg, con los colores de Dinamarca.

En cambio Escandinavia es un concepto más restringido. Geográficamente (la península escandinava) abarcaría estrictamente Noruega y Suecia, pero por vínculos históricos y lingüísticos muchas veces se considera a Dinamarca también como parte de Escandinavia. En cualquier caso Finlandia es un país nórdico, pero no escandinavo. 

¿Qué los une y que los diferencia? Como hemos dicho tienen una larga historia común, de intercambios, hasta el punto que durante de la llamada "Unión de Kalmar" (de 1397 a 1523), al unirse las coronas de Suecia y Dinamarca, todos los territorios nórdicos descritos formaban una única unidad política (al menos en teoría). 

Los territorios de la Unión de Kalmar (c.1400)

El núcleo de la identidad cultural e histórica de lo nórdico, es justamente lo que llamamos Escandinavia (incluyendo Dinamarca), cuyos habitantes hablaban el nórdico antiguo, una lengua germánica que unía a pueblos del sur de la península escandinava y de la de Jutlandia (Dinamarca), y las islas entre ambas. Mientras, el resto de los territorios permanecían completamente ajenos: el centro y norte de Escandinavia y del norte de Finlandia estaban ocupados por pueblos fino-ugrios que serían arrinconados progresivamente al norte, y de los que son descendientes los modernos saami; el sur de Finlandia y todo el golfo báltico estaba ocupado por otros pueblos fino-ugrios más recientes, de los que son descendientes los modernos finlandeses (además de karelios, estonios, etc.). Las Faroe estaban posiblemente ocupadas por pueblos celtas, de los que apenas hay huellas. Islandia no tenía población humana hasta la llegada de monjes irlandeses hacia el siglo IX, mientras que Groenlandia, geográficamente más cercana a América que a Europa, estaba poblada por pueblos inuit, también de cultura indígena. Poco antes de la época vikinga los pueblos escandinavos llegaron a las Feroe (siglo VII), y durante los viajes de descubrimiento y saqueo de los drakkar, llegaron a las Feroe e Islandia (finales del siglo IX) y finalmente a Groenlandia (finales del X). Tras el año 1000 estos pueblos se fueron convirtieron al cristianismo, y se expandieron también por toda la península escandinava, formando finalmente los reinos unificados de Noruega, Suecia y Dinamarca (aunque sus fronteras no eran las actuales).

En el siglo XII el cada vez más poderoso Reino de Suecia se expande hacia la actual Finlandia y el todo el golfo báltico, incorporando esos territorios a su corona. Tras algunas pérdidas en el siglo XVIII (como Estonia), sería en 1809 cuando finalmente Finlandia pasaría a manos del Imperio Ruso.

Como decíamos antes, la Unión de Kalmar unió a todos lo que llamamos hoy en día "países nórdicos", pero tras su disolución aún existirían vínculos parciales y bilaterales. Tras la separación de Suecia (de la que, tal como señalábamos, formaba parte también Finlandia), Dinamarca y Noruega permanecieron unidas, y no fue también hasta las guerras napoleónicas - exactamente en 1814 - cuando Noruega se separaría de Dinamarca para pasar... a Suecia. A principios de siglo XX fue cuando tanto Noruega como Finlandia se convertirían en países independientes: Noruega lo haría en 1905 como Reino, y Finlandia en 1917 como República.

El resto de los territorios tras la disolución de Kalmar permaneció en la corona unida de Dinamarca-Noruega. Tras la separación de 1905 Islandia, las Feroe y Groenlandia permanecieron en la corona danesa. Islandia se independizó parcialmente en 1918 (el rey de Dinamarca seguía siendo el soberano de la isla) y en 1944 totalmente, como República de Islandia. Las islas Feroe gozan de autonomía política desde 1948, y hay activos movimientos por su independencia total de Copenhague. Groenlandia también es un territorio autónomo de Dinamarca, en especial desde la ley de 2008 como decíamos antes, que deja en manos del gobierno local casi toda la política excepto asuntos exteriores. Por otra parte la isla de Åland, que siempre había pertenecido a Suecia, había sido cedida a Rusia en 1809 como parte del Gran Ducado de Finlandia, y tras la independencia de esta última seguiría en la nueva República independiente. En la actualidad es un territorio autónomo donde, por ejemplo, el sueco es el único idioma oficial.

Las lenguas también son un elemento de unidad y de diferenciación entre las distintas identidades de "Norden". En el núcleo original se hablaba una única lengua escandinava, el protonórdico primero, y en época vikinga el nórdico antiguo, que ya se dividió en dos zonas lingüísticas diferenciadas: la occidental, Noruega, y la oriental, que abarcaba territorios de las actuales Suecia y Dinamarca. El nórdico antiguo occidental se extendió hacia los territorios de ultramar: el moderno feroés y el islandés son descendientes de la antigua lengua de Noruega. Mientras que en Groenlandia en la actualidad la lengua principal (y única oficial en la actual), es una lengua inuit, el groenlandés (en realidad un conjunto de dialectos), propia de la cultura, mientras que el danés está vinculado a la lengua la metrópolis (sigue siendo hablado por sus descendientes, y aún buena parte de los nativos son bilingües). 

El feroés muestra rasgos arcaicos, pero sobre todo es el islandés el idioma actual más cercano al nórdico antiguo (conservando por ejemplo la declinación completa), hasta el punto que un islandés actual lee sin demasiado esfuerzo textos medievales (comparativamente, como un castellanoparlante leyendo un texto del siglo XVIII). 

En Noruega el idioma ha sufrido una historia más complicada y hasta cierto punto conflictiva: el moderno noruego se divide en dos variantes principales, el "bokmål" o "lengua del libro" (también llamado "riksmål", "lengua del reino"), que es la forma principal del idioma, la más hablada (del 85 al 90%) de la población, incluyendo los que hablan ambas variantes), la oficial y la corriente a nivel literario. Se distingue de la otra variante, el "nynorsk" (o "neonoruego"), en que ha sufrido una fortísima influencia del danés, sobre todo en su estrato más culto, hasta tal punto que un noruego que habla bokmål entiende con escasa dificultad el danés (y viceversa) sin preparación previa (aunque en la práctica es difícil encontrar daneses y noruegos que nunca hayan oído o leído sus idiomas espejo). El nynorsk es una lengua estandarizada por el filólogo Ivar Aasen en el siglo XIX a partir de dialectos locales y rurales, más cercanos al nórdico occidental antiguo. Sin embargo, esta variante tiene mucho de artificial, y su uso (más frecuente en el oeste y el norte del país) está muy unido inexorablemente a cierta reivindicación identitaria y política. 

Las variantes modernas del danés y del sueco descienden del nórdico antiguo oriental, aunque han evolucionado por separado y están bastante diferenciadas (no obstante aún es posible un alto grado de inteligibilidad mutua). El sueco es lengua co-oficial en Finlandia, donde los descendientes de los antiguos emigrantes, los llamados suecofinlandeses, han conservado tanto la lengua como una identidad propia. La ley (basada en porcentaje y en el número de hablantes según censo) ampara el bilingüismo oficial con el finés, y aún el monolingüismo cuando no se llega al número suficiente de hablantes (hay localidades monolingües oficialmente de suecoparlantes en Finlandia, aunque son raras). 

El finés es una lengua completamente diferente a las que tienen origen en el nórdico antiguo, y hasta tal punto diferente que pertenece a una familia lingüística absolutamente diferente a la indoeuropea a la que pertenece las escandinavas (como las demás lenguas germánicas, las romances, las eslavas, las celtas, las bálticas, etc.): la fino-ugria, a la que pertenecen también el estonio y las lenguas saami. El finés y las lenguas saami llevan asentadas en el lugar de época muy remota, anterior al desarrollo del nórdico antiguo, varios miles de años incluso, al menos en el caso de los saami, que intentan conservar sus antiguas tradiciones y modo de vida, con una continua reivindicación. Esta reivindicación raramente tiene connotaciones políticas nacionalistas, ya que no existe idea de una "nación saami", de una Laponia unida e independiente, pero sí de un reconocimiento legal y cultural a su modo de vida ancestral.

Bandera del Consejo Saami, considerada la bandera en común de los pueblos saami. Al contrario que la mayoría de las banderas nórdicas no contiene la cruz. Los círculos representan el sol y la luna. 

Por cierto, aclaramos en este punto la diferencia de uso entre "finés" y "finlandés". El diccionario de la RAE no establece diferencia entre ambas palabras, y en el lenguaje común efectivamente se utiliza indistintamente. Pero existe una convención entre los que escribimos sobre Finlandia, una especie de norma no escrita, para usar "finés" como relativo en exclusiva al idioma, y "finlandés" como adjetivo de todo lo demás que refiera a Finlandia. Esto es, por ejemplo: un finlandés habla finés. Decir "un finés habla finlandés" no es correcto en absoluto, pero quienes hacemos uso de la convención creemos que acota mejor sus significados y los hace más expresivos.

La minoría suecoparlante en Finlandia es del 5% en la actualidad (históricamente ha ido disminuyendo, y también se han vivido ciertos conflictos a lo largo de los años por su uso). A cambio, una cifra similar de finlandeses o descendientes de finlandeses vive en Suecia. Las raíces ancestrales de los finlandeses - de las que ya hablaremos en otra ocasión -, aparte de la población descendiente de los colonizadores suecos, es bastante distinta a la escandinava, pero la pertenencia durante tanto siglos al reino de Suecia ha determinado la membresía sin lugar a dudas de Finlandia a la comunidad de países nórdicos. 

Hay otros elementos importantes de refuerzan los vínculos de estos países entre sí. Uno de los más destacados es la religión, ya que a pesar de que la Unión de Kalmar había caducado, todos los países nórdicos se fueron sumando a la reforma protestante, y las iglesias principales de todo el "Norden" son de herencia luterana (han existido, de manera muy destacada en el siglo XIX, movimientos pietistas de influencia calvinista). Incluso  el cristianismo luterano ha tenido carácter de religión oficial hasta fechas muy recientes en alguno de estos países, como es el caso de Noruega. Aunque en la actualidad sólo un pequeño porcentaje de la población es practicante habitual, las distintas iglesias siguen teniendo un peso importante en sus sociedades, y goza de respeto incluso entre los no creyentes. Significativamente las antiguas religiones paganas, no tan lejanas en el tiempo, tuvieron en la historia una persistencia más allá de la conversión oficial al cristianismo, quizá más como viejos relatos literario-mitológicos y pequeñas supersticiones y tradiciones folclóricas antes que una fe verdadera en los antiguos dioses. De ahí que nos hayan llegado tesoros como los "Eddas" islandeses y otras sagas de la época vikinga (escritas sin embargo tras la conversión al cristianismo), además del "Kalevala" finlandés, las creencias en el "pueblo escondido" (elfos) en Islandia, los trolls noruegos, los espíritus locales en Finlandia, o las tradiciones chamánicas en Laponia y en la lejana Groenlandia. 

Por vínculos con el luteranismo, así como por la propia lengua, los países nórdicos y más estrictamente los escandinavos, han recibido una gran influencia social y cultural de Alemania. En el caso de Finlandia además ha habido también cierta influencia de Rusia, no tanto por su ocupación en el siglo XIX (que fue más militar y económica que poblacional), sino por el contacto y los intercambios fronterizos a lo largo de toda la historia. Además, tras la Segunda Guerra Mundial, hubo bastante inmigración de poblaciones cercanas a los finlandeses (karelios, ingrios, estonios y otras etnias más pequeñas) que emigraron la URSS a Finlandia, y llegaban con una mayor influencia rusa (la mayor parte de los karelios, por ejemplo, era de tradición ortodoxa: y ése es el principal origen del pequeño porcentaje de finlandeses actual que pertenecen a la iglesia ortodoxa). 

Bandera oficial del Consejo Nórdico

Tras la separación de estos países, se ha recorrido el camino contrario en los tiempos modernos, y los lazos han vuelto a estrecharse. Con su cierta dosis de dificultades, rivalidades y recelos, ha habido entre estos pueblos un ánimo constante por encontrar marcos comunes de colaboración y acercamiento, y a nivel político, económico, educativo y cultural las relaciones son excelentes a grandes rasgos. En 1952 se creó el Consejo Nórdico, integrado por diputados de las cinco naciones soberanas nórdicas, que ha discutido y prometido acuerdos, políticas comunes y reformas legales para acercar a los países, llegando a logros como el permitir la circulación sin pasaporte (o más exactamente, con un "pasaporte nórdico" común) de sus ciudadanos. En la actualidad, sin embargo, el Consejo tiene un menor peso político y económico, debido a que Dinamarca (desde 1973), y Finlandia y Suecia (desde 1995) forman parte de la Unión Europea, y Noruega e Islandia sin estar en la UE sí están asociadas a la misma como parte de la EFTA. Y es en estos niveles donde suelen producirse ahora los acuerdos entre los países del Consejo Nórdico el cual, no obstante, sigue teniendo un importante peso simbólico. Y siempre, por supuesto, cada país tiene iniciativas propias para acercar posturas respecto a aquellos países con los que se ha visto más vinculado.

Vemos que la historia de los países nórdicos es una historia de uniones, desuniones... y vueltas a la unión. Una historia común salpicada de muchas e interesantes diferencias, que sus ciudadanos aprecian que el resto de los europeos conozcan. Y desde aquí nuestra pequeña aportación para que así sea.

Quinta sinfonía en Mi bemol Mayor opus 82 (1915-19): (6) II. Andante mosso, quasi allegretto (análisis)

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El segundo tiempo de la sinfonía (recordemos, heredero del tercero de la versión original) constituye el movimiento lento y central de la misma, aunque su tempo sea tranquilo antes que realmente lento, y su estética contiene un punto de intermezzo, aunque salpicado de lirismo. Su carácter es amable, simple, clásico incluso, aunque propio de ese clasicismo trascendido e idealizaba que se podía escuchar en el último Beethoven, desde luego un referente para esta pieza.

El marco formal del movimiento ya lo hemos anunciado anteriormente: un tema con variaciones, rotundamente un tema con variaciones. Y hemos destacado también la rareza de esta forma dentro de la obra del compositor, máxime entre las sinfonías. Y es que, aunque el concepto de la variación/desarrollo está netamente instalado en el estilo compositivo del autor, el cierto grado de fobia que sentía a la seccionalidad, a los huecos y a patrones reiterativos sin evolución en cambio lo distancian en principio de ella. Al asumir esta arquitectura el compositor finlandés tendrá que superar esa contradicción por lo que - como es de esperar - estas variaciones lo serán "alla Sibelius": no habrá variaciones completamente paralelas en número de compases o esquemas armónicos o melódicos, no habrá seccionalidad, y el espíritu del desarrollo estará asumido en cierto modo a lo largo el movimiento. 

A cambio se trabajarán el continuo fluir musical, y las distintas variaciones como una oportunidad para el contraste dramático dentro de ese continuum evolutivo. Cada sección contendrá cierto grado de desarrollo, incluso el tema mismo es un desarrollo de una pequeña y muy simple idea inicial (una idea germinal, como corresponde con Sibelius). Al igual que la clásica forma del rondó-sonata fusiona ambas formas (a grandes trazos, un rondó con desarrollo), podríamos decir que en cierta manera este movimiento es una especie de variaciones-sonata (por la misma razón). Después de todo, el propio Sibelius declaró enigmáticamente sobre su otra gran pieza en principio articulada también como variaciones, el poema sinfónico Tapiola opus 112, que se trataba literalmente de "una forma sonata". Si no se pronunció así una extraña bizarrerie de su últimos años, tal afirmación podría asumir eso mismo: que integra ambas formas. De nuevo nos encontramos con unos principios formales "cuánticos", donde una misma pieza puede ocupar dos lugares distintos a la vez.

Y por supuesto hay una esfuerzo enorme por la unidad, una de las máximas obsesiones de nuestro autor. En principio podríamos preguntarnos si justamente unas variaciones necesitan algún procedimiento más que la propia disposición de la forma para lograr unidad. Por supuesto que no: pero Sibelius, como hemos dicho antes, necesita ir más allá para evitar la seccionalidad y el estatismo que pudiera provocar la simple secuenciación de tema y sus distintas variaciones. Para ello va a trabajar nexos de unión: un pequeño motivo que encontramos en la introducción y otros diseños que se van a superponer a algunas de las variaciones, "invasiones" de elementos de unas secciones en otras, hasta el punto que podemos encontrar cierto grado de "variación de la variación", esto es, una sección que más bien replantea una variación anterior antes que basarse (directamente) en el tema inicial... Ni decir tiene que en tal forma diluida las secciones no van a estar del todo claras, incluso al analista le pueden surgir dudas sobre si tal o cual pasaje es una variación completa o una sección de otra, o un enlace o desarrollo...

Sin embargo, la claridad y fluidez de las secciones es mucho mayor que en el movimiento correspondiente de la versión primigenia de la partitura, evitando repeticiones internas de fragmentos completos, clarificando cada variación para distinguirla de las otras. De este modo logra una forma más clásica y equilibrada que en 1915, pero aunque pierda algo de la espontaneidad casi improvisatoria de aquella, gana mucho en continuidad y naturalidad.

La tonalidad base del movimiento, mantenida en general a lo largo de la pieza, es Sol Mayor, que ya se encontraba en buena parte del primer tiempo (en su progresión de terceras mayores Mi♭ - Sol - Si), y el mismo Mi♭ Mayor, tonalidad base de toda la sinfonía se va a alcanzar alguna vez, pero la tonalidad secundaria más importante es su tercera minorizada / homónimo menor del tono del movimiento, esto es, sol menor. 

El movimiento inicia su recorrido con un pequeño y beatífico coral en clarinetes y fagotes, sostenidos por una pedal de las trompas, a modo de introducción. Pero por supuesto, cualquier sibeliano puede adivinar ya que no se tratará de ninguna simple entonación: además de contener el dibujo de todo (!) el tema, también nos adelanta su progresión armónica en sus apenas cinco compases. Sobre su pedal final va a aparecer un anuncio del tema en el pizzicato de violas y celli, presentando una imagen especular de sus primeros dibujos, hasta una tónica en los graves que declara la tonalidad (notas reales): 

(cliquea en los ejemplos para verlos a mayor tamaño)

El tema mismo, como ya hemos mencionado antes, parte de un breve motivo de cándida sencillez que, a través de repeticiones y prolongaciones internas, se extenderá muchos más compases. De hecho todo el "tema", o "sección del tema" hablando con mayor propiedad, durará unos cuarenta compases (frente a las dos docenas que durarán aproximadamente cada una de las subsiguientes variaciones). El motivo, pues, del que germina el tema abarca apenas tres compases, una deliciosa figura descendente repetida en grados descendentes, expuesta primero por las flautas en stacatti acompañadas por el coro de los vientos,  contestada o repetida después por los violines en pizzicato (notas reales):


Su armonía se apoya en los acordes más básicos, tónica, dominante, subdominante, si bien hay cierta superposición entre estos dos últimos (tercer compás del ejemplo). Esta superposición de segundas mayores (un do bajo un re) se va a encontrar a lo largo de todo el movimiento, y le va a dar buena parte de su sonoridad agridulce característica. El coral inicial de los vientos se ha prolongado como acompañamiento de este tema durante toda la sección, dándole a un aura más mística y trascendente a la humilde melodía.

Recordemos que este dibujo, un diseño descendente por grados conjuntos y acabado en una inolvidable nota repetida (primero en el segundo grado, después en el primero), como también su orquestación dialogante entre flautas y cuerdas en pizzicato, tiene una larga línea genealógica: su primer antepasado es el tema del movimiento central también de la Tercera sinfonía, con el que además del trazo del dibujo también comparte parcialmente las sonoridades y algo de su carácter. Pero mucha más directa es su relación con un tema de la música escénica para el drama de Strindberg "Svanevit" (en el nº11 del original escénico o el nº2 en la suite), que parece además una versión condensada no sólo del motivo, sino del tema completo con sus evoluciones, y que además se adecúa plenamente también a su instrumentación (a falta del arpa de "Cisne blanco"), curiosamente más a esta versión definitiva de la sinfonía que a la original. Pero en la versión de la Quinta llega un paso más allá: está en modo mayor, y mantiene una emocionalidad ya no melancólica, sino serena, reconfortante, con un simpleza casi infantil, clásica incluso como decíamos al definir el espíritu de todo el movimiento.

El tema en su conjunto en la versión original estaba en manos del pizzicato tan solo. En toda esta versión las cuerdas pellizcadas son usadas mucho menos a lo largo del movimiento que en la de 1915, si bien su presencia sigue siendo uno de los elementos principales de la orquestación de este tiempo. 

Su dibujo también estaba "profetizado" en la contramelodía que acompañaba al tema principal del primer movimiento (Ej. I - b, en fagotes y luego trompas), y por supuesto no puede ser una casualidad. El diseño tiene alma de perpetuum mobile, y así el tema puede proseguir hasta el infinito. Tal progresión comienza asumiendo su alternancia entre flautas y la cuerda en pizzicati, y en su evolución sube hasta su cumbre melódica, hasta finalmente volver al registro más grave:


En esta segunda subsección vemos los finales de los incisos en cuartas o quintas, que evocan las fanfarrias del movimiento inicial (y del final), y su compromiso por el diatonismo absoluto. Casi como si completara su viaje y se dispusiera a concluirlo, a pesar de la sensación que pudiera repetirse hasta el infinito, el tema acaba invadido por el coral introductorio de los vientos, y descansado en un largo acorde de mi menor (con superposiciones):



Ese estatismo se ve prolongado por el desarrollo del coral de los vientos, a los que se añade una apoyatura cromática (do♯ - re) en las flautas (después en los oboes), que añade un punto de melancolía:


Ese semitono suspirante (que en la versión original estaba ya en la introducción del movimiento) no es un simple detalle, pues se escuchará a lo largo de todo el tempo, como también imágenes suyas en el Finale de la sinfonía. Parece proceder también de "Svanevit", justamente en un pasaje en el que está asociado también a una fanfarria seguida por un acorde de subdominante con sexta añadida, que anunciaba el motivo inicial de toda la sinfonía (Ej.6a del post correspondiente). Desde luego, de nuevo, no puede ser una simple casualidad. ¿Autocita? Mucho más probable es el la evocación sentimental, el recuerdo a aquella época y estado de ánimo. 

Al final de ese pasaje vemos una figuración del motivo principal en la cuerda grave, descendente, que junto con el coral de los vientos da paso a la primera variación - ausente por cierto en la versión original, aunque aquí surja con toda naturalidad -, planteada de forma muy clásica, como una versión adornada del tema (violines primeros):


Curiosamente el coral del final del pasaje anterior (con su apoyatura de semitono), se prolonga acompañando buena parte de esta primera variación, incluyendo el pizzicato de las cuerdas graves (que escuchamos a partir del quinto compás del ejemplo II - f). La melodía de esta variación va a jugar entre los diferentes registros de la cuerda, con pequeñas apoyaturas cromáticas como elemento de color, y superponiéndose a evocaciones en pizzicato de la forma primordial del tema. 

Como recogíamos antes, todas las variaciones van a ser más breves que el tema, y esta, tras 22 compases, deriva un tanto dramáticamente a una secuencia de acordes con una coloración de modo menor:



Y de este modo llega la segunda variación, con una atmósfera algo distinta:



Mientras los oboes prolongan (alternándose) la sospiratio semitonal, el resto de la orquesta (aún muy de cámara) se aleja de la coral de los vientos. Los violoncelli (con los fagotes) en tremoli, apoyados por el pizzicato de los bajos, crean un manto de arpegios a la manera de auras, mientras los violines (doblados a veces por flautas y otras por violas) recrean la melodía de esta variación, un diseño que desciende una octava completa en lugar de repetirse en un grado inferior, como antes. La bella melodía tiene cierto aire de vals, algo que en Sibelius suele tener el significado de un momento de felicidad radiante.

El tema de esta variación se va a prolongar con un diálogo entre diálogo entre cuerda (muchas veces con divisi y con toques en pizzicati) y las maderas, sobre todo las flautas, que no pierden el papel de protagonistas hasta ahora. La variación progresa animándose en dinámica, incluso con frenéticas figuras de las trompas, y un "poco a poco stretto final", logrando un momento de gran emocionalidad.

Sin embargo el clímax que se adivinaba se ve interrumpido de nuevo por los oscuros acordes de las maderas (como en el Ej. II -g), que esta vez sí, nos llevarán al modo menor, a sol menor para ser más precisos (aunque la armadura indique Mi♭ Mayor):



Esta tercera va a ser la variación más expansible, tanto por la multiplicidad de sus elementos como por la armonía extendida, que va a hacer de toda esta sección casi una variación-desarrollo. De momento su atmósfera y su misma melodía inicial reproducen la de la anterior (variación de la variación, como decíamos más arriba), aunque en menor, y la orquestación, incluyendo las auras en la cuerda media, es algo más amplia y masiva. 

La melodía, mantenida en violines y violas, tiene también un toque muy lírico, que conserva cuando pasa al pizzicato. Pero finalmente deriva a un pasaje de una curiosa sonoridad con maderas agudas en stacatti, y violines y violas en pizzicato:



Estas figuras evocan de manera más o menos sutil el tema "de los cisnes" del Finale, aunque aquí parezcan derivados del tema principal. En la versión original este pasaje era mucho más extenso y menos sutil en su evocación, y además se repetía más adelante de aquella partitura.

Prosigue (en el mismo ejemplo) en un pasaje donde el dibujo esencial del tema se reduce a una secuencia de preguntas - respuestas (ascensos y descensos) modulatoria, con énfasis en el tritono, acompañada por nuevos suspiros de semitono en flautas (y fagotes), que en la partitura de 1915, era bastante muy distinta (sin viento, sólo pizzicati) y que antecedía a una variación aquí ausente, que se encontraba a su vez entre los esbozos originales de la pieza. Aquí sirve como decíamos como desarrollo del tema, aunque específicamente sea una variación de su última parte (del Ej. II -d).

Con una simple vuelta a Sol Mayor y tras evocar el motivo principal (en especial en su anuncio, final del Ej. II - a), la estabilidad vuelve para dar origen a la cuarta variación (notas reales):



La variación vuelve al diseño básico del tema y a sus diálogos tímbricos, sólo que aquí va a estar relleno por una densidad sonora mayor, primero por gruesos acordes de las maderas (incluyendo superposiciones) contestados por versiones algo más ligeras de flautas completadas por gráciles figuras de los violines primeros. Los bajos andantes también tienen una importancia fundamental, y animan considerablemente la música (además de la nueva indicación de tempo, de nuevo "stretto"), 

En el dibujo precisamente de esos bajos descubrimos de manera muy clara (a partir de la tercera parte del quinto compás del ejemplo) el tema "de los cisnes" del Finale. Aunque algún autor ha señalado que puede ser casualidad, lo creemos casi imposible, porque aunque el pasaje no es de los más esenciales del movimiento, la figuración se muestra más que directa. Según Andrew Barnett, este anuncio del tema vendría a compensar el acortamiento de la anterior "profecía" (Ej. II - j), teniendo en cuenta que esta variación es inédita de esta versión de 1919.

La sección se prolonga algo más que las anteriores, con mayor variedad armónica, un continuo nuevo fluir del tema y un animado colorido orquestal, creándose además cierta agitación no sólo por el tempo, las figuras rítmicas como el frenético bajo con notas a contratiempo, y la orquestación, sino también por la mayor riqueza armónica que contiene. De nuevo podríamos esperar la llegada de un clímax, pero otra vez también se ve resuelto en un pasaje de gran dulzura. 

Ritenuto, este fragmento primero canta en sol menor, hasta un pacífico Sol Mayor que parece casi el final de la pieza, en el que el final del tema se ve entonado por unas muy líricas cuerdas, mientras se escuchan pedales en la tónica, y el timbal sentencia un redoblar en dominante y tónica continuo.

Sin embargo, el movimiento no ha acabado: sin solución de continuidad, se impone una nueva variación (que en 1915 seguía a la segunda), una versión distorsionada del tema que exponen las flautas (con el pizzicato de las cuerdas) chocando en crudas disonancias:



A esa versión espectral del tema le interrumpe una fanfarria "fatídica" (típicamente sibeliana), que parece proceder de nuevo del negro mundo de la Cuarta sinfonía con su armonía un tanto indecible en lo tonal, y que parece a su vez un negro recuerdo de la fanfarria inaugural de la esta sinfonía (Ej. I - a). En principio parece evocar la escala de tonos enteros, pero la séptima mayor entre el fa♯ y el fa♮ subsiguiente lo niegan. Además se asienta finalmente en una superposición entre un tritono (de nuevo la Cuarta, y algunos pasajes del primer tiempo) y una pedal de do, de extrema disonancia.

La secuencia se repite un semitono por encima, hasta marchar hacia un nuevo pasaje modulante en manos de un pizzicato en violines y violas, un pasaje algo análogo a la otra variación-desarrollo (segunda parte del Ej. II - j). Toda esta sección es muy breve (16 compases), y podría cuestionarse si se trata de una transición o de toda una variación, pero estimamos que tiene suficiente entidad y significado como para ser considerada la quinta variación.

El pizzicato modulante torna a un nuevo planteamiento de la célula del tema devuelta al Sol Mayor, lo que sirve de puente a la sexta y última variación (según nuestro análisis al menos). Esta versión del tema viene entonada por el primer oboe, acompañado de un manto de cuerda, de nuevo tremolante:


El tema se ve privado de la primera parte del tema (brevemente aludido antes, como hemos dicho), y en realidad parece una versión monótona pero scherzando de la segunda parte (Ej. II - c), con sus finales en cuartas, y con toques exóticos como el si♭ que minoriza brevemente la melodía. Debido a esto, ¿habría que considerar que en realidad sigue siendo la quinta variación? Creemos que no es así, ya que ambas secciones son muy dispares y reflejan atmósferas muy diferentes, más bien el hecho de no querer insistir en el primer motivo, como en la quinta variación, hace que esta nazca de la segunda parte, y así, dicho sea de paso, aumentar su fluidez.

En el acompañamiento un insistente pedal en la subdominante del timbal (el mismo do en los bajos de la cuerda) parece alejar la armonía de un punto conclusivo y de sentenciar la obra. 

Cuando la melodía recupera la doble nota (con los dos oboes ya, en octavas), de repente parece apoderarse de la música una inesperada e intensa melancolía, y la variación deriva con toda naturalidad al coral de las maderas, en la forma que aparecía antes de la primera variación:



La evocación es muy directa (incluyendo la rememoración del motivo principal en el pizzicato de las cuerdas), y tiene un efecto anímico tremendo, como un recuerdo de algo lejano que llega a paralizarlo todo súbitamente. Toda esta sección hasta el final, por cierto, es propio de esta versión, sustituyendo a la indefinida coda de 1915. 

Si esta variación partía principalmente de la segunda parte del tema, lo que le sigue se basa en el final del mismo, agudizando ahora esa melancolía con el tono de sol menor. La cuerda traza así el conocido diseño con el tempo ralentizado, que torna a la música hacia un gran lirismo en un bellísimo pasaje de la cuerda, acompañado de densos acordes del metal y toques del timbal, que logran un clima de cierta majestuosidad apolínea.

Finalmente, tras una última llamada al motivo principal, ya en el Sol Mayor y en el mismo tono de plácida serenidad y belleza, un coro de vientos (flautas, oboes y clarinetes) va a dar punto final al movimiento (notas reales):



El material es simplemente el final del tema (Ej. II -d), como los compases anteriores, trazando ahora su semejanza con el motivo que iniciaba el movimiento no sólo en su trazado, sino también en su sonoridad angelical y de extrema sencillez. Y así, hace concluir el movimiento con una simple octava en sol, completada solo con una bella tercera, para coronar luminosamente este movimiento. Para lograr el máximo efecto el Finale debería arrancar inmediatamente, sin dejar que el suspiro con el que acaba el tempo derive en melancolía.
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Ilustramos de nuevo la sinfonía con la interpretación que nos ofrece Saraste en su propio canal de youtube, recogiendo su actuación en el Festival de Lahti de 2015, con el que su sinfónica celebraba el 150 aniversario del compositor. El video es de toda la sinfonía: para buscar el movimiento analizado han de ir a los 13 minutos 40 segundos, hasta los 21'52'' en que concluye:


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Capítulo siguiente (7): III. Allegro molto (análisis) [próximamente]


Quinta sinfonía en Mi bemol Mayor opus 82 (1915-19): III. Allegro molto (análisis)

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El Finale de la Quinta sinfonía de Jean Sibelius supone su apoteosis gloriosa y triunfal, una verdadera proclamación de los valores de superación, de lucha contra el dolor del pasado, una redención beatífica. Es así mismo toda declaración de intenciones hacia los principios de la tonalidad, entendida no estrictamente (pues sus ampliaciones cromáticas y modales se dejan sentir también con fuerza) sino en su espíritu: una música comprensible y profundamente humana que intenta alcanzar el cielo.

Como el segundo movimiento, su punto de partida es muy sencillo, pues está construido a partir de dos temas, un frenético torrente de notas inicial y un perpetuum mobile a partir de una figura de tres notas, a la que el propio autor denominó "himno de los cisnes". A este último se superpone un contratema. Un doliente tercer tema (en gran parte deudor de ese contratema) se dejará escuchar casi al final del tiempo como clímax emocional. Eso son en resumen todos los materiales en los que se basa este movimiento, sin motivos secundarios de consideración, en un esfuerzo de concentración y simplificación que caracteriza algunas otras piezas del autor (como los poemas sinfónicos El regreso de Lemminkäinen al hogar opus 22 nº4 y El bardo opus 64)

Si su temática es sencilla, también lo es su organización, de nuevo reproduciendo el esquema clásico de la forma sonata, pero también "alla Sibelius": el desarrollo estaría situado... ¡tras la reexposición! Es decir, tendríamos los dos temas comentados (dramáticamente contrastados, pero no tonalmente), y una reexposición (ampliada y variada) de ambos, tras lo cual, tras el canto del tercer tema, encontramos un desarrollo basado en el segundo tema hacia lejanos territorios tonales... Tras avanzar hacia el clímax de este postrer desarrollo, una simple pero rotundísima serie de acordes, sin recordatorios temáticos, cierra la sinfonía. 

Por supuesto, esta valoración de la forma es y ha sido de hecho discutida. Algún autor ha hablado de rondó, con el segundo tema, el hímnico ostinato, como principal, y podemos ver lo que aquí consideraremos como inicio de la reexposición como un pequeño desarrollo, siendo la sección tras la exposición un extenso pasaje extra (como el extraño apéndice del segundo tiempo de la Cuarta). Pero, como ya hemos valorado en el primer tiempo, se ha de distinguir entre la pretensión arquitectónica del autor, que muy posiblemente sí estuviera en esa forma sonata, de la desbordada forma del resultado final... En cualquier caso el resultado artístico tan absoluto deja claro que estas disquisiciones son, en último término, muy secundarias a la experiencia de su escucha. 

El tiempo se abre como lo hacía la sinfonía, con un motivo de fanfarria, aunque surgido de la suma de distintas líneas instrumentales entre flautas y fagotes (lo recalcamos en el ejemplo):

(cliquea en los ejemplos para verlos a mayor tamaño)

Esta apelación al motivo inicial, con sus cuartas superpuestas, refuerza la unidad de la sinfonía, por supuesto, pero su distinta coloración y figuración nos anuncia un movimiento muy distinto. Tras esta llamada y la prolongación del acorde de las dos cuartas, se da paso al primer tema, primero escuchado en las violas, acompañadas de la nube de segundos violines (¡divididos en cuatro partes!):



Este primer tema consiste en una rapidísima sucesión de notas en continua evolución y desarrollo, esto es, todo un perpetuum mobile también. A grandes rasgos corresponde con un arquetipo sibeliano, el tema en S, unido aquí a un continuum fluir melódico. En sus evoluciones contiene giros modales (lidios), pero lo más destacado sea quizá su ascenso frustrado hacia terceras minorizadas (floreadas con un giro cromático anterior), que nos remonta a importantes temas del resto de la sinfonía (principalmente el Ej.I-d). 

El tema progresa en su imparable carrera hacia diferentes derivaciones armónicas, provocando que, a pesar de su redundancia temática, el sentido sea de continuo devenir y evolución... Además, la instrumentación también se va ampliando y variando, hasta los más mínimos detalles. Tras las violas, pasa a los violines primeros (apoyados en un persistente timbal), y después a las maderas, acompañadas por una cuerva divisi a siete (sin contrabajos, que no se oyen hasta el segundo tema). Pequeñas figuras de las maderas contrastan con el tema cuando vuelve a la cuerda, hasta que ambas secciones orquestales se suman para culminar el frenesí avasallador de esta sección. 

Llega el momento del segundo tema, como decíamos en el mismo tono. Mientras el primer tema, en la cuerda, se diluirá entre las nuevas notas, en una transición tan rápida como efectiva, su "toque de campanas" se anuncia primero en los violoncelli y en las primeras notas que tocan los contrabajos, bajo un acorde de trompas, que anuncian juntos una sonoridad mucho más amplia y menos feérica que lo anterior. Finalmente, el tema propiamente dicho se entona en las trompas, alternándose dos a dos para cubrirse pues, como el primero, este un tema dispuesto a repetirse hasta el infinito (notas reales):


Se trata de un diseño de tres notas, primero sobre la tónica, que baja después hasta el séptimo grado, después al sexto, retornando al séptimo para volver definitivamente al punto inicial, una secuencia que como decíamos se puede prolongar hasta el infinito, pues de nuevo este ostinato se constituye en perpetuum mobile. Sobre el papel podría parecernos que es más un acompañamiento de un tema (por el momento inexistente) que un tema en sí mismo, pero su reiteración, y su absoluta y gloriosa personalidad le da un carácter rotundo y firme. Es célebre el sobrenombre que le puso el musicólogo británico Donald Tovey, "martillo de Thor", aunque en realidad la mitología germánica nada tenga que ver con Sibelius...

En realidad, como sabemos, Sibelius lo relacionó con sus sentimientos ante la contemplación de una bandada de cisnes durante la etapa en la que esbozaba la obra: “justo antes de las once menos diez vi dieciséis cisnes. Una de las mayores experiencias de mi vida. Oh Dios, qué belleza [...]. Sus graznidos fueron del mismo timbre de maderas que el de las grullas, pero sin ningún trémolo. Los cisnes están más cerca a las trompetas, aunque hay un punto de sarrusofón. Un recuerdo poco reprimido del llanto de un niño pequeño. Misterio de la naturaleza y melancolía de la vida. El tema del final de la Quinta sinfonía”.

Se da la circunstancia de que este tema fue creado en las primerísimas etapas de la composición de la obra, un boceto que jamás abandonó la partitura (Ej.5). Aquí comprobamos por qué, sin duda fue un hallazgo extraordinario. 

Las trompas seguirán haciéndolo sonar, reforzadas por violas y violines en ocasiones, con una instrumentación brillantísima y muy espaciada, hasta que un nuevo diseño melódico en la madera se superpone al mismo, sin ningún cambio en el tono por el momento (notas reales, superponemos la alternancia de las trompas):



Este contratema supone un complemento al tema, aunque sobre el papel de nuevo podría parecernos lo contrario, puesto que el "himno de los cisnes" es tan poderoso como para dejar que este dibujo permanezca como una voz secundaria. Esta melodía tiene un diseño de nuevo en S que lo emparenta con motivos del primer tiempo y la misma idea germinal de la obra (Ej. I-c). Tiene cierto carácter también de himno, con un fraseo casi estrófico y delicadas inflexiones cantabiles (algún autor lo ha relacionado nada menos que con el "himno a la alegría" del Finale de la Novena de Beethoven, una obra amadísima por el composición nórdico, aunque por la implicación subjetiva de esta obra una cita poco probable). 

A pesar de su discreción, este contratema ha tomado más cuerpo en esta versión de la sinfonía que en la original, donde apenas se sugiere en estos compases (sólo aparecía más completo en la reexposición).

La felicísima escena de ambos temas hermanados podría prolongarse aún más, pero entonces pasa a Do Mayor (a través de una rápida modulación con una sexta napolitana), homónima mayor del relativo menor, y bajo una orquestación algo más densa con la incorporación de los trombones, que da al conjunto una visión aún más solemne (si cabe). 

El compositor elimina aquí el pasaje de superposición tonal que en la versión original evocaba al motivo cromático del primer tiempo (Ej. a). Así, el pasaje transcurre sin esa extraña "intromisión", y las relaciones con los movimientos anteriores se hacen más sutiles. En general, mucho del material más trágico y disonante de aquella partitura de 1915 ha desaparecido de este movimiento, ahora más conciso y luminoso

Llega entonces un momento en el que la música parece detenerse para tomar un necesario descanso ante la contemplación de tanta belleza... la armonía entonces vacila entre Do Mayor y Mi♭ Mayor (do menor como nexo de unión), en un pasaje de un extraño estatismo (trompas, notas reales):



Como es lógico, el tono vuelve a ser el principal de la pieza, y al volver retorna también el primer tema. Lo hace en primer lugar en las maderas, y ese timbre más tenue junto con su fluir temático interrumpido nos da la sensación de una música más debilitada, menos jubilosa que en su inicio. 

Lo cierto es durante unos cuantos compases no parece querer arrancar, y se suceden fórmulas repetitivas entonadas por los oboes, acompañados por sutiles toques de orquestación (notas reales):



Esas fórmulas acaban derivando a proclamaciones en distintos tonos del tema, hasta que se llega finalmente a la tónica de Sol♭ Mayor (la tercera minorizada de la tonalidad principal). En este punto el primer tema retorna a los violines divididos en ocho, y a su diseño inicial; sólo que en esta ocasión la cuerda está asordinada, lo que junto con el alejado Sol♭ Mayor crea cierta sensación etérea, mágica. 

Este retorno supone pues una verdadera reexposición (aunque como vemos en otro tono, sostenido en la mayor parte de la misma), pero no podemos calificar del pasaje inmediatamente anterior como desarrollo, por su brevedad y porque, como hemos anunciado, eso va a suceder más tarde. Más bien ese pasaje supone una transición, una breve preparación incluso. 

En esta revisión del primer tema su marcha varía y se amplifica algo, pero es sobre todo por su delicada orquestación de cuerdas divididas y asordinadas por lo que se distingue. Entre ellas ciertas llamadas acentuadas anuncian el dibujo del segundo tema (de manera análoga a como lo hizo en la exposición Ej. 3c, pero con más reiteraciones), aunque su llegada aún tarda en producirse.

Y cuando lo hace, este tema de los cisnes se sumerge en el tono y en la orquestación anterior, esbozando una versión más delicada y angelical en los violines:



Aunque ya había aparecido brevemente en la exposición, encontramos ahora repetido bajo el tema (primero en parte de los contrabajos, luego en parte de los celli) una apoyatura de semitono, un pequeño detalle en forma de "suspiro" que no sólo acentúa la sensibilidad del momento, sino que une de nuevo este Finale con el resto de la sinfonía, en especial con el segundo tiempo, una apoyatura además de larga historia (Ej. II- e). 

El contratema llega en esta ocasión muy rápidamente, y como en la exposición será cantado con gran nobleza por las maderas, mucho más finas en esta ocasión (flautas y un clarinete solamente), correspondiendo a la atmósfera de todo el pasaje. 

Sin solución de continuidad, pero como consecuencia de la honda ternura alcanzada, surge un nuevo tema, entonado con un arrebatador lirismo y una gran tristeza por la cuerda (excepto contrabajo) al unísono, un efecto orquestal raro en Sibelius que solo reserva a momentos de gran intensidad expresiva:


El tema, en mi♭ menor y a tempo mucho más tranquilo, es a grandes rasgos una versión del contratema (Ej. 3d), pero con su tono melancólico y puesto en el primer plano adquiere el papel de clímax emocional del movimiento. Si lo que antes era un discreto cantar de fondo pasa, con su melancolía, ante nuestra mirada, el "himno de los cisnes" se contempla ahora en el fondo, tocado piano por los clarinetes. 

Este tema lo encontramos entre los bocetos de la obra, y como recogimos ya, en principio estaba pensado... ¡para la Sexta sinfonía! Aunque ciertamente habría encajado en esa futura obra (al menos tal como la conocemos), y no en vano guarda relación con algunos diseños del primer tiempo o el gran tema rúnico de su finale, aquí en ningún momento permanece ajeno. Es más, justamente lo contrario, porque Sibelius lo ha integrado retroactivamente al enlazar su versión en mayor en forma de ese contratema ya analizado con el "tema de los cisnes". Resulta pues curioso que el proceso compositivo fuese el inverso a la sensación que percibe el oyente y al propio progresar emocional de la obra: este dibujo melódico es anterior en concepción al contratema.

En todo caso, el tema evoluciona de una manera un poco diferente al contratema, como afectado por esa tristeza que contiene, con una orquestación más densa. Finalmente parece quebrarse y fragmentarse por momentos, hasta que es retomado con firmeza para dirigirse a lugares más seguros y conocidos (notas reales):



Así, volvemos a Mi♭Mayor justo con el "tema de los cisnes" en las trompas, con una coloración algo más melancólica, en gran parte por una armonía algo más disonante (y también fruto del tempo, indicado como "Largamente assai"), como consecuencia de todo lo anterior. Como "final feliz" se escucha finalmente los fragmentos con los que termina originalmente el contratema, pero prolongados ahora en la cuerda, mostrándose así su identidad con el gran tema en menor. 

El "himno de los cisnes" se prolonga ya en solitario, pero poco a poco empieza a retorcerse y a modular, adoptando formas desdibujadas, a veces incluso casi distorsionadas, en un busca de una estabilidad que nunca llega (notas reales): 



Lejos de concluir, como decimos, la cuerda se suma a ellas con una serie de pedales cada vez más insistentes, mientras la dinámica crece y la orquesta suena poco a poco más plena. En esta sección de desarrollo se llega al clímax de la pieza, con una tensión máxima que no cederá hasta la doble barra. El tema adquiere así carácter de "aura", aunque no se parece al tipo habitual que encontramos en las atmósferas del autor, pero en cambio sí que deriva hacia el habitual "colapso" en el que suelen devenir los desarrollos sibelianos basados en auras y fragmentos de temas.

Tras retornar la tónica en un tutti orquestal (indicado como "Un pochetino stretto") llegamos a los compases finales, uno de los pasajes más extravagantes y magníficos de la obra de Jean Sibelius (notas reales):



Este final estremecedor consiste en una serie de seis acordes masivos (un tutti orquestal, exceptuando los timbales solo en tres de ellos), y una verdadera exaltación de la tonalidad: tónica sobre el tercer grado, dominante (sin la quinta), subdominante sobre pedal de la dominante (sin la quinta), dominante (sin la quinta de nuevo), dominante sin armonizar y tónica sin armonizar. Excepto la última nota, todos los acordes anteriores tienen la pedal de la dominante que recoge toda la tensión y la hace converger, y que se resuelve en esa nota común a toda la orquesta. Una coda extraña (que provocaba sorpresas en los primeros días de la obra por todo el mundo) pero desde luego efectiva e inolvidable, que cierra con una afirmación total esta sinfonía maravillosa.

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La ilustración sonora continúa con el movimiento correspondiente del concierto en el Festival de Lahti de 2015, con la Sinfonia Lahti dirigida en esta obra por Jukka-Pekka Saraste. El movimiento comienza en los 21'53'' del video, y termina en los 30 minutos 36 segundos:

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Capítulo siguiente (7): Discografía (1)

Sibelius One, sociedad internacional para la difusión de la figura y la obra de Jean Sibelius

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El presente post viene a presentar a la sociedad Sibelius One, una sociedad con base en Reino Unido pero que tiene miembros en todo el mundo (entre los que se incluye el autor de este blog). Como nada mejor que las palabras de la presentación en la web de la propia sociedad, paso a dar cuenta de una selección de la información, traducida a nuestro idioma:

Sibelius One es una sociedad establecida en septiembre de 2014. Sus objetivos son progresar, mejorar, desarrollar y mantener una enseñanza pública y un aprecio de la vida y obra de Jean Sibelius. Sibelius One tiene su base en Reino Unido, pero sus miembros provienen de todo el mundo, y Sibelius One tamabién se comprome a animar y apoyar a jóvenes en su descubrimiento y aprecio de la música de Sibelius. Sibelius One se establece y funciona de acuerdo a principios democráticos y responsables.

Sibelius One publica una revista semestral a todo color y tiene una presencia activa en la red. Se anima a los miembros a contribuir y participar en las actividades de Sibelius One, y a sugerir futuros proyectos.

Sibelius One organiza y apoya conciertos que presente música de Sibelius, y los miembros reciben descuentos significativos para tales eventos. 

La página web contiene tanto una zona pública como una zona para miembros que se incorporará como una fuente fundamental de información y referencia. Se añadirá contenido con regularidad: información biográfica y básica sobre Sibelius, listas de obras y notas de programma, como también noticias y críticas relativas a conciertos, libros y eventos. Los miembros are also tienen derecho a participar en las reservas de grupo para Sibelius One a precios preferentes en el Festival Internacional Sibelius de Lahti, que se celebra anualmente.

El comité consiste en:
John Davis, Presidente
Andrew Barnett, Administrador General
Janet Abbotts, Tesorero
Paul Greenwood, Secretario
Leon Chia, Coordinador Internacional

Ser miembro cuesta actualmente 15 libras por año (miembro en pareja [es decir, marido y mujer] 20 libras por añor; estudiantes/menores de 18 libras por año), desde la fecha de ingreso. Para unirse, siga este vínculo.

Para más información:

Correo electrónico:
info@sibeliusone.com
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Los cuatro números hasta el momento, de la revista en papel, que hemos recibido en casa. Foto propia.

Desde aquí animar a nuestros lectores a visitar la página de la sociedad, que ofrece regularmente las últimas noticias del mundo sibeliano y por supuesto inscribirse en la sociedad si fuera de su interés. La revista de papel es un verdadero lujo, los cuatro números publicados hasta ahora contienen algunos excelentes artículos sobre Sibelius (incluyendo algunas investigaciones inéditas y/o novedosas), y siempre una interesante sección con las novedades discográficas. Tanto página como revista están en inglés, es la única pega que pudiera tener para nuestros lectores, aunque si eso no supone una barrera importante, desde luego merece mucho la pena. 

Quinta sinfonía en Mi bemol Mayor opus 82 (1915-19): (8) Discografía (1)

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Iniciamos con este post una subserie donde comentaremos la discografía de esta obra dentro de nuestro ciclo dedicado a la Quinta sinfonía. La grandiosidad y popularidad de la pieza, como sabemos, ha quedado plasmada en el hecho incontestable de ser una de las obras "mayores" del compositor más grabadas, una partitura a las que los directores sibelianos se han acercado varias veces (hasta cuatro grabaciones de estudio registraron Berglund o Karajan), y que otros directores, al ser parte del repertorio internacional, también nos hayan brindado grandes grabaciones. En nuestro recorrido nos dejaremos por lo menos una veintena de ellas, aunque a cambio nos acercaremos a unas seis decenas de ellas, estimadas en general como las más importantes o características de este título. Como sucede con el resto de discografías, iremos aumentando con el tiempo los comentarios, incluyendo novedades discográficas (todos los años aparece un nuevo disco con esta obra) así como nuevas adquisiciones a nuestra cedeteca.



Orquesta Filarmónica de Viena
Leonard Bernstein
- DEUTSCHE GRAMMOPHON (1987)

Esta interpretación del inacabado segundo ciclo de Bernstein, junto con la Séptima, constituye uno de los pináculos de todo el arte sibeliano (ya hablamos en su día brevemente). Aunque repleta de la personalidad ya otoñal del director americano, grandiosa y hasta excesiva en ocasiones, este registro es sin duda una referencia absoluta de la altura artística a la que es capaz llegar esta sinfonía y la música del propio Sibelius, entre los grandes gracias a interpretaciones como la que escuchamos en la grabación.
Una serenidad penetrante, apolínea, repleta de sensibilidad y grandiosidad al mismo tiempo da comienzo a la obra, con un tempo sosegado en cuanto a la velocidad, pero muy vibrante. El rasgo arrugado del segundo tema se convierte en la explosión de rayos solares del tema ondulante, soberbio como pocos en toda la discografía de la sinfonía. El desarrollo no sepulta las auras a pesar de las sonoridades ampulosas, y los solos se escuchan plenamente en la corriente continua, enormemente vitalista. En la segunda parte el tema cromático tiene cierto aliento mahleriano, pero su nerviosismo y su expresividad se torna plenamente sibeliana, hasta el paroxismo del tema en las cuerdas. Con toda la tragedia alcanzada, la fanfarria de transición se vuelve majestuosa, celestial, cósmica... alcanzando el cielo más emocionante de nuevo de toda la discografía. Desemboca sin prisas en el scherzo, también de una belleza apolínea y absoluta. No obstante, Bernstein no desprecia acentuar sus sombras dramáticas, sus demonios escondidos entre las proclamaciones de felicidad absoluta. Al llegar el trío, con su solo de trompeta y los intercambios posteriores, se aqueja un tanto la lentitud del tempo (también unos de los más lentos de la discografía, como el resto de movimientos). Las criaturas elementales que asomaban anteriormente se revuelven en el colapso final, muy bien sostenido por el director, hasta las poderosísimas fanfarrias finales, frenéticas y excitantes al máximo. 
Con la simple introducción del segundo tiempo podemos intuir que ni va a tener un espíritu clásico ni el de intermezzo que escuchamos en otras interpretaciones (incluyendo su propia grabación en Nueva York, ver más abajo): para Bernstein este movimiento es definitivamente una beatífica y profunda contemplación de lo humano, de la inocencia primigenia ya perdida, de la nostalgia de edades doradas. Con sus timbres refinadísimos, bruñidos al máximo sin toques apastelados, el director de raíces hebreas explora un devenir continuo en la obra, un fluir constante, una corriente en el río del tiempo, capaz de ofrecer mil y un aspectos diferentes sin perder la sensación de constante caudal. Quizá de nuevo un tempo algo más rápido hubiera podido dar más fuerza a algunos pasajes, pero con el pulso en esa medida Bernstein crea la sensación de la visión cósmica, desde arriba, de algo en lo que nos reconocemos sin embargo desde las alturas. Las cuerdas de la orquesta austriaca son especialmente sublimes, y el director sabe crear los diferentes planos en los que contribuyen sin la tendencia romántica a dominarlo todo. También a destacar las inflexiones a menor, en especial la última antes de los compases finales, que está teñida de una melancolía especialmente sentida. 
Con ligereza, vivacidad y sobre todo un vibrante espíritu de expectación y de carrera hacia lo absoluto comienza Bernstein el finale, donde el tema de los cisnes de nuevo va a estar entre los momentos más sublimes de entre todas las grabaciones de la obra. Sus notas en las trompan suenas redondas, únicas, puras, como portadoras de un único elemento... contra ese contratema triunfal y a la vez trágico, lleno de lirismo y recuerdo. Con continuidad pero al tiempo con cierto contraste, la reexposición de las maderas es intencionalmente pálida, dramáticamente contrastante para adquirir progresivamente una agitación y una disgregación más pronunciada. Por ello, cuando llega el gran tema en menor, solemne, trascendente, todo parece adquirir una cualidad inmensa, telúrica, elemental como las trompas de la exposición. Así, el desarrollo de este tema de los cisnes adquiere la superlativa dimensión, con honduras trágicas infinitas, esencialistas, con un toque muy moderno y de un poder indudable. Los acordes finales solo pueden coronar con su rotundidad a la sinfonía como una diosa de la música. Sublime y, por supuesto, imprescindible grabación.

Interpretación: 9,5  • Estilo: 6,5  • Sonido: 7,5




Orquesta Sinfónica de Lahti
Osmo Vänskä
- BIS (1997)

El primer registro de Vänskä (habiendo grabado anteriormente la versión original de la sinfonía) pertenece al momento más brillante de su etapa con la sinfónica de Lahti. Aunque en su primer ciclo el director finlandés parece acercarse con temor a las sinfonías más célebres, en este caso (como en la Séptima, aunque incluso más) logra una lectura perfecta virtualmente de la partitura, con fidelidad absoluta a letra y al espíritu. Solo le falta ese "poco más" en la interpretación en sí para que pudiera considerarse perfecta. Pero dejando la transcendental visión de Bernstein en Viena, esta versión lo es.
La atmósfera inicial de la sinfonía, se tiende entre una majestuosidad lejana, como en un reino de magia, y una serenidad más cercana, más íntima y humana. El tono bruñido de la orquesta permite atravesar la primera zona de sombras sin demasiada inquietud, pero aun así el tema ondulante posterior suena bajo un optimismo apolíneo y de gran esplendor. El desarrollo por supuesto sitúa su centro de gravedad en las auras y atmósferas de la cuerda, mientras los solos y demás grupos instrumentales entran y salen del continuo devenir, como saltos en río. El director finlandés opta por el equilibrio y no dar protagonismo a ningún instrumento o combinación en concreto: es un millón de voces de la naturaleza (o del corazón) las que cantan, pero siempre con nitidez, separadas en su individualidad. En este desarrollo de nuevo el tema ondulante, ahora algo afectado, vuelve a resultar trascendental, fluyendo con absoluta naturalidad hacia el tema cromático, que se disgrega en trazos de magia. El fagot en su lamento es el primer solo real de la interpretación de coral de Vänskä, un lamento solitario de enorme fuerza, de un canto que pretende alzarse sin conseguirlo... toda esa fuerza la recoge el tema en las cuerdas, rotundas, amenazantes y muy trágicas. El director imprime además muchos detalles en la dinámica y el fraseo, dando verdadero tono de voz humana a los arcos. El retorno de tema o transición es virtualmente perfecto, lleno de entusiasmo y de sensación de amanecer o de claro entre nubes... aunque no glorioso, cumple su objetivo hacia un scherzo jubiloso, sin perder de vista los tonos más sombríos... Vänskä hace aquí magia con la Lahti, tanto las maderas como la parte superior de la cuerda tienen un toque tan fino que casi duele por su belleza. La coda, como la transición, roza la perfección sin llegar al gigantismo, aunque en este caso con toques del metal muchos más telúricos y poderosos.
El segundo tiempo es un recorrido emocional, lleno de drama y dinamismo, con momento de gran calma que contrastan con pasajes frenéticos de una gran intensidad. Vänskä es consciente de que este movimiento tenía que ser amplio y muy sentido, y para nada el intermedio lírico que proponen algunos directores. De nuevo los de Lahti resultan geniales, a ratos sublimes (como por ejemplo el oboe antes de la coda, con tu tono cantabile tocado por la melancolía...), pero es la cuerda la que enlaza todo con su perfecto espesor. 
Ni decir tiene que esa sección logra hacer el primer tema del finale a la perfección, con cada nota medida, y el pulso marcado desde el podio con un poder absoluto. El tema de las trompas resuena redondo, incapaz de mostrar ninguna fisura hasta el final. Vänskä adopta un tejido denso con ellas y el contratema, pero separando de nuevo bien los timbres, para lograr un conjunto pleno y absoluto, omniabarcador y majestuoso... que deja sin aliento. El director logra diluirlo con gran naturalidad otra vez cuando el tema se fragmenta finalmente, y la reexposición de los vientos ofrece un sonido nuevo y lleno de vida, sostenido por las sobrenaturales cuerdas de la orquesta. Cuando se llenan de sordinas, la sonoridad se hace casi imperceptible (algo típico en las grabaciones de BIS de la época), pero se escucha suficiente para sentirse como verdaderamente inmateriales y en comunión con la atmósfera. La entonación del contratema se convierte en antológica, quizá la mejor versión del pasaje de toda la discografía... hasta la llegada del tema en menor, profundo y lleno de tristeza nórdica, emparentado como nunca con el clima de las dos últimas y futuras sinfonías por su toque trascendente. El ahogamiento del tema de los cisnes ralentiza el tiempo (¡como bien indica la partitura!), y crece en tensión y en volumen (ídem) para crear el punto álgido y majestuoso que prepara el final. Final que llega con unos acordes finales perfectos. Referencia absoluta, y sin duda la versión más plena de la obra de acuerdo al pensamiento del autor. 

Interpretación: 9  • Estilo: 9  • Sonido: 7,5



Orquesta Sinfónica de San Francisco
Herbert Blomstedt
- DECCA (1989)

Llama la atención como este ciclo completo de Blomstedt no tiene mucho más renombre, teniendo todas sus grabaciones una interpretación formidable, y en especial a este registro a un logro inmejorable, de la que sólo es posible reprochar, por poner algún pero, una dimensión en exceso divina, no lo necesariamente humana, a cambio de una finura y belleza realmente celestial.
La visión con la que comienza el director americano nacido en Suecia la sinfonía es de majestuosidad y serenidad apolínea, amplio sinfonismo y gran brillantez. La pulcritud y la plenitud de las combinaciones instrumentales, aun en su individualidad, crean un grupo de sonoridades mágicas, repletas además de un gran sentimiento y profundidad. ¡Todo en su lugar adecuado! De la gloriosa proclamación del motivo ondulante al inquietante lamento cromático hay una fabulosa transición de colores, hasta llegar al canto del fagot, distante y desesperado, como ahogado en el abismo... Tras su ampulosa amplificación con toda la cuerda, de toque mahleriano, toda la bendición del cielo kalevaliano se descarga en la gloriosa transición, triunfal y liberadora, hasta el scherzo de ritmos delicados y animados al mismo tiempo, con una progresiva aceleración y nerviosismo de ritmos. Blomstedt sabe además cuidar mucho de los rumores y auras informes que acompañan los temas. La coda es afirmativa y decidida, y da el necesario cese a toda la energía.
El movimiento central mantiene el sonido mágico y cristalino del comienzo, con los pizzicati en su justo punto, ni dulces ni secos, contra el legati ágil y nada difuminado que podemos escuchar en otras versiones. A pesar de la serenidad que desprende, la emoción es tal que no deja de tenernos siempre en un puño, y todo gesto delicado adquiere tal intensidad que casi promueve la lágrima. Cada nota, cada pasaje quiere vivir su momento, y nada parece secundario o sin medir. 
Para el finale Blomstedt no quiere un arranque frenético, sino que de nuevo deja oír cada nota y cada color, lo que provoca un contraste con su hipnótico tema de los cisnes, que hace simultáneo con la constancia del ostinato y el lirismo glorioso del contratema, alcanzando en su crecimiento alturas cósmicas. Magia con la que consigue también con unos pocos de transición sonora llegar a la repetición del viento, de nuevo enormemente colorística e intensa sin precipitaciones, hasta la aparición de las chispeantes cuerdas asordinadas y el himno en ostinato. El tema en menor cruza con intensidad el abismo hacia la más honda desesperanza, hasta retorcerse en el "ahogamiento" del tema de los cisnes con un espíritu de absoluta grandiosidad. La intensidad sonora crece al máximo, sin exageración ni teatralidad sino hondo sentimiento, hasta los acordes finales, martilleantes y rotundos. De sobresaliente, imprescindible.

Interpretación: 9  • Estilo: 8 • Sonido: 7,5



Orquesta Filarmónica de Londres
Jukka-Pekka Saraste
LPO (2008, ed. 2011)

Grabación en directo, dentro del sello de las propia filarmónica londinense. El director aporta idioma y un gran impulso dramático muy nórdico, la orquesta se toma muy en serio el sinfonismo de la pieza, que hace propia y lleva a grandes alturas interpretativas. Aún más apreciable por ser una de esas versiones inesperadas, donde el a priori podría augurar algo más convencional, para encontrarnos sin embargo con un registro más que destacable.
El comienzo de la obra establece un clima sereno y lírico, casi idílico, que se prolonga con una mayor vitalidad e intensidad con la llegada del discurso de los vientos, una plenitud que se arruga con las aventuras hacia las profundidades oscuras... el resultado es muy dramático, magnífico interpretativamente. Si el lamento del fagot suena pleno de la elegía oscura de El Cisne de Tuonela, al ser tomado por la cuerda aumenta aún más si cabe su valor. La transición por tanto es muy efectiva, transcurriendo tranquila y suavemente. El scherzo poco a poco se va tiñendo de tensión acumulada, y tiene un aspecto mucho más inquietante, nada ligero, tensión que se resuelve finalmente con la proclamación triunfal de la coda. 
El segundo tiempo se sirve a la perfección de ser una consecuencia de todo lo anterior, dialogando ese anhelo de paz con los dolores pasados, como sombras de tormenta a punto de estallar. Los diálogos de instrumentos y los timbres diáfanos logran una atmósfera de gran belleza sonora. Sobresaliente el pizzicato de las cuerdas y unos oboes especialmente punzantes. 
La dinámica y el fresco que dibuja el tercer tiempo de nuevo encaja perfectamente con la progresión dramática, como un animada proclamación del universo dionisiaco que se revela en todo con la majestuosidad de los cisnes, que dibujan toda una bóveda celeste. La reexposición resulta ejemplar con sus hipnóticos dibujos que van y vienen a través de toda la eternidad, y las sombras del tema de los cisnes nos devuelven a las tinieblas de la Cuarta sinfonía. Los acordes finales resultan firmes sin ser cortantes, verdaderas columnas que sostienen todo el edificio. Excelente versión.

Interpretación: 8,5 • Estilo: 7,5 • Sonido: 7,5



Orquesta Sinfónica de Londres
Robert Kajanus
HMV (1932) - varias ediciones, incluyendo NAXOS (2013) y WARNER CLASSICS (2015)

La primera grabación absoluta de la pieza tuvo la suerte de contar con el campeón de la dirección sibeliana, Robert Kajanus, gracias al patrocinio de la Sociedad Sibelius británica y al propio gobierno finlandés, y la producción del sello Columbia.  
El primer movimiento se impone con una gran energía y empuje constante, bajo el nerviosismo constantes de los ritmos y los contrastes dramáticos, muy intensos. La batuta de Kajanus se muestra firme y poderosa, sin llegar a gesticular pero no carente del todo de cierta teatralidad. El tempo inicial es bastante acelerado, por lo que el comienzo del Allegro moderato pierde algo de su expectación. Sus auras suenan verdaderamente mágicas, y cuando se apoderan del movimiento al final del mismo, el director da una verdadera lección de estilo. La coda es gloriosa, verdaderamente frenética y divina.
El tempo de segundo movimiento también es algo acelerado, pero acertadamente oscilante entre la serenidad y la tensión, y un delicado lirismo en las maderas (que se pierde algo por desgracia en la vieja grabación). 
La carrera con la que debuta el tercer movimiento es espectacular, en cambio el tema de los cisne parece atenuado por cierta regularidad, un poco pomposa y grandilocuente, dejando la expresividad para el extenso final, coronado con esplendor por los secos acordes finales. Referencia absoluta desde luego, aunque no roce la perfección marca una serie de líneas que todo director debería seguir.

Interpretación: 8,5   • Estilo: 9  • Sonido: 3,5 (mono)



Orquesta Sinfónica de Lahti
Okko Kamu
BIS (2014, p.2015)

Kamu vierte aquí todo lo mejor de su batuta. Quizá sólo le falte algo más de ímpetu y hasta de majestuosidad, pero sólo por la belleza y el profundo sentimiento que la recorre, merece su puesto aquí.
Como su grabación de la Cuarta, Kamu inicia el movimiento con gran serenidad y espíritu cristalino, casi místico, aunque aquí la agitación torrencial de todas las auras que sirven de base al tema del lamento adquiere el rango de verdadera explosión de poder olímpico cuando llegan a su culminación. Su versión del lamento adquiere una monotonía y una gravedad auténticamente finesa, preparando el drama cuando toda la cuerda toma sus intervalos. La transición en cambio no cumple las expectativas, en parte quizá porque se percibe poco la aceleración, aunque el excelente pulso rítmico, con todo su nervio, marca la diferencia. Deliciosos diálogos instrumentales en cualquier caso, con una sección de maderas especialmente lúcida. La coda de nuevo gloriosa y jubilosa.
El segundo tiempo continúa con el clima tranquilo y trascendental del primero, lo que le convierte en uno de los más hermosos de la discografía, con un ánimo de expresividad hacia lo maravilloso y un refinamiento instrumental sin parangón, que deja brillar a cada una de las combinaciones y planos sonoros de la orquesta sibeliana. En realidad poco se puede glosar sobre una interpretación quasi perfecta.
El final se inicia con una carrera frenética sin atropellos, dejando oír todas las notas, pudiendo captar así la bella melodía que se dibuja casi inadvertidamente en el rápido fluir instrumental. El tema de los cisnes adquiere un aspecto majestuoso, con el que Kamu trata de resaltar de nuevo todos los planos, por lo que la melodía flotante adquiere un insospechado protagonismo. En la versión de los vientos del tema inicial el director finlandés logra con enorme acierto (no siempre se hace) el necesario contraste de color respecto al comienzo. Se logra así también un sensacional cambio de atmósfera cuando vuelve a la cuerda, y la excelente toma de sonido nos permite escuchar todos los matices con gran precisión. La melancolía inunda el nuevo tema de los cisnes, y poco a poco el sentimiento se arruga y roza la tragedia con su desarrollo, hacia zonas casi inexploradas incluso en el primer tiempo. Los últimos pasajes parecen algo apagados por el drama anterior, y los acordes finales no consiguen redondear de todo este por lo general magnífico, pero quizá más personal interpretación. En cualquier caso deber ser una referencia, una de las grandes.

Interpretación: 8,5  • Estilo: 8  • Sonido: 9,5 (SACD)



Orquesta Sinfónica de Londres
Anthony Collins
- DECCA (1955)

Si en general es este ciclo del maestro británico es toda un ineludible clásico sibeliano, su Quinta constituye una de las mejores grabaciones internacionales, vibrante pero sin excesos, llena de estilo, y a la vez universal y muy expresiva. 
El músico británico inicia la partitura con un calma tensa, en espera, que se llena de pasión con las primeras sombras y las primeras exaltaciones, creando un clima de gran contraste al comienzo del desarrollo, como un rayo de luz en medio de las nubes. Sin embargo Collins impone una visión en general oscura y dramática, de enorme fuerza. Precisamente el gran momento abisal de la pieza, el lamento central, es el centro neurálgico de su primer movimiento, con unas figuras retorcidas en los arcos, creando un clima de pesadilla sobre el canto rapsódico y sonámbulo del fagot, que se traduce en el dominio de la oscuridad al pasar a la cuerda, con una estilización máxima. El clímax se consigue pues con gran eficacia, y la transición se convierte en ejemplar por su colorismo, su adelgazamiento perfecto de las texturas y el relieve que pone a todas las figuras del acompañamiento sobre el tema del scherzo, a ritmo de felicísimo vals. Las cuerdas durante la disposición del mini-tempo resultan sublimes, y la superposición de timbres casi exquisita. La coda deviene en verdadero triunfo.
La sensación optimista con la que finaliza el primer tiempo permanece en el animado movimiento central, con un tono sano y de plenitud, y con dinámicas muy refinadas y muy expresivas en el detalle. Los timbres también se cuidan mucho, con excelentes pizzicati y stacatti de las flautas, y unos oboes siempre dulces y delicados, sin llegar nunca a perder el toque amable antes que romántico. Las distintas variaciones fluyen con naturalidad unas en las otras sin necesidad de trabajar demasiado los juegos de contrastes, pero no se desaprovechan los momentos más oscuros, como en el primer tiempo. 
Collins demuestra con el tema de arranque del final su perfecto conocimiento del estilo del compositor, resaltando cada nota de las rapidísimas figuras de la cuerda, apuntaladas por los matices aquí y allá de los demás instrumentos. Con toda naturalidad de nuevo llega el tema de los cisnes, que con el director británico se presta en seguida a la grandeza llena de una nobleza sin par. La repetición desarrollo adquiere un clima mágico, feérico incluso, como los toques del contratema en las maderas, derivando a un pasaje en menor especialmente impetuoso (algo rápido) y avasallador. El pasaje modulatorio crea un clima extraño, para terminar en unos acordes finales contundentes pero sin excesos. Muy buena versión.

Interpretación: 8,5  • Estilo: 8  • Sonido: 4,5 (mono)




Orquesta Filarmonía (de Londres)
Vladimir Ashkenazy
- DECCA (1980)

Una gran lectura de Ashkenazy la que se presenta aquí. El director, un gran entusiasta de Sibelius que, sin embargo, ha realizado irregulares contribuciones a la discografía (que van de lo sublime a lo más convencional), aquí se presta a uno de las mejores Quintas del presente recorrido. Parece entender la sinfonía a la perfección, tanto en su sentido dramático y emotivo, como formal e instrumental, y ofrece siempre un maravilloso fresco.
El primer movimiento debuta con lirismo y un sentimiento de gran placidez, con timbres bien bruñidos y colores muy vivos, pero al llegar el tema cromático nos muestra también la capacidad dramática del director de origen ruso, capaz de pasar en pocos instantes a la más absoluta plenitud y felicidad. La intensidad es máxima con los cromatismos del fagot y su canto existencialista y náufrago, y la tragedia de las cuerdas. Con gran expectación y grandiosidad llega la magnífica transición, que se resuelve de nuevo con una felicidad gloriosa y olímpica. El scherzo desvela también su lado dionisíaco más perverso, retorciéndose y plegándose y su propia nerviosa oscuridad (aunque las cuerdas suenen un poco solapadas entre sí), para desembocar en unos frenéticos compases finales.
El movimiento lento se dibuja con una mezcla de delicadeza tímida y lirismo sereno y condescendiente, sin demasiada agitación, y aún una más maravillosa emoción (aquí existen algunos desajustes, incomprensiblemente, en la grabación). Ashkenazy sabe manejar a la perfección la instrumentación sibeliana separando los planes sonoros siempre, lo que logra un sensacional colorido y además sabe recrear su rol dramático, no puramente estético. Atentos a las sonoridades del pizzicato, siempre bien delineadas, aunque algunos stacatti en general de las maderas pueden resultar algo excesivos. Una elegantísima coda da cierre al movimiento.
El Allego molto final arranca con frenesí y enorme vitalidad, cuidando siempre de no perder la menor nota entre la lluvia de sonoridades, y siempre haciendo vibrar las emociones. El himno de los cisnes suena majestuoso y todopoderoso, pleno de una fuerza que además no deja de crecer. Sin embargo, el contratema de las maderas quizá debía tener algo más de legati. La vuelta al tema inicial se hace de nuevo trasluciendo todos los rumores de fondo, con lo que se consigue que su entonación por las cuerdas asordinadas sin esas auras perdidas resulte especialmente mágicas. La elegía antes del final resulta grandiosa, enormemente sentida (quizá un poco en exceso sentimental). La sensación de redención se deja a la vuelta del carrillón en los metales, donde la grandiosidad es total, dejando casi sin aliento al oyente. Los acordes finales resultan además perfectos. Formidable, aun sin llegar a ser perfecta, una grabación altamente recomendable.

Interpretación: 8,5   • Estilo: 7,5  • Sonido: 7



Orquesta Filarmónica de Helsinki
Leif Segerstam
- ONDINE (2003)

La segunda integral de Segerstam, grabada con la orquesta que en su día fundara Kajanus, que sus componentes de seguro podrían interpretar esta sinfonía casi de memoria. Hay gran conocimiento y amor por la partitura en todos, y el director finlandés aporta un tono dorado y brillante, muy lírico y feliz.
La obra se inicia con bellas sonoridades del viento, plenas de una sensación plácida pero en la que se adivina cierta tensión, una lágrima a punto de caer, que se desborda en el tema cromático, bien subrayado por el timbal y los rasgados bajos de la orquesta. Esta se exalta con el tema ondulante, glorioso, y no pierde ímpetu con el comienzo del desarrollo, que deja vibrar con gran fuerza y trazo poderoso sus auras. El espíritu continúa sin diluirse durante el lamento central, aquí transformado en una sombra inquietante al errabundo canto del fagot. Al recoger el tema de la cuerda parece afectado, doliente antes que en exceso trágico. Con serenidad y elegancia el director finlandés establece el nuevo tempo en la transición, y el scherzo arranca tranquilo y feliz, con un tono de inocencia incluso, que solo muestra su lado más siniestro en el tema cromático, de nuevo más nostálgico que trágico. La coda es jubilosa antes que triunfal, lo que no desentona con el sentimiento de sana plenitud general.
Con el carácter muy lírico y dorado que se ha dado al primer tiempo, era lógico que el segundo lo fuera aún más, con un tempo en inicio muy correcto que permite resaltar tanto el fino melodismo del tema como su carácter grazioso y amable. También con el primer movimiento Segerstam consigue hilvanar el continuum musical con fluidez y al tiempo explotando las atmósferas distintivas de cada variación.
El finale no arranca con la agilidad mercurial de la partitura, pero sintoniza bien con la visión general de este registro, y el tema de los cisnes así suena aún más solemne y brillante, con toques de extravagancia que llenan de autenticidad la interpretación. El desarrollo también contempla algo pesadas las cuerdas, pero las da mayor fuerza y de nuevo cierto tono rasgado y pasional. El tema en menor es la infinita nostalgia, sin aristas ni exageraciones, lleno de belleza y tristeza nórdica. El ahogamiento del tema peca de lentitud y de falta de empuje, haciendo de este movimiento definitivamente el más flojo del conjunto, aunque la rotundidad y la nobleza imperan para dar un final absoluto y glorioso. Más que recomendable, y una de las joyas de la integral de Segerstam.

Interpretación: 8,5  • Estilo: 7  • Sonido: 8




Orquesta Sinfónica de Islandia
Petri Sakari
- NAXOS (1998)

La saga islandesa del director finlandés impone aquí uno de sus mejores e inesperados logros, un David que con su honda de devoción a la obra consigue derribar a algunos de los "gigantes" con los que compite, y a los que consigue sobrepasar con una lección de estilo y de conocimiento profundo de los significados, objetivos y subjetivos, de la Quinta sinfonía. Sólo el no disponer de la mejor orquesta posible (aunque los islandeses demuestran ser músicos de primer nivel, sufren de algunas pequeñas dificultades a veces) nos hace olvidar la excelencia... Aunque quién sabe si precisamente ahí estaba el reto y la alegría, que sólo desde la modestia permite a la música fluir con mayor libertad.
Un espíritu de beatitud recorre los primeros compases de los vientos, beatitud que se tiñe de melancolía y de profunda tristeza después. Sakari realiza un trabajo excelente con la cuidada instrumentación y una sensación siempre de gran emoción y reverencia de los músicos por lo que están interpretado, como se refleja en la aclamación del motivo ondulante, que llega a ser exultante y lleno de magia. Como suele ser habitual en el director, es en los pasajes de auras del desarrollo en los que se disuelven los motivos principales en los que Sakari brilla especialmente, con un trabajo muy atento y de estilo limpísimo. Por ello los compases que anteceden al lamento del fagot llegan a ser inesperadamente espectaculares, y el solo de aquel instrumento tiene un efecto verdaderamente mágico. La tensión acumulada se libera en la torrencial transición, un éxtasis absoluto del que sólo caben desaprovechar algunos desajustes instrumentales, que compensan la falla técnica con pasión. Pronto las sensaciones panteísticas, del devenir de la vida, vuelve a llenarlo todo, y sobre el vital scherzo suenas dorados los acordes de las trompas, creando una aureola llena de esplendor sobre la música. La oscuridad que le sigue también participa con su sombra apolínea, y la progresiva disgregación atómica cobra todo el sentido en la dirección muy sibeliana de Sakari, creando una tensión que de nuevo se libera adecuadamente en la rotunda coda final (también con algunos problemillas de entonación en el metal), que deja una sensación majestuosa.
La beatitud de nuevo marca el espíritu inicial del segundo movimiento, un canto amoroso y lleno de sensibilidad, con detalles muy cuidados y timbres perfectamente pulidos y ensamblados sin perderse unos con otros. A destacar también el buen sentido del ritmo, con vibrantes pizzicati en los bajos, y compases inquietos, de juvenil ardor. Ejemplar el paso de la variación del oboe, chispeante y amable, a las inflexiones en menor hasta el delicado final.
El final comienza con una carrera tempestuosa y jubilosa, con un colorido torrente de notas que se transforma de nuevo en oro con la llegada de las trompas y el bruñido "tema de los cisnes", que Sakari sabe acentuar con perfección (atentos también a los cuidados gestos de la cuerda grave), y un contratema que cobra su papel hímnico. La repetición en los vientos aporta cierto tono de nostalgia, preparando el terreno a toda la magia de los pasajes posteriores, hasta que el "tema de los cisnes" llega con las cuerdas asordinadas a una nostalgia aún mayor. La melancolía nórdica prepara con naturalidad el tema en menor, nunca trágico pero muy sentido. La descomposición del carrillón tiene un toque atmosférico, y una atmósfera que crece como si estuviera en el fondo de la música, nunca visible... realmente magnífico. Los acordes finales, secos y directos, no dejan lugar a la duda. Magnífica interpretación, llena de vitalidad y magia, y además una joya "low cost". Muy recomendable.

Interpretación: 8,5  • Estilo: 8,5  • Sonido: 6,5




Orquesta Sinfónica de Boston
Serge Koussevitzky
VICTOR - RED SEAL (1936) - varias reed., incluyendo NAXOS Historical (2001)

El segundo registro absoluto de la obra apenas se realizó 4 años después de la de Kajanus, y da cuenta tanto del entusiasmo americano y del director que pudo haber estrenado la Octava. Un punto álgido de la fama sibeliana en los 30, que encontraba en esta sinfonía una de sus máximas expresiones. Absoluto "fan" de la música del maestro finlandés, Koussevitzky pone en esta grabación todo su arte y amor por la partitura, aun cuando - como escucharemos - se toma libertades que Sibelius probablemente no compartía, pero que eran "perdonadas" ante la acogida que tuvieron sus grabaciones: “todo era tan lleno de vida y natural que no puedo agradecértelo lo suficiente”, afirmó el propio compositor de sus interpretaciones.

La sinfonía debuta con un clima expectante, tenso incluso, arrugado con el tema en menor y que se convierte en absoluta proclamación con el tema ondulante, convirtiendo el diálogo de los vientos con el motivo de la fanfarria en el auténtico centro expositivo, sobre todo por su carácter luminoso y emotivo. Cuando las auras se adueñan del movimiento todo parece aproximarse a un apocalipsis, enlazando a la perfección con el mundo de la Cuarta. El lamento del fagot se diluye en ese torrente como salido de Tuonela, poniendo el director de origen ruso toda la fuerza, como corresponde, en su respuesta en las cuerdas, dominadoras y poderosas en su angustia. La transición se esboza con relativa calma, dando paso a un scherzo ligero, feérico y mendelssohniano en principio, que se torna siniestro y nervioso con un ligero acelerar y una progresiva presencia de ritmos y auras que acechan en la sombra, hasta la coda desenfada y feliz.
A pesar de la calidad del sonido podemos vislumbrar un excelente perfilado de los contornos tímbricos al comenzar el segundo tiempo, donde pizzicati y flautas brillan con la luz de un atardecer, plácido y agradecido. Koussevitzky elige un tempo correcto y cómodo, y se centra en dar relieve a las emociones contrastantes entre las variaciones, animadas bajo un ritmo intenso y arrebatador, que nunca se pierde y da gran intensidad a los pasajes en menor.
Al dionisíaco primer tema del finale le responde un glorioso "himno de los cisnes", campanas de catedral celeste dispuestas a abrir el cielo al mundo... en un pasaje quizá un poco excesivo pero, ¡caramba, qué esplendor! Koussevitzky no deja que se baje la guardia como se esperaría a continuación, y refuerza las sonoridades de fondo para continuar con el clima apoteósico anterior, como un descanso en un larguísimo suspiro... hasta el pasaje de las sordinas suena repleto de pequeñas luces y pasiones. Pero por supuesto, el centro de gravedad del melancólico director debía estar en el pasaje en menor, también algo masivo, pero muy poderoso e intenso, que deriva en un apocalíptico pasaje modulatorio, dispuesto a crear el clímax terrible antes del triunfo final. Triunfo que se corona con esos conocidos acordes finales, donde Koussevitzky recorta los silencios indicados en la partitura para dar una rotundidad absoluta. Un clásico sin discusión.

Interpretación: 8,5  • Estilo: 7 • Sonido: 3,5 (mono)




Filarmónica de la BBC
John Storgårds
- CHANDOS (2013)

Storgårds consiguió en su grabación de Chandos una integral muy destacada, que se vino a sumar a la lista de las más recomendables. Y en esta sinfonía realiza una interpretación de gran altura, llena de grandiosidad, luminosidad y un espíritu de gran nobleza y fina belleza, quizá sólo a veces un tanto helénica y alejada más que tierna, pero muy profunda en cualquier caso.
El director finlandés arranca su interpretación con una límpida lectura de los vientos y un clima apacible, casi de ensoñación, que se vuelve misterio en el tema cromático, y exaltación serena y esplendorosa con la llegada del tema ondulante y el subsiguiente desarrollo, salpicado por los excelentes solos de la orquesta. Storgårds maneja muy bien las dinámicas, desde el camerismo del comienzo del movimiento hasta las sonoridades más amplias y sinfónicas del clímax de la primera parte del desarrollo, que fluye con gran fuerza hacia la red siniestra de la cuerda y el lamento del fagot, muy tenebroso. La transición es grandiosa y llena de poder, y transita con serenidad hacia el scherzo, amable y lleno de felicidad, y las sombras de la segunda parte no logran abatir el sentimiento general hasta que la descomposición temática llega a crear contornos sobrenaturales. La coda culmina el movimiento sin excesivo frenesí.
Con gran delicadeza comienza el segundo tiempo, que opta por un carácter lírico y de nuevo amable. Los staccati de las flautas así resultan deliciosos, como pequeñas hadas revoleteando en un prado iluminado del atardecer. Los pasajes más vibrantes y los perfiles instrumentales más originales son especialmente ensalzados, sin recrearse nunca en sus oscuridades, sino más en las emociones más positivas. 
El comienzo del finale es de nota por su fidelidad a la pretensión del autor, con todas las notas en su sitio, un ritmo cuidado y nunca excesivo y las distintas sonoridades sin superposiciones y solapamientos (se pueden oír muy bien las maderas, cosa que no siempre sucede). Las trompas, perfectas, dan soporte al gran tema de los cisnes, que causa el mismo efecto de plenitud de la transición del primer tiempo, y que nos deja a veces sin palabras por su altura trascendental. La repetición del primer tema en los vientos corresponde de nuevo muy bien al comienzo, aunque al principio quizá le falte algo más de "sal y pimienta" en la cuestión rítmica. El gran tema en menor aborda un inédito lirismo, y de nuevo Storgårds no pretende tragedia, y se reserva en la melancolía al efecto de retorno del tema de los cisnes, quedando su ahogamiento en un terreno secundario. Así, el director finlandés crea el efecto contrario a lo esperable en la partitura, pero no obstante funciona. Todo culmina con la explosión y contundencia de los acordes finales, nunca exagerados. Excelente versión.

Interpretación: 8,5  • Estilo: 8  • Sonido: 9




Orquesta Sinfónica de la Radio Finlandesa
Jukka-Pekka Saraste
RCA (1987, reed. 2013) 

Esta grabación pertenece a su primerizo ciclo completo con la misma orquesta (a la que se acababa de incorporar como titular), del que sólo se han reeditado por el momento la presente sinfonía, la Sexta y Tapiola, aunque esperamos que llegue a serlo al completo, dado que estamos ante una serie más que interesante, por lo que intuimos en este registro que rezuma el buen color patrio y una interpretación sentida y de hondo calado, incidiendo en las posibilidades más dramáticas de la obra.
Saraste inicia la obra con un sentimiento plácido, de calma antes de la tormenta, pero pronto los rumores llevan a un drama muy intenso y poderoso, lo que nos deja adivinar una versión de grandes contrastes, mostrándose con gran limpieza de timbres y finas y bellas líneas instrumentales en el desarrollo, en el que se manejan con gran magia las auras y las sonoridades más características sibelianas. El solo de fagot se alza con una majestuosidad oscura sobre todo el tupido trasfondo de cuerda, que toma su revancha de forma poderosa a continuación. El drama alcanza su punto álgido entonces, dando lugar a una transición redentora llena de bendiciones y felicidad, que desemboca en un scherzo de desbordante alegría dionisíaca, repleta de oscuridades y de matices de pesimismo nórdico. En la descomposición se obtiene un aspecto muy moderno de la música, casi minimalista, desembocando con el adecuado drama en el final triunfal, algo mejorable sin embargo.
La sensación de belleza límpida e idílica domina el segundo tiempo, que en lo rítmico (un tempo algo lento, pero nunca demasiado) sabe conjugar cierta contención con la suficiente animación, dejando en las sonoridades bruñidas y doradas todo el colorido de la partitura. Quizá la sección de las cuerdas resulte algo más débil en general en toda la sinfonía, pero al ser esta una partitura en la que pesan tanto los vientos no llega a ser un detalle decisivo. Las variaciones más animadas muestran un pulso nervioso, de arrebatadoras dinámicas, frente a la delicada dulzura del final.
El final nos lleva al Sibelius más frenético, aunque el sonido quizá sea más masivo de lo necesario, mientras que el tema de los cisnes llega con un gran peso en los graves, lo que le transforma ciertamente en un poderoso martillo celestial, que esculpe con su fuerza telúrica montañas y valles. El contratema permanece muy discreto en cambio. La repetición de los temas se hace de forma mucho más lograda, dando cuenta el director finlandés de un agudo sentido por la "magia" y la orquestación más original y moderna del compositor. El pasaje en modo menor se repleta con un tono depresivo y abrumador, sin llegar a ser absolutamente fatalista, pero sí rodeando el carácter dramático de la interpretación, que terminan con un pasaje de altura celeste, y un sentido grandioso y absoluto. ¡Buena versión!

Interpretación: 8  • Estilo: 8,5  • Sonido: 7




Orquesta Sinfónica de Boston
Colin Davis
- DECCA (1975) [alguna edición en Philips]

Gran grabación la del artista británico, consumado sibeliano que aquí da una lección de toda la grandeza de la que es capaz esta obra, de una belleza desbordante. La orquesta es además una de los conjuntos internacionales que desde más años llevaba tocando esta obra (ver más arriba el disco de Koussevitzky), por lo que no debe sorprendernos su total entrega a ella.
El arranque de Davis del primer movimiento es una declaración de elevación y espíritu trascendente, con su tempo lento y solemne, que se recrea en los distintos planos orquestales. Así, el tema cromático suena desolador pero no trágico, y reserva todo el fuego dramático para el tema ondulante, pasional y enérgico. Este último traslada su movimiento al desarrollo, que acierta considerablemente dando el peso correspondiente a sus auras, sobre las que se deslizan vitalmente los distintos temas, hasta que de nuevo el tema ondulante cobra el protagonismo de toda la emocionalidad. El director británico trata además muy bien las combinaciones instrumentales, siempre destacadas por parte de la magnífica orquesta americana. Las auras, ahora inquietantes y tenebrosas, vuelven a envolver el devenir musical, sosteniendo un lamento del fagot especialmente atmosférico y espectral. El tema cromático se retuerce también de manera casi sobrenatural, aunque aquí Davis quizá gesticule un tanto. La reexposición comienza con una masiva fanfarria de los metales, aún más solemnes que al comienzo, logrando un notable paso a la ligereza danzable del scherzo, del que se acentúan muchos de sus claroscuros de nuevo con atracción por las sonoridades más tenebrosas que esconden. Especialmente sobresaliente es la descomposición temática final, que con sus toque apianados y sus tensiones subterráneas cobran todo su sentido, disueltas en la de nuevo mayestática coda.
La solemnidad del primer tiempo se vuelve en el segundo lirismo contenido, con su toque clásico y atento a lo más delicado, con cierto sabor beethoveniano incluso. Davis se esfuerza en ser contenido y no caer lo excesivo, dando al movimiento la necesaria sencillez y equilibrio, sin buscar "escenas" en las distintas variaciones (el británico, incansable director de ópera, siempre supo diferenciar muy bien las obras orquestales de las de teatro). Gran sensibilidad la que concluye este movimiento central.
Para el tercero el director inglés impone una fuerte disciplina y fuerza, aunque algo de mayor separación de líneas no habría ido mal... El segundo tema, algo más rápido de lo habitual, prosigue la misma energía, y es firme y muy telúrico, un poderoso martillo nórdico. El impulso inicial se vuelve extraordinariamente enérgico en la reexposición, que sabe hacer brillar a las cuerdas, y crear un incesante palpitar en el "tema de los cisnes". La fluidez hacia el gran tema en menor es memorable, aunque este último padece de cierta urgencia. El ahogamiento del "tema de los cisnes" es también muy intenso, lleno de oscuridades tardías, que se resuelven adecuadamente en los acordes finales, por supuesto rotundos y majestuosos. Grandísima versión.

Interpretación: 8  • Estilo: 7  • Sonido: 7,5




Orquesta Filarmónica de Berlín
Herbert von Karajan
DEUTSCHE GRAMMOPHON (1965) - varias reed.

La tercera de las grabaciones de las varias que hizo el maestro de Salzburgo es sin duda la más brillante, en su justo punto entre la juventud de las primeras y el manierismo de la última. Esta muestra su gran compromiso por el autor pero con su propio concepto sonoro, no obstante no demasiado ajeno al colorido de la obra. Su enfoque es el del gran sinfonismo (por supuesto), y extrae de la partitura una monumental lectura, grandiosa e impactante, sin faltar nunca la lucha entre lo luminoso y los rincones más oscuros, aunque todo a través de cierto tamiz aterciopelado. Quizá lo más interesante de la grabación sea la calidad excepcional de director y de orquesta, cuya unión resulta de por sí garantía de estar ante un registro magnífico... aunque no sea del todo sibeliano. 
El comienzo escoge un camino recogido, de cierta grandiosidad y espíritu mítico desde el principio, que se convierte en exaltado con las primeras proclamas de cuerda y metal. Los clímax alcanzan un espíritu bruckeriano, pero llenos de un ánimo mucho más positivo, aunque en el pasaje cromático todo se retuerce en un drama cósmico, con un canto del fagot especialmente cantabile bajo este Karajan. La transición es de nuevo grandiosa, grandilocuente incluso, efectiva pero sin aprovechar todo su potencial hacia un scherzo más amable que frenético. 
El movimiento lento es un verdadero festival de sensaciones y de colorido, con bellísimos juegos de staccati contra ligados, y un pulso firme pero al tiempo arrebatador. Karajan además quiere hacer contar a la música una historia, y exige una fluidez dramática entre cada mínimo cambio de dinámica o de atmósfera. Aunque no permite demasiadas individualidades (con los timbres poco separados), hay pocos instrumentistas que no destaquen en este registro. A destacar también las sonoridades de los pizzicati, que resultan suaves y resonantes, pequeños golpes de corazón, muy románticos siempre... como las cuerdas del final, de legati extremados. 
El pulso del final es moderado, pero adecuado, no tanto como la poca separación entre notas y timbres, que logra un efecto demasiado tumultuoso (¿pretendido?). Karajan atiende al himno de los cisnes como el centro espiritual de la sinfonía, dando a su carrillón una fuerza impactante, frente al hímnico contratema, que de nuevo nos eleva a dimensiones colosales. La repetición del primer tema resulta un poco confusa, aunque de nuevo sospechamos que Karajan quería crear drama con ello, mientras que el pasaje en mi bemol menor se tiñe de melancolía y nostalgia pesimista. La versión oscura del tema de los cisnes resulta desgarradora, mostrando un nivel de tragedia insospechado, casi mahleriano y sin duda soberbio. El final es mayestático, y los acordes finales no dejan nada duda con su martilleante pero dorado sonido. Karajan es un rey del estéreo, y esta sinfonía lo demuestra. Con sus excesos de personalismos, pero muy recomendable.

Interpretación: 8  • Estilo: 6,5  • Sonido: 6,5




Orquesta de Cámara de Europa
Paavo Berglund
- FINLANDIA / WARNER MUSIC (1996)

En la cuarta y última grabación en estudio del gran director finlandés (que nos legó alguna grabación más en vivo) podemos escuchar su apuesta más camerística y clásica, lo que hace brillar algunos pasajes de la partitura, no tanto otros. Desde los primeros y sobrios compases se nota el fino planteamiento, dejando apreciar las individualidades de los vientos, que no se ven sobrepasadas con la llegada de las tremolantes cuerdas y su retorcido tema cromático, hasta alcanzar una exultante profecía del motivo del Finale. Metal y madera dialogan con simpatía y alegría, hasta que un siniestro y deambulante fagot trae una agitación insospechada hasta ahora, una tragedia profunda que las cuerdas recogen con gran fuerza y su sonoridad contenida. La transición llega con su poder liberador a la vez que con ritmo ligero y de alegría popular. El scherzo aparece algo pálido, pero espera hasta la vuelta de los compases más inquietantes para ofrecernos toda la hondura y el ascetismo berglundianos. La coda es intensa también, pero aquí sí que se echa de menos una orquesta más poderosa y numerosa, en el movimiento más débil de la interpretación.
El segundo tiempo se muestra traslúcido, transparente, etéreo... con la llegada de la cuerda Berglund imprime pulso y contraste, llegando a unos hallazgos sonoros realmente sorprendentes, acompañados de ciertas desnudeces quizá no deseadas. En total el movimiento parece una odisea por multitud de escenarios y atmósferas a las que se llega con total fluidez. 
El finale comienza con un impulso torrencial bajo el frenesí de la cuerda y el caleidoscópico color de los apuntes de las maderas y cobres, muy perceptibles. Brillan también con intensidad en el tema del carrillón, bajo un poder pero con gran y sobria nobleza. La delicadeza de la orquesta se deja notar en los juegos de cuerda centrales, antes de dejar paso al tema "de la alegría" que resuena callado y melancólico, dando paso al extenso pasaje en menor que hace regresar a las sombras más funestas de la Cuarta sinfonía, dejando a los metales las mayores sombras. Los acordes finales resultan precisos, con timbres finalmente masivos y martilleantes. Muy buena versión, con las "extrañezas" que la salpimientan.

Interpretación: 8  • Estilo: 8  • Sonido: 7,5




Orquesta Filarmónica de Nueva York
Leonard Bernstein
- SONY (1961)

El maestro norteamericano nos brindó dos excelentes registros de esta sinfonía, el primero en con su orquesta neoyorquina en los sesenta, y la segunda dentro de su incompleto ciclo al final de su vida en Viena, como hemos visto antes. Esta es un versión más desigual y bastante más pálida, pero ya deja entrever el potencial que veía Bernstein en esta obra, ofreciendo una versión monumental y de gran fuerza dramática, no sin personalismos, al igual que la de cuarto de siglo después.
La serenidad inicial pronto desvela una gran agitación interior, que se muestra como extraordinariamente tensa y dramática en el segundo tema, resuelto con grandiosidad en el tema espejo al tema del finale. La tensión es casi agónica bajo el lamento del fagot, transformado en un apocalíptico segundo tema con toda la cuerda, de una gravedad mahleriana, desembocando con enorme energía en la transición, triunfal y solemne, hasta un scherzo jubiloso pero firme (las dos partes del movimiento están indicadas con pistas distintas en el disco, cosa que también sucede en la grabación con la orquesta vienesa). La música se pliega pronto a la tragedia, de la que de nuevo Bernstein saca todo el partido, con figuras retorcidas y burlonas, casi grotescas. Pero la triunfal coda despeja la oscuridad y asusta a todos los espectros con la jovial luz del día. 
El segundo movimiento contiene cierto espíritu de danza lenta, con sus stacatti de flautas (y pizzicati) bien destacados y sus balanceantes ritmos, revelando incluso ensoñaciones de perdidos valses o minuetos, y un clima de amabilidad apenas ensombrecida por ciertos galanteos y curiosas oscuridades (atentos a algunos toques del metal). Innegable la capacidad plástica del movimiento, aunque el director americano aquí "interprete" en exceso el carácter del mismo (todo lo contrario que en su visión de cuarto de siglo después). 
El tercero se inaugura con festival de aéreas figuras de la orquesta, pero todo el fuego en realidad se reserva para el tema de los cisnes, que eleva por unos momentos la interpretación a la altura de lo sublime, con una emoción infinita, plena de ascensión mística a las excelsas alturas. Un momento magnífico (que solo el propio Bernstein será capaz de superar). El espíritu más ligero y más apegado a la tierra vuelve con el tema inicial, pero de nuevo, con las cuerdas asordinadas, la mística se impone, dando lugar a momentos de gran profundidad. El pasaje en menor vuelve a sumergirnos en abismos mahlerianos, en los que se plasma un enorme pesimismo, ante de la redención con claroscuros del himno. Las sombras ceden finalmente a las luces, contorneadas con unos impresionantes metales que hacen sonar otra vez a la música a su nivel más glorioso. Los acordes finales resultan demasiado breves y poco definidos por desgracia. Pero en suma, un gran grabación.

Interpretación: 8  • Estilo: 6,5  • Sonido: 6,5


Orquesta Sinfónica Nacional Danesa
Leif Segerstam
- CHANDOS (1991) - reed. BRILLIANT (2008)

Leif Segerstam es un director sibeliano un tanto irregular, capaz de algunos de los mejores registros sibelianos como de algunas grabaciones que caen por el peso de sus manierismos y un exceso de tonos pastel. Sin embargo, y no sin cierta sorpresa, aquí nos deja una lectura excelente (quizá sea cosa del enamoramiento por esta partitura), aun cuando forma parte de un ciclo en general menor respecto a su segunda integral con la Filarmónica de Helsinki. La orquesta danesa, por lo general menos virtuosa y más fría, hace aquí un trabajo notable.
El tempo inicial impone su gran colorido y todo su aliento vital con una mezcla muy romántica de toques serenos y apasionados, remarcados por la limpieza de los timbres y un tono siempre muy poderoso, majestuoso incluso. El solo de fagot fluye diluido en las auras que lo rodean fantasmalmente, y que triunfan en el pasaje del tema en las cuerdas, con un silencio muy expresivo. Se da paso entonces a una transición bien llevada, aunque algunos metales de la orquesta parecieran algo agotados. No obstante el director finlandés impone su versión en el scherzo, fantasiosa y repleta de color, que se arruga de nuevo por los viejos fantasmas antes de la coda, en un pasaje excelentemente resaltado, que resulta sepultado por la victoriosa coda.
El movimiento lento debuta con un sentido de paz y belleza, profundo, que se va afianzando en cada variación, bien contrastada sin perder nunca un sensacional impulso rítmico y una emoción contenida pero siempre intensa. 
Todo el sentimiento se desborda en el movimiento final, desde el impulso inicial lleno de fantasía, hasta el cósmico motivo de los cisnes, con texturas plenas y bien equilibradas, que llega a ser nuevamente mágico en su repetición con las texturas de la cuerda. La música crece en el drama hasta términos absolutos, quizá algo excesivos pero sin duda repletos de una intensidad que nos puede arrebatar completamente. Sobresaliente e inesperada lectura.

Interpretación: 8 • Estilo: 7 • Sonido: 7



Orquesta Sinfónica de Bournemouth
Paavo Berglund
- EMI (1973)

La dirección oscura y poderosa del mítico director sibeliano quizá no sea la mejor opción estética para esta obra, pero no obstante el saber de Berglund consigue un fresco de considerable altura, unido con el buen sonido de la orquesta británica, en la segunda opción en cuanto a calidad de este tándem entre obra y director, mucho más sinfónica y tradicional que la anteriormente comentada.
Desde el comienzo la visión de Berglund se manifiesta plenamente, con un arranque poderoso, una atmósfera vibrante y comedida, que deja escapar trazos poderosos a la más mínima oportunidad con el tema cromático y sus gestos arrebatados (atentos a su timbal), que culminan en un tema ondulante, como un luminoso rayo solar entre el repentino claro de las nubes. La atmósfera vibrante no se pierde ni un momento en el denso comienzo del desarrollo, hasta culminar en un tema ondulante espectacularmente delineado. Casi se podía adivinar, pero lo más impactante de este movimiento para el director finlandés va a ser el pasaje del fagot, vacilante y desolador, y su contrapartida en las cuerdas, fatalistas e infinitas. Y tras la honda tragedia, llena de nuevo la luz en la tormenta, con una transición que pasa genialmente de la gloria triunfal a la alegría sana, casi infantil del scherzo, llena no obstante de sus pequeños dolores... Pero esos dolores se convierten en agudos en la descomposición final, de ritmos muy nerviosos y ciertamente desconcertantes. Y la coda finalmente sirve de liberadora, en este increíble juego de tensiones que crea el músico finlandés.
El segundo movimiento comienza con cierta sequedad, dejando claro que no va a haber oportunidad para el lirismo y la inocencia... más bien Berglund saca del movimiento toda su agitación y drama posible (sin acelerar el tiempo, muy correcto por otra parte), dándole oportunidad para expresar toda su emocionalidad. Los pasajes en menor son especialmente vigorosos, lo que da un aspecto algo sombrío a este tiempo usualmente diáfano.
La tensión nace también con el comienzo del final, exaltado y robusto, y el tema de los cisnes glorioso, casi olímpico. El devenir musical nunca se detiene, mostrando todas las formas posibles de sus dibujos y colores. De nuevo es el gran tema en menor donde este registro lo da todo, con un clima trascendental y muy doliente, hasta el ahogamiento del tema de los cisnes, cósmico y de por sí uno de los momentos sublimes de la discografía de esta obra, redondeado por unos acordes finales absolutos. Recomendable, aunque con alguna reserva.

Interpretación: 8  • Estilo: 8  • Sonido: 7



Real Orquesta Filarmónica de Estocolmo
Vladimir Ashkenazy
- EXTON (2007)

El registro se enmarca dentro del segundo ciclo sinfónico de Ashkenazy, grabado con la centenaria orquesta sueca para el sello japonés Exton (internacionalismo en estado puro). Director y orquesta condensan muchos años de sibelianismo, y se nota con esta versión poderosa y emotiva.
El comienzo de la sinfonía tiene para el director de origen ruso un color sereno y dorado, que es capaz de trasmutar en negritud rápidamente con la llegada del tema cromático, y un júbilo exaltado con el tema ondulante. Con el desarrollo, Ashkenazy afina aún más con el cuidado de las auras y la separación de timbres que se las superponen, intensificando a su vez su fuerza hasta llegar al paroxismo con la reaparición del tema ondulante. La dirección ha sabido contrastar con gran acierto las dinámicas (aunque a veces el timbal casi no se oye, quizá más por la grabación), de las más sutiles a los masivos tutti. La segunda parte del desarrollo es doliente, muy expresiva, y tiene al fagot como cantor de un lied fantasmal. Toda la fuerza se reserva para el gran tema de la cuerda, que aprovecha cada matiz expresivo para entonar todo su lamento. Con esa intensidad la transición y comienzo de exposición resultan gloriosos y liberadores, como una cortina descorrida de repente que deja entrar toda la luz y todo el aire a una habitación cerrada. El scherzo resulta nervioso, liviano pero de modo feérico, poco terrenal, que aprovecha muchos las diferentes combinaciones instrumentales y sus luchas. El caos previo al final resulta sensacional, hasta una coda que suena amable y de limpia alegría.
El segundo continúa siendo cándido y feliz, con una alegría casi de infancia, sin sombras y llena de gracia. El tempo es bastante acelerado, lo que se percibe en los momentos más frenéticos, que llegan ser muy emocionales. Ashkenazy ha visto más cierto espíritu de intermezzo que de movimiento lento, aunque no faltan ni el lirismo ni el gran sinfonismo en los momentos justos. Especialmente brillantes está la sección de cuerda de la orquesta sueca, con pizzicati precisos y elegantes. 
El movimiento del finale resulta contenido en su arranque, queriendo resaltar los timbres de los arcos y el caleidoscopio de sonidos que lo acompaña, hasta el verdadero centro que son las trompas solemnes y grandiosas del tema "de los cisnes", mayestático con un punto de reconfortante alegría. Las sordinas de la reexposición tienen un bello timbre, que el director resalta con mucha pulcritud. El tema en mi bemol menor resulta altamente expresivo, lleno de pasión y derrota, hasta la hondura del ahogamiento del tema de los cisnes, agarrotado y con toques tremendistas que conducen hasta el paroxismo la música, que llega a la cumbre con los acordes finales, precisos sin más. Muy buena versión, aunque el propio director lo hizo mejor en su primera grabación. Recomendada en cualquier caso.

Interpretación: 8  • Estilo: 8  • Sonido: 7,5 (directo, SACD)

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Capítulo siguiente: (9) Discografía (2) [próximamente]


Quinta sinfonía en Mi bemol Mayor opus 82 (1915-19): (9) Discografía (2)

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Orquesta Sinfónica de Pittsburgh
Lorin Maazel
- SONY (1990)

Como años antes en su primer y añejo registro, Maazel pone en esta sinfonía toda la pericia de la que es capaz, y con una orquesta más dispuesta (y en general excelente, aun con sus pequeñas pifias) y un sentido sibeliano más pronunciado, consigue hacer una versión capaz de estar entre las notables, lo que la convierte excepcional ante este esforzado pero un tanto ajeno director para Sibelius. Sólo una mayor implicación emocional habría logrado un resultado incluso mejor. En todo caso, "a pesar" de Maazel, este es un registro de gran calidad. 
El tempo inicial debuta con una dimensión serena y a la vez olímpica, gloriosa, llena de luz. Al oscurecerse la música, Maazel sabe mantener la continuidad, y dar brillo al naciente drama. El tema ondulado se presta al carácter heroico del movimiento, como el comienzo del desarrollo, que sabe entroncar los solos del viento apelando a su origen en las fanfarrias iniciales. El director estadounidense ha sabido aquí crear el manto de las auras de manera brillante, y su progresivo dominar de la continuidad musical. Ese clima panteísta se corona con el lamento del fagot, entonado aquí como la desolada aria de un bajo, para dar paso a todo el drama de la cuerda, el clímax bien entendido como tal por el director. La transición, aunque lenta y ampulosa, tiene una grandiosidad única, y deriva con naturalidad (y cierta calma) hacia la reexposición-scherzo. Éste tiene una dimensión de felicidad y plenitud antes que un delirio rítmico, aunque los pizzicati del acompañamiento están deliciosamente bien interpretados. Con en el clímax central, Maazel sabe sacar toda la fuerza dramática al caos de este final del movimiento, con un refinado intercambio instrumental y un pulso capaz de enlazar a la perfección todo el conjunto. La coda, aunque un poco caótica entre los registros, sabe ser espectacular por los acordes a contratiempo y la contundencia de sus ritmos.
El segundo tiempo también es un poco lento, pero con una atmósfera lírica, intensa, romántica y luminosa, llena de finos detalles instrumentales, donde todo suena como debe sonar. Maazel sabe mantener el fluir musical continuo, explotando los contrastes entre variaciones, pero siempre bajo la premisa de la unidad. Además encuentra los ritmos nerviosos y las tensiones necesarias para acercarse más aún al estilo del compositor.
El final cae también en cierta lentitud, pero no carece de magia y de poder, con una instrumentación de planos perfectamente separados e integrados a la vez. El tema de los cisnes se alza con la majestad del primer tiempo, y de nuevo pleno y feliz. La repetición de temas está surcada por olas de gran intensidad, que devienen en una serenata solar con el contratema, para derivar finalmente en la queja, muy amarga aquí, del tema en menor. La melancolía atenaza el pasaje que antecede al caos del tema de los cisnes, que desemboca en una proclama de esplendor y gloria, hasta los implosivos acordes finales. ¡Buena versión!

Interpretación: 8  · Estilo: 7,5  · Sonido: 7


Orquesta Sinfónica de la BBC Northern
Jascha Horenstein
- BBC Legends (1970, ed.2009)

Grabación en directo del director de origen judeo-ruso, de formación germánica y finalmente nacionalizado americano tras huir del III Reich. Autor de magníficas grabaciones del "gran repertorio", Horenstein nos dejó apenas un par de valiosas lecturas sibelianas, en este caso con una orquesta británica (lo que justifica en parte el programa), de la que fue frecuente director invitado, un concierto retrasmitido por la BBC que nos llega con el sonido esperable. Su lectura no es la más idiomática posible, pero sí entiende muy bien las intenciones del autor, dando un impulso de grandeza y de enorme fuerza a todo el conjunto. Una grabación, con sus carencias y presupuestos alejados de Sibelius, inesperadamente brillante por el vigor de su interpretación. 
Desde el comienzo de la obra está claro que Horenstein opta por un enfoque dramático, llenando de cierto clima de expectación el primer grupo de temas, y acentuando los puntos más incisivos del drama del segundo. Todo el pulso del movimiento tiene un considerable empuje, con rasgos de gran sinfonismo. La transición apuntala la grandeza del movimiento (con algunos fallos en los metales: el director está varios niveles por encima de la pericia de la orquesta), que se disuelve en un scherzo imaginativo, mágico incluso, que culmina con coda heroica.
El segundo movimiento se llena de agitación y nerviosismo interior, latente bajo cada registro de la instrumentación, hecha de trazo algo grueso pero de bellos sones. Hay cierto clima beatífico en general, pero el director sabe aprovechar la interrupción de las oscuras fanfarrias y los momentos más introspectivos. 
El tercer movimiento sabe de nuevo a grandeza y majestad, con su primer tema vibrante y segundo tema olímpico y grandioso. En la repetición el director nos sorprende sacando mucho efecto a las peculiaridades de la orquestación sibeliana, como las sordinas de la cuerda y los stacatti de las maderas, y después los divisi que llegan a ser ciertamente emocionantes. El pasaje en menor, aunque algo rápido, llega a herir profundamente, como la suavidad con la retorna el tema de los cisnes. El final es imponente, lo que provoca el aplauso entusiasta del público asistente a aquel concierto de hace un tercio de siglo. Una rara grabación (en muchos sentidos) que, aunque no es una primera elección, les sorprenderá gratamente si se hacen con ella.

Interpretación: 8  • Estilo: 6,5  • Sonido: 5,5 (toma radiofónica)


Orquesta Sinfónica de la Radio Sueca
Sergiu Celibidache
- DEUTSCHE GRAMMOPHON (1971, ed. 2009)

El titán Celibidache tuvo muy buenos acercamientos a Sibelius, a los que impuso tanto su gran calidad interpretativa como su propia visión musical, cargada de ese camino ascensional hacia lo trascendente. Aquí el ansiado nirvana del director rumano se presta para dar una lectura serena al tiempo que grandiosa, no siempre de acuerdo a la intención del autor, pero llena de enormes momentos musicales. 
El primer movimiento se inicia con un clima calmo y etéreo, que pronto roza la mística habitual del director, a la que esta sinfonía se presta sumisamente. El tema cromático se muestra con gran lentitud, lo que reduce su capacidad dramática pero le da un mayor aire de trascendentalidad. Su contrapartida en el desarrollo-repetición adquiere un grado bruckeriano, parsifaliano incluso, con honduras y sublimaciones hacia lo absoluto. La transición (con algún desajuste en la orquesta) se hace sin ningún dramatismo, con naturalidad y facilidad, evitando así una marcada diferenciación entre movimientos. Al contraerse la música pasamos del sentimiento de felicidad a un clima, verdaderamente scherzante, de gran desasosiego y extrañeza, creando una tensa progresión final hacia una coda de gran poder y decisión.
El clima del segundo movimiento retorna al comienzo de la obra, pero quizá ahora Celibidache no sabe darle la sencillez que necesita, adquiriendo un toque algo vacilante, y de resonancias beethovenianas. La música va ganando seguridad según transcurre la pieza, resaltando la limpieza de las cuerdas y de la orquesta en general. Los oboes transmiten una gran dulzura para redondear el movimiento.
El final adquiere un gran empuje inicial, con unas texturas muy correctas. El tema de los cisnes aparece dorado, muy ligado, con un brillo muy especial y una atmósfera mágica, quizá no perfectamente sibeliana pero hermosísima en cualquier caso. La repetición de los temas adquiere una magia semejante, dejando lo mejor de la interpretación del músico de origen rumano al pasaje en menor, cargado con una enorme emotividad, casi lacrimosa y de nostalgia infinita. Los acordes finales adquieren, como la coda del primer tiempo, una dimensión definitoria y absoluta, un verdadero triunfo de la voluntad. Buena lectura, imprescindible para los fans del director, y recomendada sin más para los sibelianos.

Interpretación: 7,5  • Estilo: 6,5  • Sonido: 7 (directo)


Real Orquesta Filarmónica
Ole Schmidt
- (1996), varias eds. incluyendo MEBRAN MUSIC (2011)
El director danés nos propone una lectura muy fiel en estilo y fondo a la partitura, que podría ejemplificar a la perfección una "guía de la audición", pero sin embargo le falta la "chispa" y la inspiración necesaria para lograr una interpretación que conmueva realmente. La grabación puede encontrarse en multitud de discos, desde series económicas hasta alguna edición en SACD.
El comienzo ahonda en un espíritu sereno, contrastando con la irrealidad del segundo grupo. Schmidt va a explotar más las luces que las sombras en este movimiento, con timbres muy limpios pero un tanto frío y hasta desangelado. La transición suena pomposa con su golpe de timbal, aunque la aceleración (muy repentina) le da una gran vida y agitación, frente a todo lo anterior. El scherzo en suma suena bastante eléctrico, muy efectivo, hasta de una coda de nuevo grandilocuente (con la misma insistencia en la percusión).
El segundo tiempo tiene algo más de corazón, de nuevo con timbres pulcros y bien separaron, lo que redunda en el efecto que Sibelius quería buscar. La orquesta está soberbia, aunque de nuevo le falta algo de alma a la dirección.
El final de nuevo es muy correcto, con un primer tema agitado y un segundo que equilibra la hondura del ostinato "de los cisnes" con el contratema en un registro tan distinto como complementario. La versión del tema de las corcheas en los vientos y después en las cuerdas asordinadas (muy cuidadas en todos sus efectos) es una delicia al oído, con un efecto muy luminoso. Quizá la falta de sentimiento se note sobre todo en el pasaje en menor, que aunque muy bien entonado transcurre sin llegar a emocionar (y muy rápido, quizá sea el único momento destacado en que Schmidt no respete totalmente la partitura). Los acordes finales resultan redondos, perfectos. Como decimos, una interpretación que nos parecía ideal en muchos aspectos... si no fuese tan fría, y sobre todo, si no conociésemos otras.

Interpretación: 7,5 • Estilo: 8,5  • Sonido: 7


Orquesta Sinfónica de Londres
Alexander Gibson
- DECCA (1959), varias reed.
Antes de su ciclo completo con la Nacional Escocesa, el director escocés nos dejó varias grabaciones sibelianas, en el comienzo de la era estéreo (muy buen sonido para la fecha de la grabación), de notable interés. En este caso se trata de un lectura muy buena, aun cuando su segundo movimiento resulte particular débil, pero que globalmente deja buen sabor de boca por su vigor.
El arranque del primer tiempo tiene cierta urgencia, explotando esa velocidad como un factor dramático, como el diálogo que se define entonces, que caracterizará buena parte del desarrollo-segunda exposición. Los timbres de la sensacional orquesta están bien distinguidos, y la música tiene fuerza y mucha carga depositada en los contrastes, incluyendo la sensación de "magia" que flota en el ambiente. El lamento del fagot y el tema de las cuerdas se llena de una tensión increíble, casi eléctrica, lo que hace que la transición se viva con un espíritu de redención hacia una alegría feérica, pero muy pronto ensombrecida, de nuevo hacia toques muy dramáticos. La coda es vibrante a más no poder: atentos a poder de las cuerdas frente a los metales belicosos.
El tempo del segundo movimiento también es rápido, con sus pizzicati especialmente rítmicos y animados, aunque las cuerdas ligadas no resulten lo suficientemente delicadas. En general aquí el trazo es un tanto grueso, aproximándolo más un intermezzo que un movimiento lento, y aligerándolo por tanto. Como para compensar, Gibson cultiva con cuidado los pasajes más dramáticos, pero el movimiento casi parece número transitorio en su versión de la sinfonía.
El fuego vuelve al final de nuevo con un toque otra vez feérico en la carrera de las cuerdas hacia un "himno de los cisnes" glorioso y lleno de majestuosidad intemporal. La repetición del tema inicial pasa a ser muy buena en las maderas, y hasta verdaderamente mágica en las cuerdas (aunque de nuevo algo tosca).  Con un espíritu ya embriagado penetra en las soledades del lamento en mi bemol menor, bajo una buena progresión dramática, que torna a un mundo casi del "grupo de los cinco" y sus acordes superpuestos. Quizá en los acordes finales la expectativa sería de una mayor contundencia, pero solo resultan secos en su grado justo. No obstante, una notable grabación, especialmente recomendada a los que gusten de Sibelius más tradicionalmente anglosajón.

Interpretación: 7,5  • Estilo: 6,5  • Sonido: 6,5



Orquesta Filarmonía (de Londres)
Herbert von Karajan
- EMI (1952)
La grabación más antigua de las cuatro que realizara el maestro de Salzburgo contó con el aprecio personal del propio Sibelius, a quien le complacieron mucho las interpretaciones del joven Karajan. Es una grabación que tiene ya "mucho de Karajan" antes que Sibelius, sin embargo su musicalidad no se puede poner en duda, y su indiscutiple porte dramático. El sonido no es muy bueno ni para la época, a pesar de que tenemos al mítico Walter Legge como productor.
El primer movimiento se vive como una historia dramática, trabajando en profundidad los contrastes entre secciones, no así los de instrumentación, que siguen bien instalados en la escuela romántica alemana. El pasaje más sobresaliente es precisamente el lamento del fagot, con una desolación que lo aproxima muchísimo al clima de la Cuarta, subrayado por Karajan por un pulso rítmico algo libre, rubato, pero de gran intensidad siempre. Gracias a esa intensidad Karajan logra una mayestática transición, redentora y triunfal, que deriva hacia un scherzo que recoge algo del drama anterior, con ciertos toques inquietantes, tensión que se agudiza hasta prácticamente la coda, que de nuevo resulta liberadora y gloriosa.  
El movimiento lento se encara con un sentimiento de felicidad, también de redención y plenitud, sin detenerse el músico de Salzburgo en detalles instrumentales, pero siempre enfocando la música hacia la máxima expresión. Un Karajan joven que no se elonga tanto como el de grabaciones posteriores, y que sabe crear gran fuerza con el ritmo de pizzicati centrales y remarcar a la vez los momentos trágicos con gran naturalidad, aunque algunos momentos puedan resultar en exceso serios. 
El tercero en general se dibuja como el más débil de los tres, por ciertoa¡s errores conceptuales. Comienza quizá con un exceso de peso, una densidad que en el tema de los cisnes, al que se le quiere dar demasiada grandeza, no le sienta del todo bien, aun cuando no carece de sentimiento, por supuesto. La repetición como es natural resulta algo más ligera, pero todo lo anterior la ha descompensado. El tema lírico, aun cuando junta demasiado los timbres, tiene un noble y elevado sentimiento, con toques de mirada al pasado... eso permite una progresión dramática como en el primer movimiento, muy bien llevada de lo trágico a lo triunfal, con compases muy bellos, hasta una conclusión firme. Buena versión añeja.

Interpretación: 7,5  • Estilo: 6  • Sonido: 3,5 (mono)


Orquesta Filarmónica de Helsinki
Paavo Berglund
- EMI (1986), reed. Warner Music

La integral con la orquesta de Helsinki es general la menor de las tres completas que realizara Berglund, y en este caso el registro se corresponde también con el resultado medio. No obstante, Berglund es uno de los mejores directores sibelianos, y a pesar de algunas cosas no del todo correctas, su interpretación es grande y muy valiosa.
El primer movimiento se inicia con un toque de melancolía, que se pliega hasta llegar el primer episodio de tragedia, donde el director finlandés va a saber extraer más el sentido de esta sinfonía. Aunque los timbres no están lo suficientemente separados, Berglund sabe exprimir muy bien las distintas atmósferas y bloques sonoros, dando lugar a un torrente continuo de sensaciones cambiantes. Quizá solo algunos miembros de la orquesta fundada por Kajanus anden algo desajustados en ocasiones. El pasaje del fagot como era de adivinar cobra una gran intensidad, aproximándose con total acierto, en sus vacilaciones y espectrales auras, al mundo de la Cuarta sinfonía. Por cierto, el solista hace un trabajo magistral con su toque sonámbulo e hipnótico, continuado con una angulosa entonación del tema en las cuerdas. La transición es un poco brusca, y no del todo bien integrada con lo anterior, caminando con ligereza valsística al scherzo. Nuestro director parece poco interesado en la alegría desbordante y vuelve a hacer más sobresalientes los momentos en modo menor, y la carrera alocada de sus descomposición antes del final, que sorprende la expectativa con una triunfal culminación.
El tempo del segundo movimiento es algo rápido, dando al tema principal cierto carácter de intermedio, aunque de nuevo Berglund sabe recoger bien la atmósfera múltiple de la instrumentación sibeliana. Todo resulta animado y colorístico, aunque no se desdeña la ternura. Los pasajes más apasionados se llenan de ansiedad y de puro nervio, completados con momentos de melancolía. 
Aunque en el Finale hubieran resultado mejor una separación más nítida de las cuerdas del principio, el director finlandés sabe crear una sensación de trepidante emoción, que desemboca con solemnidad en un "martillo de Thor", combinado lo hipnótico en el ostinato con el tono agridulce del tema, amalgama que resulta una imagen extravagante pero magnífica. Los timbres de las maderas al regreso del primer tema nos devuelven a la tierra, pero la sensación etérica y fantástica retorna con las cuerdas, en el pasaje sublime de esta grabación. La melancolía inunda el regreso del tema de los cisnes y su expansión, que adquiere de nuevo la dimensión de una intensa tragedia, con tonos de un romanticismo desbordante. Los acordes finales son secos y contundentes, sin posibilidad de réplica. Buena versión, con algunos momentos sobresalientes.

Interpretación: 7  • Estilo: 8  • Sonido: 7


Orquesta Sinfónica de la Ciudad de Birmingham
Sakari Oramo
- WARNER CLASSICS  (2001)

Oramo ofrece aquí una lección de estilo con una versión muy finlandesa por lo austera y hasta por su cierta frialdad, pero al tiempo con cierto toque de modernidad y atrevimiento, lejos del clasicismo beethoveniano que entrevén otros directores. 
El joven director comienza su primer movimiento con una formación de temas austera, y con cierta tensión subyacente, que se libera como una explosión de luz con el comienzo del desarrollo-repetición. Aunque todo resulte contenido, casi temeroso, no se evitan nunca los contrastes dramáticos y tímbricos, que Oramo sabe cultivar especialmente. El pasaje más sentido es el sombrío y desolado solo de fagot, que da paso a un gesticulante pero efectivo tema cromático de la cuerda. Este prepara con gran efectividad la transición, de nuevo luminosa pero tímida. El scherzo se inaugura con buenos apoyos rítmicos, que es una auténtica joie de vivre, convertida en inquietante y casi diabólico scherzo infernal antes de la coda, frenética y desenfada.
El segundo movimiento presenta una lectura muy límpida y delineada, animada en lo rítmico (el tempo se nota acelerado, más que lo que en realidad es), y mucho más atenta a los colores, con un trabajo formidable de la cuerda. Tampoco faltan momentos de cierta dulzura y beatitud, siempre con un color bruñido y suave.
El tercer movimiento centra en lo rítmico de nuevo parte de su fuerza, logrando un efecto torrencial en el comienzo y un sentido hipnótico, sonámbulo en el tema de los cisnes, que crece hasta convertirse en una especie de engranaje que maneja todo el universo... La repetición pierde algo de fuelle, dejando transmitir cierto pesimismo y abatimiento, llevando a un final de nuevo tenso y contenido. Los secos golpes de los últimos compases dan punto final a esta versión atractiva, sin demasiado entusiasmo por otra parte.

Interpretación: 7  • Estilo: 7  • Sonido: 8


Orquesta Sinfónica de la BBC
Malcolm Sargent
HMV (1958) - ed. GUILD (2014)


La historia quiso que Jean Sibelius se despidiera del mundo justo escuchando una interpretación del maestro Sargent de esta sinfonía, desde su radio de Ainola, que el director británico dirigía desde la Sala de la Universidad de Helsinki. Se trata de una versión llena de dramatismo y dinamismo, resaltando sus tensiones subyacentes en una lectura bastante moderna (aunque se siente también en la tradición británica) y cierta nostalgia, lo que da como resultado una visión un tanto pesimista de la sinfonía quizá más optimista del autor.

El comienzo cultiva con cierta animación el diálogo entre partes gracias al recién estrenado sonido estereofónico, con una tensión excelentemente llevada, que desemboca con gran fuerza en el motivo de las cuerdas. El tema del fagot se alza especialmente sombrío y errabundo sobre un fondo inquietante de las cuerdas, hasta desembocar en la tragedia del tema sostenido por los arcos. La transición está bien dibujada en el tempo, pero se desaprovecha un poco su cualidad emocional. Todo el scherzo se llena del dramatismo del desarrollo más que de su poder dionisiaco, y de hecho las derivas de motivos en la cuerda resultan casi diabólicas. Una gran tensión lleva a la coda, que se resuelve con un toque de metales y un timbal casi olímpico.
En el segundo tempo Sargent articula con gran poder el contrate entra stacatti , pizzicato y las notas prolongadas de los demás instrumentos, dando una sensación extraña y de nerviosismo contenido. Todo el movimiento se mueve entre esa presión y el lirismo de los motivos ligados, bajo una orquesta de timbres bien separados que deja destacar a los magníficos instrumentistas. El comienzo del tercer tiempo es algo contenido, tumultuoso casi como una fuga, pero algo apagado. Sargent se reserva más para el tema de los cisnes, que ejecuta solemne, casi majestuoso. Durante la segunda aparición del segundo tema las cuerdas de la orquesta hacen magia con sonidos brillantes y muy bien equilibrados, para desembocar en un segundo tema elegante, donde de nuevo vuelven a brillar los pasajes más nostálgicos. La coda sin embargo está de nuevo algo desaprovechada. En la información del disco leemos que la sinfonía se grabó en dos días de sesiones: ¿quizá este movimiento se hizo en un momento más agitado que los dos anteriores? No lo sabemos. En cualquier caso un registro destacado.


Interpretación: 7 • Estilo: 6,5 • Sonido: 5,5



Orquesta Filarmónica de Helsinki
Jorma Panula
- DECCA (1968), varias ediciones, p. ej. FINLANDIA RECORDS (1987)


Panula es una prominente figura de la dirección finlandesa, aunque probablemente más por ser el decano y maestro de dirección de orquesta en la Academia Sibelius de prácticamente todas las grandes figuras posteriores: Esa-Pekka Salonen, Jukka-Pekka Saraste, Osmo Vänskä.... junto con los directores más jóvenes que ahora triunfan en Finlandia y por todo el mundo, como Sakari, Rasilainen, Storgårds, Lintu, Oramo, Ollila, Inkinen, Franck... Su labor interpretativa y sobre todo discográfica ha sido sin embargo más modesta, y ha quedado sobre todo relegada al ámbito nacional, llegando al exterior unos pocos registros al frente de la Filarmónica de Helsinki, en la que estuvo unos años antes de pasar la batuta a Berglund, y otras orquestas, principalmente la de Turku. Este registro aislado nos ofrece una magnífica lección de estilo y color finlandés, un trabajo interpretativo correcto, quizá más bien artesanal, pero en cualquier caso una versión muy apreciable. 

Un comienzo luminoso, lleno de colorido y de una sensación de completo abandono da paso a un desarrollo lleno de contrastes entre brillo y oscuridad, bellamente dramático y listo para la estallar en cualquier momento. La negatividad del tema cromático da paso a una transición correcta y muy natural, hacia un scherzo ingrávido y de nuevo con un colorido pleno, desembocando en una coda sin excesos. 
El segundo moviente es especialmente sereno y repleto de felicidad, de nuevo con gran naturalidad y gracia, que adereza con las tensiones rítmicas nítidamente sibelianas, hasta fluir en la misma calma del comienzo, con un fino juego de timbres. 
El tercer movimiento comienza con un punto bajo de la sinfonía: un tempo poco animado y un tanto desangelado, que da paso a un nostálgico tema de los cisnes, también afectado por la falta de dinamismo. El director finlandés no abandona su postura en la repetición, que sin embargo gana por su mayor delicadeza y encanto, para dar paso a un pasaje en menor completamente vencido por la melancolía, rozando incluso el pesimismo más nórdico. El motivo triangular cierra con un indudable recuerdo del sonido de campanas, coronado por los martilleantes acordes finales. Una versión como decíamos muy estimable, aunque menor.


Interpretación: 7  • Estilo: 8,5  • Sonido: 6,5



Orquesta de Minnesota
Osmo Vänskä
- BIS (2011)

En su segunda integral, esta vez con su nueva orquesta americana, el maestro finlandés se muestra desigual, superando sus versiones con la orquesta de Lahti en algunos casos, pero no en otros como el siguiente, donde se muestra algo carente del necesario hechizo que lograba al otro lado del globo. El registro es eficiente, a ratos muy bueno y lleno de sibelianismo, al menos si lo observamos por separado, pero algo débil, monótono y falto de entusiasmo si lo comparamos con sus competidores, incluyendo su propio registro de década y media antes. 
El comienzo es brillante y sereno, sin aristas ni recovecos tensos. La orquesta suena refinada y atinada, aunque quizá le falta algo de intensidad en este punto. Pero lo ganará a medida que transcurre la primera parte del desarrollo, con la aparición plena del motivo ondulante como punto álgido. Llega la zona crepuscular de la deriva cromática de la cuerda, que se diluye con un claro sabor a las interpretaciones del director de la Cuarta, y un espléndido solista de fagot insinuante y contenido para dar mayor drama. Tras recoger ese drama, las cuerdas conducen a una transición efectiva y llena de vitalidad, desbordada en sana alegría con el scherzo, algo feérico. Cuando la música se sumerge en los recovecos más oscuros, Vänskä demuestra su conocimiento del estilo con una agitada carrera en el caos, caleidoscópica y llena de nervio, alcanzando la coda triunfal final, donde sobresalen los ritmos a contratiempo y un timbal que se deja escuchar como nunca. 
El segundo tiempo se muestra algo más cálido y efectivo, con contornos refinados pero al tiempo llenos de placidez y bellos sones. Lo mejor viene cuando la música se vuelca en la emoción, con el acompañamiento de los pizzicati graves, y en el modo como transitan los trémolos de la cuerda en el pasaje siguiente. El oboe se muestra un poco ambicioso en su pequeño solo, pero lleva a una esplendorosa conclusión.
El finale impone su carrera con precisión y un gran ánimo, pero con el himno de los cisnes Vänskä parece perder un poco su habitual perfilado por un trazo más grueso y voluminoso. Con la reexposición de los vientos se recupera un tanto, en este ocasión los oboes hacen un magnífico trabajo, hasta llegar a la mágica cuerda asordinada, donde el maestro finlandés vuelve a hacer su mejor trabajo. No tanto en el extenso tema en menor, en el que baja la intensidad, y suena más derrotado que trágico. El "ahogamiento" sabe colmar las sonoridades sibelianas, pero no logra la tensión necesaria, y los acordes finales pesan más que resuelven. Como decimos no es una mala versión, pero desde luego vemos muchos fallos ahí donde podíamos esperar más. Mucho más.

Interpretación: 7  • Estilo: 8  • Sonido: 9 (SACD)


Orquesta Filarmónica de Oslo
Mariss Jansons
- EMI (1994)

El director letón dirige a una buena orquesta noruega en esta grabación que cuando menos llama positivamente la atención. Una versión algo fría, pero correcta y bien equilibrada sonoramente, y mucha fuerza, sobre todo por la fuerza trepidante de sus ritmos (y tempi en general acelerados). Quizá la toma de sonido algo confusa no ayuda mucho a la que es una bastante buena interpretación, aunque hay reconocer que le falta un poco de "alma" y de conexión con las intimidades de la obra.
El comienzo expone cierta tensión subyacente, con un pulso y una articulación más dramática de lo habitual. Eso hace especialmente tenso y efectivo el segundo tema, así como el tema ondulante. Bien equilibrado está el diálogo con el que arranca el desarrollo, recreándose Jansons en las combinaciones tímbricas más inusuales. Las finura tímbrica continúa con la aparición del lamento del fagot, que rinde como verdadero protagonista con una evocación sobre todo nostálgica, aunque el manto de las cuerdas le dé una sonoridad más bien siniestra. Su respuesta en la cuerda es angulosa y potente, aunque se gesticule un poco. La transición es muy animada, rápida y efectiva, hacia un scherzo eléctrico y ligero, que llega a ser altamente inquietante al descomponerse. 
El segundo movimiento también impone su tempo algo acelerado, pero a cambio el letón encuentra aquí su mayor expresividad y lirismo, dando un tono pastoral y beatífico a la pieza (aunque no le sobran tonos de danza). El dramatismo también está bastante logrado, realizándose un estupendo trabajo sibeliano al saber diferenciar las variaciones y pasajes sin perder nunca la unidad.
Jansons arranca el tercer tiempo con fuerza y con un tema muy nítido y vibrante, y una segunda sección también potente pero sin pompa ni grandiosidad. La repetición también nos ofrece buenas sutilezas sonoras, dando paso a una sección in minore muy destacada por su melancolía, pero no lo necesariamente honda. La derivación del tema de los cisnes consigue una gran tensión, resuelta en los secos acordes finales. Buena versión, como decimos algo fría, pero merece la pena.

Interpretación:  7 • Estilo: 7,5  • Sonido: 6,5


Orquesta Sinfónica de Nueva Zelanda
Pietari Inkinen
- NAXOS (2009)

Como hemos comentado en otras ocasiones, el ciclo del jovencísimo Inkinen con la orquesta de las antípodas es muy notable por su considerable esfuerzo y por su calidad por encima de cualquier consideración apriorística, y aunque podríamos pensar no pedir más a una serie económica que cierta dignidad, el director finés logra aquí una lectura verdaderamente notable y válida por sí sola, por encima de otros registros con firma. 
El primer movimiento comienza con una clima pastoral e idílico, con gran calidez y humanidad, y los sonidos telúricos del timbal lo atan a la tierra. Durante el desarrollo sin embargo hay un fantasioso manejo de los timbres, y un dominio de atmósferas y contornos de los registros sibelianos verdaderamente admirable. El lamento del fagot llega a emocionar con su canto vacilante y sus vivos y tenebrosos rumores de auras que lo rodean. La transición es correcta, invisible aunque al tiempo no se aprovecha dramáticamente, y da lugar a un scherzo ligero pero con una vena nerviosa y vibrante. Sin embargo el final del movimiento suena algo precipitado, como si la orquesta no pudiera mantener el mismo nivel toda la sección.
El segundo movimiento tiene buen ánimo, mucha paz, aunque falte algo de brillo y acuse de ciertas robusteces en ocasiones. Pero no faltan finas expresiones, como el canto de los oboes antes del pasaje en menor del final. 
Para el cierre de la sinfonía Inkinen de nuevo acierta plenamente con el sentido de la sinfonía, con su brío del primer tema y el hipnótico motivo de carrillón sobre el canto general de las maderas, llevado poco a poco hacia lo majestuoso (sin demasiada pompa). Los momentos más dramáticos del pasaje en menor también dejan señal de pesimismo nórdico, aunque le falte el suficiente desgarro para lograr el cuadro completo. Como en el primer movimiento, los últimos compases se notan algo exhaustos, y los acordes últimos finalizan sin la necesaria fuerza. No obstante, y en términos generales, buena versión que dobla su precio en calidad y satisfacción. 

Interpretación: 7  • Estilo: 8  • Sonido: 7

Orquesta Sinfónica de Gotemburgo
Neeme Järvi
- BIS (1982, p.1985)

La primera grabación del maestro estonio, dentro de su integral para el sello BIS. Järvi hace una demostración de buen hacer, pero quizá la obra le viene en ese momento algo grande. Aunque la grabación cumple, y a retazos resulta hasta de gran altura, en otros en cambio patina, dando una sensación global de suma irregularidad. 
El tempo inicial debuta con un sentimiento pastoral, incidiendo en los largos acordes que acompañan la madera hasta el momento del tema cromático, para el que Järvi reserva el comienzo del fuego de la pieza, muy agitada a partir del desarrollo-repetición, con buenas prestaciones solísticas y un buen manejo de las auras, aunque la sensación es algo pálida y lejana, cuando no heladora. El buen manejo atmosférico del director deja huella en el excelente lamento cromático del fagot, con una agitación casi gótica bajo su canto agarrotado, pero después las cuerdas tienen un toque demasiado chaikovskyano. De nuevo una de arena con la transición, excelente, amplia y muy emocional. El scherzo es vívido y lleno de drama y agitación, aunque de nuevo el débil sonido y cierto toque masivo en las cuerdas no ayuda del todo. En la coda del movimiento combinado logra un magnífico brillo. Y aunque a las trompetas les cuesta un poco la rapidez, lo hacen con verdadera furia celestial.
El segundo movimiento acierta en su equilibrio entre cierto lirismo sin excesos y una nobleza modesta, sin grandilocuencias, aunque los micrófonos o la remezcla afean lo que se adivinaba un sonido francamente más hermoso. Se mantiene una notable cohesión a lo largo del tempo, mucho mejor que el desigual primer movimiento. 
El tercer movimiento empieza con fuerza, aunque también, hay que decirlo, con un trazo grueso que no deja oír todo en su justo plano. El segundo grupo de temas en cambio resulta solemne y grandioso, con los contrapuntos dramáticos muy bien perfilados. El impulso se mantiene con la repetición del tema inicial, donde las cuerdas sufren algo de atropello, no perjudicando demasiado su expresión jubilosa y dionisiaca. La música se oscurece con tristezas cósmicas al final, hasta la llegada los acordes finales, expectantes y más que adecuados. Versión irregular, aunque buena... si no hubiese unas cuantas buenas versiones más.

Interpretación: 7  • Estilo: 6,5  • Sonido: 6

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Capítulo siguiente: (y 10) Discografía (y 3) [próximamente]

Semana Musical de Finlandia en Mallorca (del 30 de septiembre al 7 de octubre de 2017)

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Tengo el placer de anunciar la celebración de una semana musical celebrada en nuestro país y dedicada a la música finlandesa en el centenario de la independencia del país nórdico. La semana cuenta con la financiación y la colaboración de la fundación del grupo empresarial Wihuri, las asociaciones de los compositores Kilpinen, Melartin y Sibelius, el Conservatori Superior de Palma, el consulado de Palma, etc. El programa previsto, según me ha sido comunicado, es el siguiente:

CONCIERTO SINFÓNICO
30 de Septiembre de 2017 a las 20 horas
Conservatori Superior de Palma

Sibelius"Finlandia"
GriegConcierto para piano y orquesta op.16
SibeliusSinfonía nº 2

Orquesta Sinfónica del Conservatori Superior de Música de les Illes Balears
Alfredo Oyágüez Montero
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RECITAL

Miércoles 4 de Octubre a las 20 horas
Palau March, Palma

Jueves 5 de Octubre a las 19:30 PM
Son Marroig, Deiá

"100 años de la Independencia de Finlandia". "Compositores finlandeses". 
Obras de Kuula, Kilpinen, Madetoja, Merikanto y Melartin

Solistas:
Hedvig Paulig,soprano
Jouni Kokora, barítono-bajo
Einari Liikkanen, violín
Gustav Djupsjöbacka, piano

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Auditorio del Conservatori (enlace)

CONCIERTO. "FINLANDIA 100 AÑOS"
Viernes 7 de Octubre a las 20 horas
Conservatori Superior de Palma
DISCURSO DE CELEBRACIÓN: "El Monumento Sibelius"
A cargo de la embajadora de Finlandia en España, doña Tiina Jortikka-Laitinen

PROGRAMA: JEAN SIBELIUS

- Rakastava, suite Op. 14                                                            

- Canciones, en arreglo con orquesta de cámara de Kalevi Olli    

- Andante Festivo                  
                                                   
Martti Wallén, bajo
Orquesta de Cámara del Conservatori Superior
Concertino: Einari Liikkanen (Tapiola Sinfonietta)
Director: Alfredo Oyágüez Montero

- Canciones
- Romanza op. 78 nº2

Hedvig Paulig, soprano
Einari Liikkanen, violín
Gustav Djupsjöbacka piano

- Canciones, en arreglo con orquesta de cámara de Kalevi Olli    
Jouni Kokora, barítono-bajo
Orquesta de Cámara del Conservatori Superior
Director: Alfredo Oyágüez Montero

- "Finlandia": himno
Solistas finlandeses
Cantantes de la clase magistral (ver abajo)
Cantores de la Svenska Kyrkan
Orquesta de Cámara del Conservatori Superior
Director: Alfredo Oyágüez Montero
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Además Gustav Djupsjöbacka, pianista y profesor de la Sibelius Akatemia, ofrecerá clases magistrales en el Conservatori Superior de Palma.

El escritor sueco Viktor Rydberg (1828 - 1895)

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Känner hans själ en samklang
med sången, som höjes av stjärnlös natt?
Dör hans ve som en sakta ton
i höstens väldiga sorgedikt?
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¿Conoce su alma la armonía
con la canción que se eleva en la noche sin estrellas?
¿Muere su dolor como un lento tono 
en el poderoso lamento del otoño?
Viktor Rydberg "Höstkväll" ("Tarde de otoño"), en Dikter (p.1882)
Como prólogo a una pequeña serie que dedicaremos a "La ninfa del bosque" de Jean Sibelius (que da título hasta cuatro entradas en el catálogo, aunque en realidad tres de ellas emanan de la misma partitura), daremos cuenta de algunos datos biográficos sobre el poeta a quien debemos los versos en los que el compositor se inspiraría para tales obras (amén de otras muchas partituras).

Como sabemos, Jean Sibelius tuvo como lengua materna el sueco, y muchas de sus obras vocales, como la mayoría de sus sången - canciones para voz y piano - que escribiera están en ese mismo idioma, por ser en aquel tiempo aún una lengua literaria de uso en la alta cultura de su Finlandia natal. El poeta más musicado de su producción es Johan Ludvig Runeberg, el escritor finlandés de lengua sueca más célebre (autor de los versos del himno nacional finlandés, y en cuyo aniversario se celebra el día de las letras en el país nórdico). Pero nuestro autor no solo utilizó versos de finlandeses, sino también de autores suecos, dado que a nivel literario no existían diferencias observables en el sueco de Suecia y el hablado en Finlandia (sí existen en el "acento" o en detalles del uso). De igual manera no es raro tampoco encontrar músicos suecos que utilizaran a poetas como Runeberg para sus composiciones. Dicho esto como justificación del por qué llamamos la atención hacia este escritor sueco en un blog sobre Sibelius, pasemos a dar una reseña sobre su vida y su obra.
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Vida
El escritor Viktor Rydberg fue un aclamado autor del romanticismo (tardío) sueco, conocido como novelista, ensayista sobre temas mitológicos y poeta, además de por su activismo político de tendencia liberal. Aunque no figura usualmente entre las máximas figuras de la literatura de su país, ha de considerarse como tal si nos ceñimos a su época, donde constituye una de las personalidades más características y al tiempo singulares de la segunda mitad del siglo XIX. 

Abraham Victor Rydberg nació el 19 de diciembre de 1828 en la localidad de Jönköping, al sur del país. De origen humilde, su padre fue guardia de prisión. Tras la muerte de su madre por una epidemia de cólera en 1834, su padre se abandona a la depresión y al alcoholismo, lo que hace que el joven Victor pasara por diversos hogares adoptivos.

A pesar de tal infancia tan poco prometedora, Rydberg poseía un gran talento para los estudios, y llegó hasta la universidad de Lund. Debido a dificultades económicas no pudo acabar ese grado, terminando no obstante su formación a través de un tutor privado. Pero al tiempo empezó a trabajar en un periódico de Gotemburgo, plataforma desde la cual comenzó su carrera como novelista. También la política, siendo activista del Partido Campesino y de los derechos de los trabajadores, de los plenos derechos de la población judía, y así como del apoyo a Alemania durante la Guerra Franco-Prusiana. Sería entonces cuando cambiaría su nombre por su forma alemana, por la cual es recordado, al tiempo que, curiosamente, promovió el uso del vocabulario sueco más puro, lejano de la influencia alemana que muchos otros escritores adoptaban. 


Un joven Rydberg en una fotografía efectuada entre 1850 y 1855

Muchos aspectos de su biografía siguen envueltos aun hoy en día en la duda y la polémica, como es la falta de apoyo que le demandó el dramaturgo August Strindberg ante la acusación a este último de blasfemia, o la de una sexualidad que jamás traspasó su ámbito privado, de lo cual varios de sus biógrafos han concluido que ocultó su homosexualidad, quizá siempre reprimida. 

En 1877 le fue concedido un viejo sueño: doctor honoris causa por la Universidad de Uppsala (ocasión para la cual escribe los versos de la cantata interpretada en su honor) y al tiempo formar parte de la Academia Sueca. Desde 1884 daría clases en la Universidad de Estocolmo. 

Tumba monumental de Rydberg en el cementerio Östra Kyrkogården de Gotemburgo. 
Fotografía de Harri Blomberg

Muere el 21 de septiembre 1895 en Djursholm, al sureste de Suecia, aunque está enterrado en Gotemburgo.

Obra
Sus novelas poseen mayoritariamente un tema histórico: "Singoalla" (1858, varias revisiones posteriores), una de las más tempranas y a la vez exitosas, relata el amor de un caballero medieval y una gitana. "Den siste Atenaren" ("El último ateniense", 1859) pone en conflicto su admirado mundo clásico y el cristianismo dogmático. Su visión nostálgica del helenismo, cultiva cierto toque clasicista proveniente de Schiller, pero que Rydberg dota de un aire más sensual, primario y vivo, casi nietzscheano. "Vapensmeden" ("El armero", 1891) traslada el conflicto religioso a la época de la Reforma, y a la lucha entre la tradición católica y el luteranismo. 

Muchos ensayos comparten con las novelas sus preocupaciones sobre religión e historia. El más sobresaliente es "Bibelns lära om Kristus" ("Las enseñanzas sobre Cristo en la Biblia", 1862) que introdujo de manera muy directa el estudio en Suecia del Jesús histórico, partiendo del propio Nuevo Testamento para realizar una lectura crítica que le permite plantear la duda de la divinidad de Jesucristo. Invocaba esas dudas para evitar el dogmatismo en la educación lo que - más que las propias tesis del libro que ya estaban en el ambiente filosófico y académico - provocó una enorme polémica en la Suecia de entonces, lo que dañó durante años la reputación del autor. Modernamente se le ha considerado uno de los 50 libros más influyentes de la cultura sueca. 

"Medeltidens Magi" ("La magia de la Edad Media", 1865) es una exposición de las creencias de aquella época, en la que acusaba a la iglesia de su época de conservar una idea dualista del mundo proveniente de esa época, y de fomentar la superstición que derivó en la caza de brujas. 

Los últimos años centró sus búsquedas en la mitología. Em "Undersökningar i germanisk mythologi" ("Investigaciones en la Mitología  Germánica", dos partes, 1886 y 1889) intenta vincular los mitos germánicos a los universales de una hipotética mitología proto-indoeuropea de la que derivarían también otros mitos de los pueblos que hablan lenguas de esa familia, como los antiguos griegos. Esta magna obra, así como numerosos artículos y otros libros, muestran una visión altamente especulativa, poética y subjetiva de la misma, aunque algunos mitólogos más recientes han valorado algunas de sus intuiciones positivamente. 


Portada de "Fädernas gudasaga" ("Saga de los dioses de nuestro padres", 1887), uno de sus textos sobre mitología escandinava.

Su última gran obra fue "Den hvitarasens framtid" ("El futuro de la raza blanca", 1895), que lejos de lo que su título pudiera indicar no posee connotaciones racistas ("raza" aquí es sinónimo de pueblo, e incluye a diversos pueblos y culturas), sino que es una visión optimista hasta la ingenuidad del progreso, y un llamamiento de rechazo a que este esté expresado como industrialización, anunciando un sentimiento ecologista más propio de una época muy posterior. 

En un  formato más breve encontramos otros títulos: "Lille Viggs äventyr på julafton" ("Las aventuras del Pequeño Pato Buceador en Nochebuena", 1871) recopila cuentos diversos para todas las edades. Sus poemas, numerosos pero no su principal preocupación, fueron publicados individualmente en muy diversas circunstancias, y reunidos finalmente en dos colecciones principales años después simplemente como "Dikter" ("Poemas", 1882) y "Dikter andra samlingen" ("Otra colección de poemas", 1891).

La temática de su poesía es muy amplia también, donde conviven poemas líricos de tradición romántica con poesía infantil, evocaciones de la Antigüedad clásica (con traducciones y/o versiones de algunos autores griegos), temas históricos (normalmente medievales, con toques legendarios), y referencias a la mitología y el folclore escandinavos. En las colecciones publicadas también se incluyen traducciones de "El cuervo" del Poe, del "Loreley" de Heine o una versión de la leyenda de "El holandés errante". Realizó además una destacada traslación del "Faust" de Goethe al sueco.

Los versos más populares de Rydberg sin embargo, que hasta forman parte de la cultura popular sueca, se refieran a las fechas navideñas. Por un lado su poema "Tomten", en torno a la figura del duende folclórico del mismo nombre, que en esas estrofas firma su arquetipo, o "Gläns över sjö och strand" ("El resplandor sobre mar y orilla"), que en manos de la autora de canciones infantiles Alice Tegnér (1864-1943) se ha convertido de hecho en una canción popular para esas fechas. Aquí podemos escuchar un arreglo de esta última melodía cantada por el Coro Académico de Gotemburgo:


Leer a Rydberg
En español es una tarea prácticamente imposible. Su novela "Singoalla" fue traducida y publicada en 1946 en la Revista Literaria "Novelas y cuentos", de la que hay ejemplares al menos en varias bibliotecas españolas y alguna librería de viejo. También es posible encontrar la versión en prosa de "Tomten" efectuada por parte Astrid Lindgren (la famosa creadora de "Pippi Långstrump"). Pero dejando aparte esto, no existe hasta donde hemos podido investigar más traducciones, quizá algún poema suelto en alguna antología. Sin duda sería una estupenda noticia que algún día se pusieran en negro sobre blanco su trabajo, así como el otros grandes autores románticos nórdicos.


Fotografía de 1876, considerada el clásico entre sus retratos

Pueden consultarse numerosos textos del autor en su lengua original en:

(incluyendo las dos compilaciones de poemas, libros que utilizó Sibelius):

Escuchar a Rydberg. Rydberg y Sibelius
Además de Sibelius, sus versos han sido plasmados en música por compositores suecos como Peterson-Berger, Wiklund, Hallén, Lindberg, Tegnér, etc. y otros autores finlandeses como Madetoja o Pingoud. Wilhelm Stenhammar escribió una temprana pero importante cantata sobre "Snöfrid" (su opus 5) en 1891, 9 años antes que Sibelius (la grabación efectuada por Neeme Järvi de la obra puede escucharse en este enlace).


Retrato (1892) de Rydberg, obra del pintor finlandés Albert Edelfelt (1854-1905) 

Jean Sibelius utilizó textos de Rydberg en diferentes momentos a lo largo de su carrera, aunque fundamentalmente en tres: un par de canciones al final de su periodo de estudios (una de ellas solo esbozada), no demasiado después de la publicación de la primera colección rydbergiana; en su periodo romántico en torno al paso del siglo (destacando las tres primeras del opus 38, de toques casi expresionistas), y de nuevo en época de la Primera Guerra Mundial, aunque gran parte de los versos escogidos en este último periodo no pasaran de meros proyectos.
Sibelius no se centra en uno de los intereses literarios del poeta, musicalizando tanto sus versos más puramente líricos como algunas de sus evocaciones históricas y mitológicas. Y además (caso no muy frecuente) los utilizó en diversos géneros musicales, tanto en la canción con acompañamiento pianístico (en los que utiliza sobre todo los textos más sentimentales) como en obras corales de gran formato (con orquesta), a los que hay que añadir el poema sinfónico y el melodrama (que comparten su material musical). Eso nos da cuenta de que sin duda Rydberg es uno de los poetas preferidos del músico, una importancia literaria solo superada por el Kalevala y el Kanteletar, y por Runeberg.

El listado de obras (incluyendo los proyectos no realizados, que son numerosos) de obra de Sibelius basada en Rydberg es el siguiente:
- "Skogsrået" ("La ninfa del bosque"), voz y piano JS.171 (1888/89). Texto: en Dikter (1882)
- "Höstkväll" ("Tarde de invierno"), voz y piano HUL 1180 (1888/89). Fragmento. Texto: en Dikter (1882)
- "Skogsrået" ("La ninfa del bosque"), melodrama opus 15 (1894-95). Texto: en Dikter (1882)
- "Athenarnes sång" ("Canción de los Atenienses") opus 31 nº3 para coros masculino e infantil al unísono y orquesta. Texto: en Dikter (1882)
- "Snöfrid", para recitador, coro y orquesta opus 29 (1900). Texto: en Dikter (1882)
- "Impromptu", para coro femenino y orquesta opus 19 (1902, rev. 1910). Texto: en Dikter andra samlingen (1891)
- "Höstkväll" ("Tarde de invierno"), voz y piano opus 38 nº1 (1903). Texto: en Dikter (1882)
- "På verandan vid havet" ("Sobre un balcón junto al mar"), voz y piano opus 38 nº2 (1903). Texto: en Dikter andra samlingen (1891)
- "I natten" ("En la noche"), voz y piano opus 38 nº3 (1903). Texto: en Dikter andra samlingen (1891)
- "Harpolekaren och hans son" ("El arpista y su hijo"), voz y piano opus 38 nº4 (1904). Texto: en Dikter andra samlingen (1891)
- "Vattenplask" ("Aguas chapoteando"), voz y piano opus 61 nº2 (1910). Texto: en Dikter (1882)
- "Vi ses igen" ("Nos reencontraremos"), voz y piano opus 72 nº1 (1914). Texto: en Dikter (1882). Obra perdida!!! (durante la Guerra Mundial).
- "Kyssen" ("El beso"), voz y piano opus 72 nº3 (1915). Texto: en Dikter (1882)
- "Salem" y "Kellä kaipuu rinnassansa" (Segundo grado: "Quien tuviera un amor"), nos. 6 y 7 de la Música masónica opus 113, para canto (tenor) y armonio (u órgano) (1926-1927). Textos de la "Kantat vid jubelfest-promotionen i Uppsala den 6 september 1877. Philosophia" en los Dikter (1882), traducidos al finés por Samuli Sario.

Inspirado en el poema de Rydberg:
- Skogsrået (La ninfa del bosque), poema sinfónico opus 15 (1894-95) (programa basado en el poema homónimo de los Dikter (1882))

Proyectos no realizados: 
- "Goternas sång" ("Canción de los godos"), voz y piano (1912). Texto: en Dikter (1882)
- "Kyssen" ("El beso"), voz y piano (1914). Texto: en Dikter (1882), nueva musicalización del mismo texto en opus 72 nº3 
- "Goternas sång" ("Canción de los godos"), coro con orquesta (1914). Texto: en Dikter (1882)
- "Bacanal", coro con orquesta (1914). Texto: ?, ¿mismo que "Unger Hellener"?
- "Unger Hellener" ("Jóvenes helenos"), coro [masculino] y orquesta (1915). Texto: de "Livslust och livsleda" ("Alegría de vivir y hastío de vivir") en Dikter andra samlingen (1891)

Como colofón, la magistral canción "Tarde de otoño" opus 38 nº1, en orquestación de propio autor, con Karitta Matila y la dirección de Sakari Oramo:



Quinta sinfonía en Mi bemol Mayor opus 82 (1915-19): (y 10) Discografía (y 3)

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Finalizamos aquí la serie dedicada a la Quinta sinfonía de Sibelius.
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Orquesta Filarmonía (de Londres)
Herbert von Karajan
- EMI (1960)

Segundo registro fonográfico de los cuatro de estudio que realizó con esta obra el maestro de Salzburgo. Una versión con su garra y belleza, pero que parece muy ajena al mundo del compositor finlandés, repleta de unos cuantos manierismos propios del popular intérprete.
El porte inicial es noble, de una serenidad clásica, cuidando con mimo los timbres. Para el segundo grupo en cambio Karajan se vuelve tímbricamente masivo, obteniendo una elevación en el toque aristocrático de la sinfonía. Sin embargo le falta algo de pulso y de ánimo, quedando los diálogos con la trompeta algo deslucidos. Quedan algo compensado sin embargo con la fuerza del tema ondulante durante el desarrollo, que crea la expectación necesaria para la sección en la que Karajan pone mayor sentimiento, el cromatismo de la cuerda y posterior lamento del fagot, errabundo y con un continuo aliento contenido, realmente espectacular. Con el unísono de la cuerda el de Salzburgo llega al paroxismo musical, de alturas casi wagnerianas (aunque bastante menos refinadas de lo que demandaría la partitura). La transición se siente algo desaprovechada, no obstante la felicidad de indudable toque vienés del scherzo lo supera con creces, aunque de nuevo lo más sibeliano, la "descomposición" de los temas se desaprovecha, finalizando todo con una coda poderosa, aunque algo precipitada. 
Para el segundo movimiento Karajan realiza una solución de compromiso entre su "bello son" y cierto carácter scherzando, con un tempo algo acelerado pero efectivo, y no sin buena sensación del ritmo, aunque la orquestación pueda resultar algo pastosa en general, sobre todo por parte de una cuerda un tanto dominadora. 
La misma cuerda un tanto gruesa comienza el finale, que tiene como réplica unas trompas un tanto exageradas con su "tema de los cisnes", intentando convencer con fuerza lo que convencería de por sí solo... aun así el director austriaco le da una dimensión de gran elevación a la sección. Maestro del dinamismo, Karajan es capaz de transitar hacia un clima más sosegado con la repetición de los temas, y logra cierta magia con la llegada de la reiteración del contratema en los vientos, preparando el expresivo tema en menor, que el maestro austriaco aprovecha para lanzar todo su romanticismo y apasionamiento. La dimensión que toma la progresión del "martillo de Thor" es ciertamente apoteósica, odínica, y Karajan no se ahorra la grandilocuencia, dando a los últimos arcos con verdadero arrebato de fino pero poderoso martillo. Buena interpretativamente, pero alejada del ideal sibeliano.

Interpretación: 7  • Estilo: 5,5  • Sonido: 6


Orquesta Sinfónica de la Radio Danesa
Erik Tuxen
- DECCA (1952)

En la línea de Ehrling, Tuxen fue uno de esos grandes directores nórdicos que recogieron una ya larga herencia allí de la interpretación sibeliana (recordemos que el compositor presentó su música en varias ocasiones en Dinamarca, sede además de su editor Hansen) y guardaron la llama hasta las generaciones más actuales. 
Tras un comienzo etéreo, de una languidez casi mística, el tema cromático se alza amenazante, tremendista, muy tenso... hasta el tsunami del movimiento ondulante, donde Tuxen deja el acompañamiento en muy primer plano. El comienzo del desarrollo suena de nuevo muy tranquilo, lo que hace perder algo de su efecto, que sumado a la calidad de la grabación no deja apreciar bien algunos detalles instrumentales. Quizá es el pasaje de las cuerdas donde más se nota el estilo, con su paso vacilante y su clima pesimista, como el solo del fagot, realmente lleno de pathos. El director tiene algunos problemas de afinación con las trompetas en la transición, que transcurre también parsimoniosa y natural, llena de luz serena. El scherzo posee un aire clásico, y combina a la perfección sus oscuridades con momentos más luminosos, hasta llegar el martilleo amortiguado de los acordes de tonos dispares. Tuxen aprovecha ese drama para introducir de nuevo inquietud en la pieza, siendo brillante el arrugamiento motívico posterior, con los motivos disgregándose en átomos y luchando por recomponerse. La coda sufre de nuevo las justezas de las trompetas, pero finaliza con elegancia el movimiento, algo lento en general.
El segundo tiempo comienza también con cierto misticismo, esta vez con un tempo más acorde, y siempre un sentido excelente del ritmo, que anima todo el conjunto. De nuevo Tuxen resalta más las oscuridades y los pasajes más tensos, aprovechando la tragedia subyacente y posible en el equilibrado movimiento.
La carrera inicial del finale no se ataca con demasiado frenesí, dejando paso a la exaltación de lo excelso con el tema de los cisnes, solemne y transcendental antes que dominador. La repetición ofrece un panorama centrado en los timbres más que en el ritmos, algo relajados, esperando Tuxen al gran clímax del ahogamiento del tema de los cisnes (de nuevo con las inseguras trompetas, de tarjeta y expulsión). Los acordes finales son justos, cerrando una interpretación histórica apreciable.

Interpretación: 6,5  • Estilo: 7 • Sonido: 3,5 (mono)


Orquesta Sinfónica de Londres
Tauno Hannikainen
1959 - diversas eds., incluyendo METRONOME (2013)

Hannikainen es un histórico director finlandés, que gozó del reconocimiento del propio compositor. Sus Sibelius parten pues de la tradición nacional nacida del propio autor, participando también de cierto lastre del enfoque más romántico y conservador. 
El primer movimiento tiene un espíritu sereno, ligero incluso, con un notable colorido luminoso, que contrasta con el drama central, muy tenso. La transición se sucede con cierta urgencia en derivar al scherzo, de una dimensión notablemente agitada, excelentemente subrayada por las finas figuras de la cuerda. El segundo tiempo participa también de ese nerviosismo, y parece extrañamente anhelante, emocional. Hannikainen hace buen trabajo con la orquesta, con buen manejo de los distintos planos, como se puede observar aquí, pero hay que señalar que la calidad de los instrumentistas no es la mejor posible. La cualidades antes expuestas redundan en el vibrante comienzo del final, frente a los esperanzados sones del tema de los cisnes, que retoman la serenidad del comienzo de la interpretación. La coda tiene cierto trazo grueso, pero es eficiente. Versión modesta, pero apreciable.

Interpretación: 6,5  • Estilo: 7,5 • Sonido: 5,5


Orquesta Sinfónica de Londres
Colin Davis
- RCA (1992, directo) - varias reeds.

La segunda integral de Davis, ahora con la orquesta inglesa, es en general menos intensa que la primera, casi afectada por una falta de brío y drama en general, aunque Davis nunca pierda elegancia y su gran amor por la música del autor.
El primer movimiento comienza con un clima claro, pastoril, de beatífica tranquilidad, que prosigue con el sereno desarrollo. Los vientos a continuación protagonizan una serie de cuidados solos, con la excelente orquesta siempre en un primer plano, dando buena cuenta de las combinaciones sibelianas, aunque sin poner (al menos lo suficiente) el color en la dimensión  necesaria. Las cuerdas se mueven hipnóticas para dar paso al solo helador del fagot, hasta que el lamento bajo las cuerdas lo agarrotan, quizá no con la necesaria fuerza. En cambio la transición fluye con facilidad desde su arranque, que evoca hasta cierto punto de forma nostálgica el comienzo del tempo. Finalmente deriva hacia un scherzo en general sereno, ahondando en esa cierta melancolía. Esa añoranza se ve sin embargo transformada en su descomposición en una inquietante amenaza hasta la coda, que crea un espíritu casi solar. Aunque todo haya tenido una apariencia un tanto pálida por el exceso de languidez general.
El mismo espíritu atenaza el segundo movimiento, de atmósfera plácida y sin grandes pasiones. El drama no llega a realizarse por la orquestación algo más empastada que en el primer tiempo, con poca separación de timbres y un toque demasiado sinfónico, además de poco contraste también entre las diferentes variaciones, a cambio de dar gran continuidad y naturalidad al devenir de la música. 
El final comienza con mayor energía, pero no con la suficiente pulcritud. El tema de los cisnes se muestra solemne, algo pomposo incluso, pero el trazo grueso abunda, y prosigue por desgracia en la vuelta al tema inicial. No obstante Davis sabe dibujar muy bien los divisi y las figuras de las cuerdas posteriores. El pasaje en mi bemol menor se vuelve un tanto chaykovskyano si no fuera hasta un poco frío. La misma sensación prosigue con el final, no lo suficientemente dramático, aunque los acordes últimos resultan más que  contundentes. Una versión en la que se percibe entusiasmo pero falta de plasmación del mismo. Podría bastar si no hubiese unas cuantas opciones mucho mejores...

Interpretación: 6,5  • Estilo: 6 • Sonido: 7


Orquesta Hallé
John Barbirolli
- EMI (1966) - diversas eds., incluyendo WARNER MUSIC (2013)

Entre todas las interpretaciones de su integral sinfónica, esta de la Quinta quizá sea una de las más notables y de calidad de Barbirolli, aunque el toque personal, además de su desigualdad en el discurso, como habitualmente, lo desvíen bastante de lo que sería necesario en esta sinfonía.
El primer movimiento comienza con un desfile de distintos instrumentales, diálogos entre registros como de un gigantesco órgano a lo Bruckner, con las maderas sensiblemente destacadas y un tono en general tenso, que se convierte en agudo dolor en la primera oportunidad. La curiosa interpretación de los timbres prosigue en el intercambio posterior, que se recrea en los siguientes diálogos, aunque falta el soporte "áurico" de las cuerdas para dar el suficiente valor. El lamento del fagot está especialmente destacado por su deje lacrimoso, que entona un canto entrecortado y muy expresivo, lo que se prolonga con un tono más absoluto en su versión para las cuerdas, aunque con la frialdad habitual del director. La transición resulta más emocionante, aunque la orquestación redunde en ser demasiado singular, con toques casi de gran banda.  El scherzo peca de extrañamente frío y contenido.
Las maderas vuelve a ser las protagonistas del sereno comienzo del segundo tiempo, lo que desde luego crea un sonido hermoso, con toques de recogimiento. Pero cuando la música se tiene que emocionar, otra vez Barbirolli permanece gélido y distante, hasta simplemente convencional. Progresivamente incluso parece haber cierto abandono en la pieza, y los últimos pasajes tienen un trazo mucho más grueso. 
El tercer movimiento comienza con cierta palidez y hasta cansancio, queriéndose refugiar en la solemnidad del segundo grupo de temas, con un ostinato especialmente subrayado y un indudable toque de grandes campanas. La repetición alcanza una altura mayor, pero bajo la palidez y excesiva objetividad habituales del director británico. La expansión final en modo menor se muestra muy tensa y dramática, no sin fuerza pero poco consecuente con lo anterior. El final redunda en la figura de "campanas" del tema de los cisnes, finalizando bajo ese mismo toque seco y tremendista con los últimos acordes, que se revelan como unos de los más martilleantes de la discografía. Desigual interpretación, con buenos momentos, pero otros francamente poco adecuados, en especial si atendemos al sibelianismo de la obra.

Interpretación: 6,5  • Estilo: 5,5  • Sonido: 7,5


Real Orquesta Filarmónica de Estocolmo
Sixten Ehrling
- METRONOME (1952) - ed. FINLANDIA RECORDS (1999)

Perteneciente al póker de grabaciones de los años 50 de la sinfonía, aporta la visión nórdica a las otras que se estaban realizando por entonces (Collins, Karajan, etc.). Y en efecto, la versión es plenamente nórdica por su seriedad, su pesimismo y hasta su sensación de extrañeza, repleta de buenos momentos, aunque tampoco su musicalidad sea la más desbordante posible. Quizá el mal sonido hace que no sea posible apreciar mejor algunos detalles que solo se intuyen. 
El primer movimiento comienza con gran agitación y desasosiego desde el primer momento (muy acelerado), trayendo ante nuestra vista una tragedia en ciernes, que ve el comienzo del desarrollo como un apoyo hacia la redención. Las auras están muy vivas, y enturbian de nuevo la marcha de la música para conducirnos con dramatismo hacia el clímax central, sólo un breve episodio hasta el poderoso tema del fagot, sombrío y taciturno, y su revisión de las cuerdas, tremendista, casi apocalíptica. La transición cumple su función y nos lleva a un scherzo muy nítidamente sibeliano, de nuevo con unas auras bien marcadas y ágiles ritmos. A medida en que el movimiento se pliega en sus sombras la música se vuelve más nerviosa, e incluso inquietante. La coda resulta sin embargo algo más convencional, pero efectiva. 
El segundo tiempo también es bastante acelerado, conteniendo de nuevo una gran tensión y ritmos nerviosos, con espíritu de pieza scherzante, un poco a la manera del movimiento central de la Tercera. Las prestaciones de la parte grave de la cuerda son especialmente vistosas, y logran una gran sensación dinámica, aunque la calidad de la grabación como adelantábamos no permita oír el resultado plenamente. El ritmo además se convierte en el motor que une las diferentes variaciones, seguidas sin demasiados contrastes. 
El tercer movimiento debuta con un espíritu muy vivo, pero al llegar el tema de los cisnes resulta un poca más monótona y apagada de lo necesario... En la repetición se recupera el espíritu inicial, pero se salva ahora el tema de los cisnes con un toque más lírico y apasionado. El director de Malmö guarda todo el fuego para el pasaje en mi bemol menor, muy oscuro, con lo que logra que el regreso del tema de los cisnes tenga (por primera vez) el efecto pretendido por el compositor. Su descomposición armónica despliega de nuevo todo el nerviosismo de momentos anteriores, resuelto en los acordes finales, que cortan sin dejar la sensación adecuada. En suma, una versión con pros y contras, pero a destacar.

Interpretación: 6,5  • Estilo: 7  • Sonido: 3,5 (mono)


Orquesta Sinfónica de la Ciudad de Birmingham
Simon Rattle
EMI (1987)

El director británico se pone al frente de la más sibeliana de las orquestas británicas para ofrecer una visión moderna, quizá algo críptica y fría por esa razón.
El primer tiempo se inicia con un clima solemne, poderoso, ampuloso, sin mucha diferenciación tímbrica. Poco a poco se impone una ánimo mucho más negativo, cargado de tensión, que desemboca en un doliente lamento del fagot, con un talentoso solista por cierto, aunque el pasaje acabe siendo algo paralizante, quizá errabundo en exceso. A cambio así se logra una transición explosiva, triunfal, hacia un scherzo algo pesado y lleno de claroscuros dramáticos. La coda tiene empuje, aunque al destacar la trompetería la convierte en un cuadro más convencional. 
El segundo tempo se muestra correcto en general, disciplinado, aunque falto de calor humano y tendente a la masificación sonora (en un movimiento que brilla más con toques camerísticos). Como en el scherzo, los pasajes más melancólicos antes de la coda tienen un brillo, especialmente por los buenos solistas, en este caso los oboes. 
El finale arranca con poco ímpetu, con disciplina también, aquí demasiada. El tema de los cisnes decepciona por su excesivo empaste, confusión incluso, y sentimiento de cansancio. La nueva carrera de las cuerdas resulta algo mejor, aunque la técnica de la grabación hace inaudibles los pianissimi y otras sonoridades sutiles. Y otra vez la melancolía se apodera de todo, ¡cuánto pesimismo hay en este registro! Así, los acordes finales pierden su efecto. Una versión con buen nivel interpretativo, cierto toque personal, pero sin ningún atractivo especial.

Interpretación: 6,5  • Estilo: 6,5 • Sonido: 6,5


Orquesta de Philadelphia
Eugene Ormandy
RCA (1975)

Otoñal versión del viejo maestro sibeliano.
El comienzo animado, revoltoso incluso, da paso a un tempo más acelerado con la presentación de los temas. El gran directo maneja sobre todo el diálogo entre los distintos planos orquestales, casi a la manera de un órgano, lo que da a la sinfonía cierto aspecto bruckeriano, como en Barbirolli,  pero en su agitación nerviosa consigue un mejor resultado sibeliano. El lamento del fagot deja transparentar esos planos sonoros simultáneamente, con un brillo muy especial en las cuerdas, crepusculares. Tras el poderoso gesto del tema en las cuerdas, la transición nos trasporta súbitamente a un mundo luminoso y lleno de fantasía. El scherzo resulta relajado pero desenfadado, en verdad "moderadamente alegre". La agitación vuelve a sentirse en la descomposición de los temas, con un aspecto verdaderamente extraño. 
El segundo movimiento acentúa especialmente los stacatti, en oposición a un impulso cálido y tranquilo, dando la sensación del cuadro de un plácido paisaje lleno de miles de pequeños detalles. Los legati de las cuerdas en cambio se perfilan en amplio legati, con lo que de nuevo el directo americano consigue grandes contrastes sonoros. La sensación general es reconfortante, de una inocencia y un idilio místico.
El tercero continua sin ninguna progresión, lo que hace del Allegro molto algo pálido y demasiado ligero y el tema de los cisnes poco impactante. Cuando este último se desarrolla se percibe aún más la debilidad, aunque haya ciertas pretensiones mahlerianas. Lástima de último movimiento. Los acordes finales resultan un tanto fríos y poco impactantes.
Desigual realización, con momentos brillantes y otros muy pálidos.

Interpretación: 6,5 • Estilo: 6,5  • Sonido: 7


Orquesta Filarmónica de Viena
Lorin Maazel
LONDON [DECCA] (1966)

La lectura de Maazel es ambiciosa, más de lo acostumbrado en su envejecida integral. Es de entender que la grabación en su momento hiciera descubrir a muchos el mejor Sibelius de manera digna (y en estéreo), pero ya en los 60 se empezaban a grabar versiones mucho mejores. El paso del tiempo la ha dejado atrás excepto por las nostalgia, aunque quizá esta grabación se eleve algo por encima del resto.
El primer movimiento empieza con una sensación estática, que se anima con la llegada de los temas principales, aunque los distintos solos parecen "desfilar" antes que dialogar. No obstante el pulso que mantiene el director es intenso, y arranca unos cuantos momentos de poder. El lamento del fagot se me inmerso en las sonoridades angulosas de la orquesta, lo que crea una sensación de drama. La transición al scherzo se hace con naturalidad, quizá con demasiado disimulo, y el tiempo en sí parece algo ligero, a ratos insulso, con algunos momentos casi grotescos como unas fanfarrias de las trompas llevadas a un primer plano con resonancias cinegéticas... El final tiene cierta vibración o emoción incluso. 
El segundo tiempo comienza con un espíritu más sano, sereno y alegre, pero también muy ligero, con evocaciones al divertimento clásico. A lo largo del movimiento se confirma esa sensación, sin explotar los momentos más dramáticos, aunque posiblemente sea el tiempo más brillante de la grabación. 
El tercer movimiento apuesta por un dinámica muy agitada, palpitante, emocionante, que evita la solemnidad, lo cual funciona musicalmente, pero se aleja un tanto de las intenciones del autor. Es el metálico final donde más se nota el despropósito, con unos acordes finales muy débiles, como pidiendo disculpas por lo extravagante de la propuesta musical. No obstante... de lo más logrado interpretativamente de Maazel, aunque a veces cuesta a reconocer a Sibelius en todo esto.

Interpretación: 6,5  • Estilo: 5 • Sonido: 6,5


Orquesta Filarmónica de Berlín
Herbert von Karajan
EMI (1976)

Último registro en orden cronológico del director austriaco, el segundo con la orquesta del Berlín aún dividido en dos, que confirma que en sus interpretaciones del genio finlandés, al menos en las grandes sinfonías, fue perdiendo con los años Sibelius para ganar Karajan: una interpretación objetivamente más grande, pero que perjudica un tanto la originalidad y la personalidad de la obra. 
El primer movimiento comienza con tintes oscuros en el viento, y se adivina dramático cuando se avanza hacia el tema cromático, contestado con toda la fuerza por el tema ondulante, ampuloso y lleno de orgullo. El comienzo del desarrollo adolece de estatismo y de falta de espíritu, solo animado de nuevo con la reaparición del segundo tema. Casi como es de esperar en esta visión pesimista de Karajan de la sinfonía, es el lamento del fagot y en el gran tema central de la cuerda donde pone todo el fuego, aunque su lenguaje es gigantista, casi bruckeriano. La transición recoge ese lenguaje majestuoso, y el scherzo se presta a mayores densidades de lo habitual, de nuevo recalcando su lado más oscuro y dramático, aunque el trazo espeso no permita dar todo lo que es capaz. La coda permite un aspecto titánico casi insospechado.
El segundo movimiento se aprovecha mejor, entonando Karajan su lado más lírico y aprovechando el continuum de la pieza para lograr un gran dramatismo y un tono en general muy romántico, con el movimiento más logrado de esta versión. 
Tanta nostalgia ha acabado afectando el arranque del final, que se ve un poco pálido y embotado, sin nitidez de timbres, hasta que desemboca en un tema de los cisnes solemne, casi religioso en su sonoridad. La repetición en los vientos adolece del mismo defecto del arranque, y sólo gana algo cuando el director percibe que el pasaje asordinado es de destacar. El tema en menor y sobre todo la expansión posterior del tema de los cisnes es aprovechado por el músico de Salzburgo para dar un final glorioso y celestial a la obra, de nuevo gigantesco y de tintes dorados, pero un poco exagerado para lo demandado en la partitura. Lectura excesiva por lo romántica, pero no tanto por la huella que deja.

Interpretación: 6,5  • Estilo: 5,5  • Sonido: 6,5


Real Orquesta del Concertgebouw de Amsterdam
Kirill Kondrashin
- PHILIPS (1976)

Una grabación del maestro soviético con una obra quizá no demasiado frecuente en su repertorio, pero sí desde luego para la orquesta holandesa, en la ciudad en la que residiría definitivamente tras emigrar de la URSS. La versión es algo contradictoria: no acierta con el estilo, pero la orquesta es excelente, y el director un gran maestro, y toda esa musicalidad salva lo que podría haber resultado algo mucho inferior. 
El tempo inicial debuta con un clima parsimonioso aunque expectante, reservando el fuego para el tema en menor y el motivo de las olas, donde mejor se apresta a su nocturnidad y tragedia. Es el lamento del fagot, con sus cuerdas vacilantes y agitadas donde el director plasma su toque de modernidad, y la música muestra su carácter avanzado. Los músicos son brillantes, sin duda, aunque el trazo es ocasiones grueso y la calidad de la grabación no permite apreciar todos los detalles (hay que reiterarlo: la orquesta de Sibelius está hecha para las grabaciones más avanzadas). La transición es repentina, casi brusca, y chispeante hacia un scherzo muy animado y danzante, para concluir en una fanfarria final, de carácter realmente popular y marcial. 
Si rápido transcurría el primer tiempo, el segundo es uno de los más acelerados de la discografía, casi con un clima de intermezzo a la manera del movimiento central de la Tercera sinfonía. El stacatti de la flauta así se dibuja ligero, y con el pizzicato adquiere un sabor dulzón, casi de ballet chaikovskyano, lejos del clasicismo que pide la partitura, aunque la música suene bastante agradable. Las aceleraciones confirman el carácter casi danzable del movimiento. 
El finale arranca correctamente, aunque de nuevo con un trazo grueso en cuanto a la nitidez de las notas de la cuerda, trazo que se confirma con el mussorgkyano son de carrillón, solemnemente bárbaro. El pasaje asordinado acierta en cuanto al sentimiento, pero sin el relieve instrumental necesario no logra su sentido sibeliano. La descomposición del tema de los cisnes tiene de nuevo toques muy "bárbaros", pero nunca exagerados (lo que por cierto no habría estado del todo mal). En fin, como decimos una versión disfrutable pero muy poco sibeliana, que en esta larga discografía no deja de ser una curiosidad más.

Interpretación: 6,5  • Estilo: 5,5  • Sonido: 6 (directo)



Orquesta Filarmónica de Rochester
Theodore Bloomfield
- EVEREST (1960, ed. 2013)

Esta es una muy "rara avis": una antigua grabación del director norteamericano, reeditada en LP y disponible en descarga digital. Pero sin embargo es una lectura bastante interesante, testimonio del buen hacer de los maestros de EE.UU. americana (sede de la Escuela Eastman)  en la interpretación sibeliana. Aunque a priori una versión menor, casi "provinciana" si los habitantes de la pequeña ciudad nos lo permiten, muestra buenas cualidades, y demuestra que a veces el oficio es mejor que el gran nombre siempre que se quiera rendir pleitesía a la partitura misma.
El primer movimiento comienza con un clima idílico, hasta cierto punto clasicista, una sensación debida en gran parte al tamaño no muy voluminoso de la orquesta, dejando a las maderas sonar en su plenitud. Todo suena muy elegante y correcto, sin una especial agitación, pero con buena musicalidad. El languidecer del fagot muestra una singularidad por su tono casi danzante, con unas enloquecidas auras cromáticas. La transición transcurre con un espíritu alegre, enlazando de nuevo con el ligero scherzo, también con un gran toque de sinfonía clásica, aunque el tono de vals también está presente. El final quizá algo pomposo y sobrecargado frente a todo lo anterior.
El segundo tiempo tiene también ese mismo aspecto clásico, sereno y lleno de espíritu casi de divertimento mozartiano, aunque las cuerdas entonan sonidos más románticos e intensos cuando se les permite. El tercero es sin duda animado, con espíritu alegre y hasta más desenfadado, sin grandes pretensiones de grandeza, siempre elegante. El contratema del himno de los cisnes adquiere un curioso sabor beethoveniano, mostrando esa relación con el tema del finale de la Novena, como indicábamos en el análisis. El pasaje en mi bemol menor sorprendentemente es muy intenso y bien manejado. Una versión modesta, muy modesta incluso, pero cumplidora. 

Interpretación: 6  • Estilo: 5,5  • Sonido: 6


Orquesta Nacional Escocesa
Alexander Gibson
- CHANDOS (1982)

La segunda grabación del director escocés de esta sinfonía se encuentra en el marco de su integral de sinfonías (amén de muchas otras obras orquestales) del compositor. Una versión cumplidora, pero que pasa sin pena ni gloria por el recorrido discográfico.
El primer movimiento elige un tempo algo acelerado, dándole por tanto un mayor dinamismo y buscando un dramatismo más franco. Gibson no está tan atento a las sutilezas sonoras, y toda la exposición hasta el tema ondulante parece dominada por el tono añorante de los oboes. Sólo después deja transparentar un mejor contraste entre metal y madera, y las auras de la cuerda, siempre presentes de manera subterránea. Son las cuerdas las que finalmente dan prestancia al clímax trágico del movimiento, desde su acompañamiento agitado en el solo de fagot - algo lejano y frío -, hasta su gesticulante dominación del tema cromático (donde se demuestra que la aceleración no le beneficia). La transición respira inesperadamente el clima de lo que va a venir, perdiendo algo del efecto, en un scherzo que destila sobre todo inquietud y cierto grado de oscuridad. La coda resulta también algo inesperada por su espíritu salvaje y su rotundidad, muy efectiva. 
El movimiento central está aún más acelerado (uno de los más rápidos de la discografía), lo que le convierte en su comienzo en un intermedio scherzante, ligero como una música escénica, aunque de bellas sonoridades. Tampoco las variaciones están del todo diferenciadas, volviendo al sonido plano del comienzo del primer tiempo. El director británico tan solo gusta de resaltar los pasajes en menor, además de las melodías del oboe (¡de nuevo!) antes del final del tempo.
El final comienza con gran energía y una mayor nitidez sonora, aunque el himno de los cisnes resulte más bien convencional por su falta de elasticidad. Lo más interesante del movimiento es el "ahogamiento" de este tema, que adquiere ribetes de gran tragedia, hasta los terminales acordes finales. Nada en especial en resumen.

Interpretación: 6   • Estilo: 6  • Sonido: 6,5


Orquesta Sinfónica de Berlín
Kurt Sanderling
(1971), ed. BRILLIANT (2002 y 2013)

El director alemán dispone aquí una lectura correcta, pero carente de drama e incluso del alma necesaria. Una versión gris y convencional, aun sin grandes errores, pero que parece abordada como un trabajo rutinario o más bien ajeno. 
El comienzo de la sinfonía fluye con gran serenidad y calma pastoral, que se prolonga con un notable pulso entre gran sinfonismo combinado y cierto carácter camerístico, aunque el exceso de sobriedad y complacencia hace que el resultado no resulte lo mahleriano que podría adivinarse en este enfoque. Los instrumentistas hacen un buen trabajo, pero les falta muchísima garra en un movimiento con poca tensión y drama. El pasaje del fagot y su respuesta en las cuerda adquieren cierto vuelo, pero por debajo de sus posibilidades. La transición cumple, y el scherzo acusa ya de demasiada palidez, sin  la seriedad necesaria. La coda es el epitome de la apatía y la convencionalidad.
El segundo movimiento se mueven por parámetros semejantes, resultando bastante clasicista en sus sonoridades. Solo cabe destacar algunos buenos momentos en los pizzicati, aunque en general el movimiento resulte bastante más luminoso que el primero, sobre todo cuando logra animarse un poco. 
El finale no presenta novedades, entre el poco espirituoso comienzo y el tema de los cisnes, de trazo grueso y cierto aburrimiento... Como sucedía en el primer tiempo el pasaje en menor da oportunidad a mayores profundidades, pero tampoco se aprovechan mucho, y los acordes finales acaban siendo una verdadera liberación... Una versión que debe pasar desapercibida.

Interpretación: 6  • Estilo: 5,5  • Sonido: 6


Orquesta Sinfónica de Gotemburgo
Neeme Järvi
- DEUTSCHE GRAMMOPHON (2002)

El su colorida y segunda integral - para el sello amarillo - el maestro estonio tiene un toque bello y bruñido, pero ofrece un fresco muy poco apasionado y destacable. Aparte de cierto "bello son", esta versión ofrece muy poco interés, más por la falta de compromiso y entusiasmo que por la profesionalidad de músicos y director, que no se pueden poner en duda. Un goloso pastel del que uno lamenta cuando lo ha terminado.
El arranque de la sinfonía se recrea en la tímbrica y la dulzura instrumental, pero no tiene el necesario contraste dramático entre el suave tema inicial y el segundo grupo de temas, y solo gana emoción con el tema ondulante. Cuando el anuncio del tema del finale toma la música, Järvi parece complacerse en su pulso rítmico, y acaba por gesticular al llegar el tema cromático en la primera parte del desarrollo. Este tiene unas muy agitadas y un poco gruesas auras, lo que se siente especialmente en el lamento central, un pelín exagerado. La tensión hacia la transición se ha logrado, pero la vuelta del tema principal puede decepcionar de nuevo por su sonido vasto. El scherzo se impone muy fragmentado y con poca naturalidad y fluidez, que deviene en tosquedad cuando la música colapsa. 
El engrudo del trazo continúa en el segundo tiempo, con stacatti bruscos y legati de las cuerdas demasiado empalagosos. También aquí se tiende a fragmentar y a buscar contrastes de manera artificial, creando una serie de variaciones mucho más episódicas y baletísticas de lo que indica la partitura y el estilo de la pieza. 
El final insiste en lo mismo, con el espesor del tema inicial y el segundo tema con bloques homogéneos de notas sin la nitidez necesaria. El ritmo repite irregularidades y se impone la falta de fluidez. El tema en menor adquiere un indudable sabor chaikovskyano, más sentimental que trágico. El final es pomposo y poco lucido. Un registro fallido, o al menos olvidable.

Interpretación: 5,5  • Estilo: 5  • Sonido: 7,5 (CD y SACD)


Orquesta Filarmonía (de Londres)
Simon Rattle
- EMI (1981)

Además de su ciclo con la Orquesta de Birmingham, de la que fue titular, el director británico nos ha legado esta grabación suelta de la Quinta, con una orquestal distinta y de años antes. Una versión muy desigual, con momentos disfrutables frente a otros pasajes de escaso valor, y una visión en general fría y distante. 
El comienzo es sereno, meditativo, idílico, algo pálido al dar paso al primer pasaje dramático de forma muy oscura pero prometedora. Con el diálogo de la trompeta todo parece mucho más fantasmal y falto de energía, sin querer progresar en la vitalidad del movimiento y quedarse con la sensación inicial. La débil grabación y las texturas un tanto empastadas no ayudan especialmente al despliegue de la orquesta. El lamento del fagot así queda un poco etéreo y vago, pero la música vuelve a ganar fuelle con la transición, donde Rattle despliega algo la vela y anima considerablemente la música, dejando una buena progresión entre ambos ("sub-")movimientos. Sin embargo, todo se pierde pronto por una paleta muy densa que no respeta los distintos planos instrumentales y las mezclas, con escasísimo control. La coda aguerrida vuelve a traernos cierta emoción.
El segundo tempo empieza de manera análoga al primero, lo que podría hacernos prever que volverá a caer en los mismos errores aun partiendo de un bello cuadro atmosférico. Sin embargo, con la variación de las cuerdas la música se anima algo más, y muestra un mayor sentimiento. En general la progresión dramática y hasta el mismo melodismo de la pieza es mejor que en el primer tiempo, ¡pero suena todo tan desangelado y ajeno!
El tercero empieza con ímpetu, mantenido con cierta majestad en el tema de los cisnes, que suena sin embargo con demasiado trazo grueso, casi como campanas mussorgskyanas. La repetición del primer tema se muestra algo más clara y brillante, y el pasaje en menor ahonda algo en el sentimiento que contiene. El final de la sinfonía prosigue con ese mayor compromiso, pero aún sigue con el brochazo y hasta cierta inseguridad. Un registro muy poco destacable. 

Interpretación: 5,5  • Estilo: 5  • Sonido: 6


Gran Orquesta Sinfónica de la Radio-Televisión de Moscú
Gennadi Rozhdetsvensky
MELODIYA (1969-74) 

Uno de los peores registros profesionales de la discografía sinfónica sibeliana. Si toda la integral de Rozhdetsvensky se merece una baja nota, estamos ante uno de sus peores extremos.
Desde la dudosa entonación de la fanfarria inicial, la música progresa con poco empuje, en un diálogo más bien monótono hasta el primer pasaje con un poco de animación, aunque de nuevo las entonaciones del metal vuelven a estropear el posterior diálogo. Los timbales suenan un tanto burdos, demostrando que el maestro ruso no ha entendido muy bien la instrumentación de la sinfonía. El lamento del fagot permite cierta mayor honestidad artística, aunque al llegar su correspondencia en la cuerda todo se emborrona, y la transición acaba por ser un tanto circense, stravinskyana incluso (sic!), algo que siendo bien pensados fue buscado. El scherzo pasa sin pena ni gloria, aunque el metal de los últimos compases y sobre todo las fanfarrias y los timbales del final acaban por condenar todo el movimiento a la hoguera. 
El segundo movimiento mejora ostensible nuestra percepción, quizá sea por la afortunada ausencia del metal, y aunque Rozhdetsvensky da al tempo cierto carácter de intermezzo brahmsiano (tempo moderado, pero demasiado rápido para la indicación), hay una mayor musicalidad. A pesar de ello, no hay sin embargo solución: la urgencia y el poco cuidado en algunos puntos también la acaban estropeando.
Aunque el tercero ataca bien los acordes del tema del cisne, entonados con una especie de staccato maquinal, consiguen crear un efecto banal, de otro tipo de anátidas más torpes que las bellas aves  que habrían inspirado al autor. En la reexposición todo la expansión se ha tomado con un sentimiento trágico y con intensidad, pero resulta escasamente sibeliana, y de nuevo el tema de los torpes metales acaba arruinando todo con tonos de banda popular. Los acordes finales... sin más comentarios. 
En conclusión: ni lo intenten, no pierdan el tiempo. Lo más interesante del estuche es la portada, un bello lago evocado por Gallén-Kallela. El interior es mucho menos artístico.

Interpretación: 3  • Estilo: 4  • Sonido: 6,5

_____________

La fama de la sinfonía ha hecho posible que no haya escapado a algún que otro arreglo y versión, aunque en general alejadas del mundo clásico (de hecho hay varias canciones pop que han utilizado el "himno de los cisnes"). Como curiosidad, el célebre compositor de música electrónica Jean Michel Jarre atribuía la inspiración de sus míticas "Tubular bells"al perpetuum mobile de Sibelius.

Transcripción para piano
Transcripción de Karl Ekman, revisada por Henri Sigfridsson



Antes de la aparición del registro fonográfico, la transcripción pianística permitió a una inmensa mayoría del público del XIX y principios del XX acercarse al mundo de las obras sinfónicas, dada la dificultad de organizar eventos orquestales aun en las localidades más melómanas. La transcripciones abarcaban un abanico muy amplio de compromisos con el original, desde el arte con mayúsculas de las transcripciones y paráfrasis de Liszt, hasta las partituras más artesanales y comerciales que reproducían las más bellas melodías y acordes para los aficionados. Muchos grandes compositores se encargaron de preparar sus propias transcripciones, para que el resultado fuera de respetuoso con sus intenciones y digno, por su pericia pianística y/o simplemente por sacar un beneficio comercial más directo que el que le ofrecían los editores.  Para un compositor que sintió un amor exacerbado hacia la orquesta como Sibelius y cierto hastío hacia el piano, la transcripción de sus obras sinfónicas no le motivaba lo más mínimo, y solo se ocupó personalmente de obras breves, incluyendo números de su música incidental (por ejemplo, el Valse triste, una de sus transcripciones aún hoy más tocadas). Sólo en casos muy puntuales, como en el caso de Finlandia opus 26, dada su éxito y su valor simbólico, el propio autor se preocupó de preparar una reducción de altura concertística, pero por regla general no quería ni oír hablar de transcripciones de sus sinfonías y poemas sinfónicos, aunque sus editores no pensaran igual. Muchas de estas obras se dieron a conocer fundamentalmente por transcripciones de algunos de los grandes transcriptores del momento, como Otto Taubmann (un entusiasta sibeliano, por cierto), Ferdinand Rebay o Johannes Doebber. 

El pianista Karl Ekman (1869-1947) fue otro de los encargados de estas transcripciones. Algo le distinguía de los casos anteriores: conocía muy íntimamente el arte de Sibelius, pues era amigo personal del compositor, y estrenó junto con su esposa, la soprano Ida Ekman, muchas de sus canciones. Su hijo, llamado también Karl, fue el encargado de una de las primeras biografías del músico. Y fue Ekman el encargado por el propio editor Hansen de realizar las transcripciones "oficiales" de las tres últimas sinfonías sibelianas, un desafío enorme dado el profundo sinfonismo de estas partituras, que se alejan un abismo del instrumento del teclado. La de la Quinta que nos ocupa se publicó en 1922, y contiene muchas simplificaciones y pasajes a tres pentagramas, dadas las lógicas dificultades de su instrumentación (la orquesta de Sibelius siempre se mueve en múltiples planos). Para esta grabación, el intérprete, Henri Sigfridsson, decidió revisar esos pasajes, intentando aproximarse un punto más al original, lo que soluciona las carencias de la versión de Ekman con reconocible éxito.
Del comienzo de la sinfonía se aprecia la polifonía de los temas, mientras que en el momento que al comienzo del desarrollo deberían escucharse los murmullos de la cuerda, la temática se pierde con los trémolos de la tecla. Sigfridsson intenta aclarar al máximo las texturas, lo que se logra en ocasiones como en el lamento del "fagot", que padece de las rítmicas simultáneas del instrumento real respecto al manto de cuerda en el original. Sin las tensiones tímbricas la expectativa antes de la transición decae, como la misma transición, que lleva a un scherzo muy ligero en el que se echan de menos también los ritmos simultáneos.
Sin sus sutilezas tímbricas el segundo movimiento adquiere cierto aire de las últimas sonatas de Beethoven, y en el final, siendo imposible la magia de las cuerdas, lo más destacado es el claro sonido de carrillón del tema de los cisnes, un cuadro muy solemne y ritualístico. Y si toda la sinfonía sufre una profunda nostalgia de las texturas orquestales, el "ahogamiento" final lo hace de manera muy especial, puesto es en gran parte lo que logra su efecto, más allá de la masa de acordes en que se convierte en el piano.
La grabación es desde luego una curiosidad bien interpretada, pero no más que una curiosidad.

Henri Sigfridsson, piano
- ONDINE (2011)

Interpretación: 7  • Estilo: 7  • Sonido: 8

"Skogsrået" ("La ninfa del bosque"), poema de Viktor Rydberg

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Continuando con la serie dedicada a "Skogsrået" ("La ninfa del bosque"), el poema de Rydberg que inspirara a Sibelius para diversas títulos de su catálogo compositivo, dedicaremos el siguiente espacio a hacer una lectura de los versos desde el punto de vista literario, pero también dando unos apuntes sobre el interesantísimo tema antropológico que toca: el ancestral contacto del ser humano con esa otra "humanidad" que habita la naturaleza desde antes de la creación del hombre, las criaturas del bosque, los montes, los mares... que en ocasiones mezclan sus caminos con los humanos, normalmente de manera fatídica. 

El interés de Viktor Rydberg por la mitología y el folclore germánico no solo se trasladó a sus ensayos y novelas, sino que también deja varias referencias de notable hondura en su obra lírica. Al igual que sus poemas sobre la Antigüedad, los poemas sobre leyendas escandinavas del escritor sueco no se sirven de ellas como simple excusas para unas bellas rimas, sino que llegan muy hondo a su sentido último. Por supuesto Rydberg tiene su propia visión, romántica, subjetiva, de los mitos de los pueblos escandinavos, pero esta llega siempre a sus significados más hondos, y no en vano se acercan más a una lectura finisecular (simbolista, psicoanalítica incluso) que a las tonos edulcorados, pastorales e idealistas de muchos de sus contemporáneos. Pero más que un adelantado a su tiempo hay que ver en esta lectura la de un "radical", en sentido etimológico original de la palabra: Rydberg va a la raíz de la leyenda, llegando a comprender el viejo pensamiento pagano, mágico, supersticioso con el que se contemplan estas leyendas. En cierta forma, el poeta se pone en la piel de quien creía que huldras, elfos, tomten y demás vættir eran seres reales que cohabitaban nuestro mundo, pero a la vez pertenecían a uno completamente diferente. 

El poema de Viktor Rydberg no está fechado en su composición, pero no debió de ser escrito mucho antes de que fuera publicado. La primera versión impresa de estos versos apareció en el anuario "Svea" de 1876 ("Svea es un antiguo nombre para Suecia, el hogar de los antiguos svear - esviones en español -), publicado en el Estocolmo de 1875. Las cuatro estrofas de la poesía se imprimieron junto a "Snöfrid", un poema de temática paralela también musicado por Sibelius, "La pira de Balder" y otros tres poemas, pero se difundió gracias a la colección de 1882 de su poemas, la edición de la que sin duda extrajo el músico estos y otros versos para sus propias composiciones.


El comienzo del poema en su primera edición ("Svea 1876"), que incluía una ilustración con la letra capital inicial

El compositor finlandés trasladó al pentagrama la totalidad del poema, a pesar de ser algo más largo de lo habitual (4 estrofas de 16 versos). En las dos versiones en la que utiliza el texto directamente, la canción JS.171 y el melodrama opus 15. Sibelius realiza unos mínimos cambios a algunas palabra del original, en general poco significativas. Estos cambios son idénticos en ambas musicalizaciones, lo que deja claro que el músico utilizó la partitura de la canción para copiar el poema para la versión del melodrama, en lugar de acudir a la fuente original.

A continuación ofrecemos el texto completo en la versión de Sibelius, dando cuenta con precisión de los cambios y el original de Rydberg en unas notas a continuación de los versos suecos, para finalmente presentar una traducción a nuestro idioma de la obra (de nuevo de la versión sibeliana, que es a final a cabo en la que vamos a profundizar).

Skogsrået


Han Björn var en stor[1] och fager sven
med breda väldiga skuldror
med[2] smärtare midja än andre män
slikt retar de snöda huldror.
Till gille han gick en höstlig kväll,
då månen sken över gran och häll,
och vinden drog
med hi och ho
över myr och skog,
över[3] hult och mo;
då var honom trolskt i hågen,
han ser åt skogen och har ej ro,
han skådar åt himlabågen,
men träden[4] de vinka och nicka,
och stjärnorna blinka och blicka:
gå in, gå in, gå in i vinande furumo!

Han går, han lyder det mörka bud,
han gör det villig och tvungen;
men skogens dvärgar i kolsvart skud[5],
de fara med list i ljungen
och knyta ett nät av månens sken
och skuggan från gungande kvist och gren,
ett dallrande nät
i ris och snår
bak vandrarens fjät,
där fram han går
och skratta så hest åt fången.
I hidena vakna ulv och lo,
men Björn han drömmer vid sången
som runt från furorna ljuder
och viskar, lockar och bjuder:
gå djupare, djupare in i villande furumo[6]!

Nu tystnar brått den susande vind,
och sommardejlig är natten,
och vällukt ångar från blommig lind
vid kärnens[7] sovande vatten.
I skuggan hörs ett prasslande ljud:
Där böljar en skär, och[8]månvit skrud,
där vinkar en arm,
så mjäll och rund,
där häves en barm,
där viskar en mund,
där sjunka två ögon i dina
och leka så blå en evig tro,
att alla minnen försina;
de bjuda dig domna och glömma,
de bjuda dig somna och drömma
i älskogsro i vyssande sövande furumo.

Men den, vars hjärta ett skogsrå stjäl,
får aldrig det mer tillbaka:
till drömmar i månljus trår hans själ,
kan han[9] ej älska en maka.
De ögon blå[10] i nattlig skog
ha dragit hans håg från harv och plog,
han kan ej le
och fröjdas som förr,
och åren de se
in om hans dörr,
men finna ej barn och blomma;
han vesäll åldras i öde bo,
kring härden stå sätena tomma,
och väntar han något av åren,
så väntar han döden och båren,
han lyss med oläkeligt ve till suset i furumo. 

Cambios del original de Rydberg respecto a Sibelius:
[1] stark: "fuerte" (sinónimo)
[2] och: "y" 
[3] genom": "a través de"
[4] träna: "grullas"
[5] skrud (grafía alternativa)
[6] gåtfull mo: "misteriosa llanura de arena"
[7] tjärnens: "de la laguna"
[8] en: "una"
[9] han kan (orden invertido)
[10]  så blå: "tan azules" (falta el adverbio)


   Poema original, en su primera edición: http://runeberg.org/svea/1876/0149.html
    _____

La ninfa del bosque

Björn era un fuerte y guapo muchacho,
con poderosos y anchos hombros,
con un talle más estrecho que otros hombres,
tales cosas molestan a las sórdidas huldras.
A una fiesta iba una tarde de otoño,
cuando la luna brillaba sobre árboles y rocas,
y el viento soplaba, 
con su jey y su jo,
sobre el pantano y el bosque,
sobre la arboleda y la landa;
entonces él sintió algo embrujado {trolskt} en su ánimo,
mira al bosque y no tiene reposo, 
mira hacia la bóveda del cielo
pero los árboles señalan y se inclinan,
y las estrellas parpadean y miran:
"¡entra, entra a la aullante foresta!"

Él va, obedeciendo el oscuro mandato,
voluntariamente, pero forzado;
pero los enanos {dvärgar} del bosque, bajo el más negro atuendo,
con peligrosa astucia en el brezal,
tejen una red de rayos de luna
y de la sombra de balanceantes ramas y tallos,
una red temblorosa
entre el ramaje y el matorral,
en pos de los pasos del caminante,
hasta que él llega
y se burlan con voz muy ronca del cautivo,
en sus escondrijos despiertan el lobo y el lince,
pero Björn sueña con el canto
que suena entre los ruidosos pinos,
y suspiran, le llaman y le invitan:
"¡ve a las profundidades, a las profundidades de la ilimitada foresta!"

Súbitamente calla ahora el suspirante viento,
y encantadoramente veraniega es la noche,
y el aroma emana del florenciente tilo
junto a la hondura del estanque durmiente.
En la sombra se escucha el ruido de un crujido:
allá ondea una túnica cortada y blanca como la luna,
allá se agita un brazo,
tan suave y rollizo,
allá palpita un seno,
allá susurra una boca,
allá se sumergen dos ojos en los tuyos
y juegan, tan azules, a una fe eterna
que todo recuerdo aletarga;
te invitan al entumecimiento y al olvido,
te invitan a dormir y a soñar 
en el descanso del amor, en la acunadora y adormeciente foresta.

Pero aquel cuyo corazón una ninfa del bosque {skogsrå} roba
nunca más retorna:
en los sueños bajo la luz de la luna que su alma añora
no puede amar a una esposa.
Aquellos ojos azules en el bosque nocturno
han sacado su mente de la grada y el arado,
no puede sonreír
ni divertirse como antes,
y los años se ven
entrar a su puerta,
pero no encuentra ni niños ni flores;
tristemente envejece en una casa vacía,
alrededor del hogar los asientos permanecen desocupados,
y no espera nada de los años,
tan solo espera la muerte y el féretro,
atiende con inconsolable dolor al sordo sonido de la foresta.
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La Skogsrået en el folclore sueco: origen e interpretaciones

"Skogsrået" o "Skogsrået" es un ser sobrenatural presente en el folclore sueco, pero en común también con el resto de culturas escandinavas. Este ser es miembro de la familia más amplia de "Rådare" ("Rå" es la forma femenina), seres que gobernaban y protegían lugares de la naturaleza, a la manera de los genii loci de los romanos (el antiguo verbo germánico "ráð" significaba "gobernar"). Con el paso del tiempo, la "Rå" se transformaría en un ser feérico, con muchas características en común con las hadas celtas o las ninfas grecolatinas, vinculadas normalmente a elementos de la naturaleza.

"Skogsrået" significaría simplemente "Rå del bosque", gobernando la foresta, y es también conocida como Huldra (un término bastante genérico)  o Talle-maja (literalmente "la Maya - o María - del pino"). La Sjörå se vincularía a las fuentes y corrientes de agua dulce (no confundir con las "Näcken", ninfas acuáticas que arrastran al infortunado humano a la corriente para ahogarlo), la Havsrå domina junto al mar, la Bergsrå el monte, la Husrå o Gardsrå la casa, el establo la Stallrå, la Kirkrå la iglesia (un ser si no malvado, sí perverso y juguetón), la Gruvrå las minas...

Además de otras variedades en Noruega, Islandia, etc., estos seres también se encuentran entre las creencias de los pueblos saami (lapones), incluso en la etimología, donde "huldra" es la "ulda", y los "rådare" son "radie" en esas lenguas árticas. Aunque en principio podríamos pensar que la "cultura dominante" son los pueblos escandinavos y los sami recibieron el concepto y el nombre de ellos, no es nada descabellado pensar que la influencia es el sentido inverso. Después de todo el animismo es base de las creencias fénicas y laponas (ya hemos hablado alguna vez de los "haltijat" finlandeses), y dado el respeto (ciertamente temor) que sintieron los antiguos escandinavos a los sami y a su magia, no se hace demasiado especulativo pensar, como hacen unos cuantos expertos, que los espíritus que los lapones veían en los bosques, rocas, lagos, etc. seguían presentes para las tribus germánicas que iban avanzando hacia al norte y arrinconaban a sus primitivos habitantes hacia el círculo polar. 

"Sin embargo, la princesa Tuvstarr se sienta y baja su mirada hacia la laguna". Ilustración del pintor sueco John Bauer (1882-1918) para la edición de la antología "Bland tomtar och troll" ("Entre Duendes y trolls") de 1913.

La Skogsrå del folclore sueco invariablemente se representa en la manera de una joven muy hermosa (no todas la Rå lo son siempre), pero su carácter de criatura del "otro mundo" se revela con algún rasgo muy extraño, que lo conecta ineludiblemente con la naturaleza: puede tener una espalda en forma de tronco de árbol o una cola animal, que no se muestra en el encuentro, y cuyo descubrimiento de hecho suele significar el fin del mismo (el descubrimiento de su naturaleza es también un tópico universal: recuérdese el paradigmático relato del hada Melusina). Así, varios cuentos populares relatan la historia de un hombre que se casa con una Rå, bella y especialmente dotada para alguna actividad o poder mágico beneficioso, pero que en un descuido desvela su aspecto trollesco. El marido debe entonces realizar algún ritual para conseguir alejar a la criatura falsamente humana de su vida. 

Los encuentros puramente sexuales también son frecuentes, y según el tópico puede evitarse sus consecuencias funestas con una invocación al nombre de Dios o un acto puramente cristiano. En el caso de la ninfa del poema no existe esta salvación, dejando al lector la lección de que prevenirse de "las sórdidas huldras" es mejor que caer en la tentación confiando en la posibilidad de evitar sus efectos finales. Una versión ciertamente pesimista de la leyenda.

Como muchos seres feéricos, la Rå no tiene una moral definida, aunque sus juegos son contemplados como una perversión para el buen cristiano, y aunque en ocasiones ayudan suelen ser perjudiciales casi siempre: esconden el ganado, extravían al que se adentra en los bosques... Como tantas historias de hadas también conceden deseos o revelan sabiduría a través de un intercambio. 

Jacob Grimm en su "Mitología germana" recoge la creencia de que la Skogsrå aparece acompañada de un violento torbellino, que puede llegar a romper los árboles. En el poema de Rydberg, vemos como el viento, tanto una fuerza de la naturaleza como un aspecto natural, enmarca la experiencia del encuentro, pero en el momento preciso del hechizo amoroso de la ninfa este se congela completamente, bajo una interrupción del devenir del tiempo y del mismo mundo.

En estos versos también se señala la presencia de "Dvärgar", es decir, Enanos (o "tuergos", en una lectura filológica más fiel). Poco hay que señalar respecto a una de las figuras más conocidas de la mitología escandinava, presentes desde las Eddas hasta cuentos folclóricos o incluso informes no muy lejanos en el tiempo. Simplemente hay que devolverles a la imagen original, lejanas al poderoso y tozudo pueblo constructor y excavador del legendarium de Tolkien o el tono simpático e infantil heredero de las versiones de Disney. Los Dvärgar del folclore escandinavo quizá estén más asociados a montañas y cavernas que al bosque, pero en todo caso son siempre maléficos, muy negativos hacia los humanos,  nunca interesados en mezclarse en sus asuntos si no es por un interés avaricioso o incluso violento. Normalmente son de color negro o muy oscuros (de hecho para la mayoría de los mitólogos "Svartálfar" - Elfos oscuros - y Enanos son sinónimos), y de magia muy poderosa. En el poema de Rydberg vemos que su único propósito es emplear sus hechizos con un propósito puramente dañino.

En los versos del poeta sueco también encontramos una referencia al término "trolsk", que hemos traducido como "embrujado" o "mágico". Y es que, en efecto, la palabra "troll", que la mayoría del público asocia a esas criaturas grotescas, una especie de ogros de escasa inteligencia, brutales, y que se convierten en piedra con el sol, en realidad son la concreción de un concepto muchísimo más amplio. En origen el término "troll" en el pasado de las lenguas escandinavas significaba un poder mágico y oculto, normalmente maligno, de ahí por ejemplo que "trolldom" equivalga a "brujería" (de hecho es el término que se emplea en las leyes de finales del siglo XVII en Suecia). Los Trolls no aparecen en las Eddas ni en las primigenias sagas, y solo llegan al folclore posteriormente, cuando el concepto de "brujería" se une a recuerdos de diversos duendes, los antiguos Ettin (gigantes) de las sagas y se amalgaman en la mente popular con otros seres (eran en verdad los "dvärgar" los que se decían se transformaban en piedra al llegar el día).  

"Skogsrå 11", fotografía de la artista y modelo Mika Mae Jones  (Sheclimbeddownthetree) (2008)

Centrándonos ya en la interpretación de la figura de la Skogsrået y su encuentro con el joven Björn, no hay que ir muy lejos para ver que se trata de una historia muy prototípica de seducción de un hada. La misma idea se puede ver en las lamias clásicas, la Lilith del mito judeocristiano y en general el súcubo medieval. Existe en la clasificación Aarne-Thompson-Uther de los cuentos tradicionales como esquema prototípico (el número 424, "El joven que se casó con una diablesa", y otros cercanos). El "Peer Gynt" de Ibsen es otro buen ejemplo de las pretensiones de una Troll, hija del Rey de la Montaña, por unirse con un mortal, y los juegos de estos seres con los humanos.

Es la figura de la "tentadora" ajena a la comunidad, de la extraña que seduce al hombre incauto y lo extravía hacia su mundo, hacia sus costumbres oscuras, alejándolo de sus raíces, a las que ya jamás puede regresar aunque quiera. 

La creencia en Rådare y otras criaturas del mundo intermedio proviene sin lugar a dudas de creencias paganas, pero como mucha de la mitología escandinava sobrevivió en la era cristiana diluyéndose en el folclore, aunque no sin ser afectado por la nueva fe. Los seres feéricos se convirtieron en diabólicos en su mayoría para el punto de vista cristiano (algunos pocos en manifestaciones angélicas), de ahí que "trolsk", lo "mágico", se convirtiera finalmente en algo monstruoso, malvado, grotesco y demoniaco. La Rå era ahora algo perverso, engañador, y en su papel de "tentadora", la Skogsrå asume en papel de verdadera súcubo dispuesta a caer en la perdición a los inocentes e inconscientes muchachos, que no solo pierden su vínculo con la comunidad, sino con su propia alma.

La figura de la "tentadora" tampoco es ajena al romanticismo, o al realismo que nacía en la época, solo recordar a la "Carmen" de Mérimée, inmortalizada gracias a la música de Bizet. Pero cuando Rydberg se hunde el antiguo mito y el carácter definido finalmente por la tradición cristiana, lo hace para entresacar su esencia más profunda: "Skogsrået" se convierte en un verdadero hallazgo, simbolista en su sencillez conceptual y valor arquetípico, con un poder primario mucho mayor que los relatos folclóricos en los que se basa. 

Pero nos queda apuntalar uno de los personajes más importantes del poema: además de las criaturas sobrenaturales que habitan el bosque, uno de los máximos protagonistas es el bosque mismo, como ese ente colectivo poblado de realidades misteriosas, ancestrales, miles de voces y sensaciones, donde el hombre no es sino un extraño que no puede tomar nada salvo si paga un precio... La Skogsrå no es sino su expresión de ese poder ancestral del bosque. 
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Para el presente post hemos consultado las siguientes obras: 
- Bernárdez, Enrique: "Los mitos germánicos" (Alianza Editorial, 2002)
- Briggs, Katherina: "Diccionario de las hadas" (1976) (José J. de Olañeta, 1998)
- Callejo, Jesús: "Hadas" (Edaf, 1995)
Grimm, Jacob: "Mitología germana" (1835), vol. 2 (versión en inglés de James Steven Stallybrass, George Bell & Sons, 1883)
- Lecouteux, Claude: "Pequeño diccionario de mitología germánica" (José J. de Olañeta, 1995)
- Lindow, John: "Swedish Legends and Folktales" (1998, University of California Press)

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Próximos capítulos [plan previsto]
- "Skogsrået" ("La ninfa del bosque"), canción JS.171 (1888/89)
"Skogsrået" ("La ninfa del bosque"), opus 15 (1894-95): 1. Historia de la obra
"Skogsrået" ("La ninfa del bosque"), opus 15 (1894-95): 2. Historia de la obra
"Skogsrået" ("La ninfa del bosque"), opus 15 (1894-95): 3. Discografía

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